Esperando el porvenir
Hab¨ªa varias tabernas en el centro de Madrid, en los alrededores del caf¨¦ Gij¨®n, donde un grupo de j¨®venes felices compart¨ªan vasos de vino a principios de los a?os cincuenta; las fotos de la ¨¦poca los retratan como personajes pulcramente vestidos; las mujeres est¨¢n, como los hombres, de pie en esos bares. Hay pocas mujeres, o al menos la memoria s¨®lo resalta a tres chiquillas, que se r¨ªen con sus acompa?antes, consultan con ellos libros o peri¨®dicos, o caminan apoyadas en sus brazos; son Carmen Mart¨ªn Gaite, Mayra O?Wisiedo y Josefina Rodr¨ªguez Aldecoa, y los hombres que van con ellas, en unas fotos, son, sobre todo, Ignacio Aldecoa, Rafael S¨¢nchez Ferlosio, Alfonso Sastre, Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo, Jes¨²s Fern¨¢ndez Santos y Jos¨¦ Mar¨ªa de Quinto. No s¨®lo toman vinos: hay gente tomando caf¨¦ y leyendo originales; hay que fijarse mucho en las fotos, pues esta gente vestida de blanco y negro, a¨²n con el peso brumoso de aquellos a?os, r¨ªe, y las fotos no est¨¢n preparadas, pues ninguno mira a la c¨¢mara.Todo el mundo r¨ªe en esas fotos: Alfonso Sastre y Rafael S¨¢nchez Ferlosio, r¨ªe abiertamente Josefina Rodr¨ªguez -luego Josefina Aldecoa- y, por supuesto, r¨ªe y mira libros Carmen Mart¨ªn Gaite. En unas conferencias memorables que esta ¨²ltima hizo en 1994 en la Fundaci¨®n Juan March de Madrid, la escritora ahora fallecida explic¨® de qu¨¦ se re¨ªan: eran felices, se llevaban bien, hab¨ªan descubierto la amistad, la cultivaban, viajaban por la ciudad como si estuvieran inventando la vida; y en todas partes cantaban una copla que nadie supo de d¨®nde ven¨ªa, pero que se convirti¨® en un emblema de aquellas reuniones vespertinas: siempre, a alguna hora, cualquiera de ellos se pon¨ªa a tararearla: "Senta¨ªto en la escalera,/ senta¨ªto en la escalera,/ esperando el porvenir/ y el porvenir que no llega./ Y no llega.../ Y no llega...".
Mart¨ªn Gaite titul¨® as¨ª, Esperando el porvenir, aquellas conferencias. Era una mujer m¨¢gica, que de pronto trajo a la sala grande de la March la marcha de aquellos tiempos; el escenario de sus charlas era sobrio, y en su centro ella se sentaba de lado, como si acabara de llegar y fuera a marcharse pronto; llevaba la boina blanca de sus d¨ªas de gala, y calcetines rojos, y se sentaba casi de espaldas al p¨²blico, leyendo notoriamente su cuaderno grande; hab¨ªa p¨²blico en todas partes, y ella se sent¨ªa, quiz¨¢, como si estuviera en un aula universitaria de provincias, leyendo una obra de teatro que nunca se fuera a estrenar. Con esa voz que se hizo para cantar -y oyendo a su hermana Ana cantando uno siente que ¨¦ste no haya sido alguna vez el d¨²o de las Gaite-, Carmen desgranaba sus recuerdos de aquel tiempo, cansada de la perspectiva de que alguna vez esos recuerdos de la ¨¦poca m¨¢s importante de su vida los contara un pelirrojo de Ohio.
En la primera conferencia, Carmi?a record¨® el encuentro de los principales protagonistas de esa trama novelesca que en su memoria, y ante el p¨²blico, creci¨® como un poema de la amistad; Salamanca fue el lugar del encuentro y Madrid fue la capital donde cada uno prosigui¨® su vocaci¨®n; era obvia en las conferencias -que coincid¨ªan con el 25 aniversario de la muerte de Aldecoa- su admiraci¨®n vital por el autor de Gran sol; pero lo que m¨¢s nos impresion¨® a los espectadores era la capacidad teatral y de evocaci¨®n de Carmi?a; de pronto, todos aquellos personajes alcanzaban sus contornos reales, se les ve¨ªa hablando, confirmando o desmintiendo a la conferenciante, situ¨¢ndose, probablemente, en su lugar favorito en el caf¨¦ o en el bar.
Josefina Rodr¨ªguez, que se cas¨® con Aldecoa, recordaba estos d¨ªas aquel tiempo feliz, dif¨ªcil y el sentimiento de amistad que lo hizo posible. Releyendo el libro en el que se recogen aquellas conferencias (Esperando el porvenir, Siruela, 1994) y viendo sus fotos uno entiende que el pasado le produjera tanta perplejidad como el presente y el porvenir. Aquella reflexi¨®n de Carmen sobre el tiempo de su generaci¨®n nace de una frase que ella misma escribi¨® al fallecer Aldecoa en 1969 ("Ha muerto Ignacio Aldecoa. Los a?os cuarenta y cincuenta, lo queramos o no, empiezan a ser historia") y alcanza ahora con su muerte la misma dura, implacable actualidad.
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