La capitulaci¨®n del discurso pol¨ªtico
En muchos momentos de la intervenci¨®n de G. W. Bush ante la Convenci¨®n Republicana el 3 de agosto, los telespectadores tuvimos ocasi¨®n de recordar aquella frase de la precampa?a de Bill Clinton en 1996 sugiriendo que la intervenci¨®n gubernamental, a fin de corregir la ley del mercado, era cosa del pasado. Frase inmediatamente percibida como un gui?o a los votantes conservadores; gui?o que ven¨ªa a corregir la disparidad entre discurso y pr¨¢ctica pol¨ªtica del Partido Dem¨®crata y que, en consecuencia, pod¨ªa ser determinante para las aspiraciones de Bill Clinton a un segundo mandato.Desde entonces, y hasta este discurso sim¨¦trico en intencionalidad de Bush, la recuperaci¨®n econ¨®mica de los Estados Unidos no ha hecho mas que consolidarse (dejemos de lado la cuesti¨®n del dur¨ªsimo precio pagado por ello), fortaleciendo correlativamente la imagen de Am¨¦rica como faro para los desheredados del mundo entero, quienes de alcanzar puerto encontrar¨¢n en la clase pol¨ªtica una disposici¨®n muy diferente a la de hace tan s¨®lo unos a?os. Pues el bajo ¨ªndice de paro hace que los votos que cabr¨ªa arrancar explotando los sentimientos de los m¨¢s frustrados por la presencia de inmigrantes no valgan ya electoralmente la pena. M¨¢s rentable es, por el contrario, canalizar favorablemente el sentimiento, creciente en los inmigrantes ya instalados, del privilegio que supone participar en el proyecto americano. Privilegio vivido por ellos como resultado literalmente de la suerte (sentimiento que la Administraci¨®n americana fomenta sorteando anualmente permisos de residencia entre aspirantes del mundo entero). Suerte de la que carecieron los que quedaron en los arcenes de las v¨ªas de inmigraci¨®n clandestina o aquellos que, simplemente, se equivocaron de lugar de exilio: as¨ª esos italianos que, en lugar de dirigirse al Norte, tomaron el camino de las entonces prometedoras Venezuela o Argentina.
La bonanza econ¨®mica quita asimismo aspereza a otros debates. Tal es el caso de la seguridad social, cuya pretendida utilizaci¨®n parasitaria era hace unos a?os objeto de permanente denuncia y no s¨®lo por los republicanos. Caso tambi¨¦n de la inseguridad urbana, de cuya "soluci¨®n" ser¨ªa hoy espejo Nueva York. Ciudad ¨¦sta que provocaba fobia en el visitante cuando mostraba sin tapujos el complemento sombr¨ªo de su imagen literaria de lugar de ra¨ªces intr¨ªnsecamente perdidas (a saber: figuras humanas marcadas por el desarraigo efectivo y condenadas a vivir entre despojos de la abundancia ambiental). Ciudad hoy, "limpia y laboriosa", gracias a la acci¨®n de su mod¨¦lico alcalde Giuliani; acci¨®n m¨¢s o menos escrupulosa pues ya se sabe que "no se puede cocinar con guantes blancos".
La concurrencia de estos factores explica la pertinencia del discurso de Bush, pronunciado ante una audencia literalmente multicolor, con marcada presencia de negros, asi¨¢ticos e hispanos, adem¨¢s de grupos de j¨®venes, mujeres de toda condici¨®n social, y jubilados visiblemente dependientes de subsidios y asistencia m¨¦dica. Para todos ellos tuvo Bush palabras no ya reconfortantes, sino edificantes. As¨ª, tras haber denunciado como intolerable el que riqueza, tecnolog¨ªa, educaci¨®n y ambici¨®n tengan contrapunto en pobreza, c¨¢rcel, drogadicci¨®n y desesperanza, Bush se mostr¨® tambi¨¦n justiciero ante aquellos que se atienen a lo que, "satisfaciendo el cuerpo, no enriquece sin embargo el alma".
El orador no olvid¨® ciertamente el flanco tradicional de su parroquia, reivindicando el "derecho a la vida" como complemento de los valores familiares y exigiendo la "restauraci¨®n de la moral militar". Mas significativo fue que en estos extremos estuviera previamente apoyado por el alcalde hispano de El Paso y el general de color Colin L. Powell. Respaldo que contrastaba con significativas ausencias, a saber la de aquellos conservadores ya faltos de sitio, por ser reacios a aceptar que el proyecto que Bush propone para Am¨¦rica sea efectivamente asumible tanto por dem¨®cratas como por republicanos. Como asumibles por ambos eran ya los mensajes de campa?a de Clinton en 1996 y a¨²n en 1992.
Pues cuando la reducci¨®n objetiva del margen de maniobra en lo social, lejos de ser vivida como una mutilaci¨®n para el proyecto genuino, es interiorizada hasta el extremo de otorgarle legitimidad moral y racional (cosa que han efectuado tanto los "dem¨®cratas" en Estados Unidos como los "socialdem¨®cratas" en Europa), entonces queda realmente abolida la diferencia pol¨ªtica y con ella la posibilidad misma de una diferencia en los discursos. De ah¨ª lo intercambiable de las palabras de Bush con las que hubiera podido pronunciar cualquier candidato con probabilidades, de uno u otro partido. Palabras tan propias... como las de cualquiera, es decir, palabras insignificantes, pues s¨®lo cabe significaci¨®n real cuando lo que se articula es reflejo de un posicionamiento comprometedor, o sea, portador de diferencia.
De la pantalla bidimensional flu¨ªa en esa noche de la Convenci¨®n Republicana un rosario de m¨¢ximas de solidaridad y tolerancia que escuch¨¢bamos con esa venda en los ojos con la que (seg¨²n Marcel Proust) se escuchan las dulces palabras de la falsa amante. Tal tisana edificante ha sido bautizada como "conservadurismo piadoso", el cual, por degracia, no es monopolio de los conservadores. Pues a ¨¦l est¨¢n abocados todos aquellos que (intr¨ªnsecamente pesimistas y nihilistas) estiman que la miseria es un inevitable aspecto sombr¨ªo del aspecto luminoso de las sociedades; el equivalente de lo que el polo de la senectud es al polo de la juventud. Frente a tal capitulaci¨®n del discurso pol¨ªtico, su restauraci¨®n pasa por recordar que la miseria no es integrante constitutivo sino ap¨¦ndice postulento de la condici¨®n humana; ap¨¦ndice que de ninguna manera ha de ser objeto de tratos bals¨¢micos, sino de expectaci¨®n all¨ª donde reside su matriz, a saber, en el funcionamiento degenerado del cuerpo social.
V¨ªctor G¨®mez Pin es catedr¨¢tico de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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