JORGE SEMPR?N, ESCRITOR ?Qu¨¦ haces con el olor a carne quemada?
Jorge Sempr¨²n veranea con sus nietas. Una de ellas tiene 16 a?os y, al parecer, es una parisina compacta. Su abuelo le pregunt¨® qu¨¦ le gustar¨ªa hacer este a?o. La joven pidi¨® una semana de toros. Por eso la familia est¨¢ ahora en Dax, una peque?a ciudad francesa de las Landas, tomada por mozos con pa?uelo rojo, cante grande y la indescriptible excitaci¨®n del toro.Pregunta. ?En 1968 a¨²n era usted marxista?
Respuesta. Eh... Sigo siendo marxista. El marxismo como instrumento de an¨¢lisis social me parece v¨¢lido. Otra cosa es que sea un instrumento ¨²til de transformaci¨®n.
P. "Los fil¨®sofos se han dedicado a explicar el mundo. Ahora hay que transformarlo". Marx, m¨¢s o menos.
R. La cruz del marxismo. Y lo que, seguramente, ha llevado a la destrucci¨®n comunista. ?se es uno de los puntos centrales del que ten¨ªa que ser el gran libro de mi vida. Un libro que empec¨¦ a escribir en 1968. Se titula Balance y perspectivas del marxismo. Treinta a?os despu¨¦s sigo en ello, aunque ya sepultado por miles de notas.
P. ?Estaba en Par¨ªs en mayo?
R. Estaba en Par¨ªs. Y aquel a?o tambi¨¦n viaj¨¦ a La Habana, al Congreso Cultural. 1968 fue el final de la alegr¨ªa cubana. Castro hizo un discurso muy pesimista, Cuba est¨¢ sola y cosas por el estilo. Yo ya estaba curado del espanto comunista, porque hac¨ªa cuatro a?os que hab¨ªa abandonado el PCE. Pero aquel discurso me produjo una gran impresi¨®n. Castro hablaba como Sol¨ªs. Lo que puso la puntilla a mi abandono de ese mundo fue el estilo, la ret¨®rica.
P. ?Hubo tambi¨¦n mucha ret¨®rica en Par¨ªs?
R. S¨ª, s¨ª, mucha. La mala la puso De Gaulle, al que yo apreciaba por otras razones, pero del que no pude sufrir nunca su propensi¨®n al grand style, a considerarse Bossuet o Chateaubriand. Aquellos d¨ªas puso otra vez en marcha sus anacr¨®nicas apelaciones a la grandeza de Francia, a la Francia sola, etc. Aunque con ¨¦xito. Estaba con unos amigos, Jean Daniel entre ellos, viendo el discurso en que anunci¨® elecciones, y ellos dec¨ªan que De Gaulle viv¨ªa en otro mundo. Yo les contest¨¦: "Se acab¨® mayo". Y en efecto, gan¨® las elecciones. Su ret¨®rica estaba pasada, pero conmov¨ªa. Tambi¨¦n a los comunistas, que eran muy conservadores y que resultaron los grandes aliados del general. En fin, la ret¨®rica buena estaba en las calles. Los esl¨®ganes de mayo es lo mejor que dej¨® la revuelta.
P. Revuelta, dice.
R. S¨ª, mayo fue una revuelta. Antiautoritaria. Un gran psicoan¨¢lisis colectivo. Fue emocionante vivirlo.
P. ?Por qu¨¦?
R. Humm. La convivialidad podr¨ªamos decir. Par¨ªs, como todas las ciudades, es muy hosca. Cuesta hablar con la gente. A un ciudadano, en la calle, s¨®lo los mendigos le dirigen la palabra. En mayo todo el mundo hablaba con todo el mundo. Lo peor de mayo fue el retorno del leninismo...
P. ?Qu¨¦ quiere decir?
R. Bueno, entre los que hablaban hab¨ªa mucho leninismo aprendido deprisa y corriendo. Mi yerno, por ejemplo, un hombre muy inteligente, se pas¨® tres semanas leninizado. Yo no daba cr¨¦dito. Aunque mayo acab¨® bien: hab¨ªamos hecho la revoluci¨®n, pero, por fortuna, acabamos perdiendo y no tuvimos que asumir los riesgos de la victoria. Aunque hubo un lugar donde se gan¨®: la universidad y la ense?anza, en general: el sistema educativo franc¨¦s a¨²n est¨¢ pagando la factura.
P. En noviembre de 1989, cuando cay¨® el muro, usted era ministro del Gobierno de Espa?a. ?C¨®mo hablaban del acontecimiento en el Consejo?
R. ?En el Consejo?
P. S¨ª, claro.
R. En el Consejo nunca se habl¨® de eso.
P. Ten¨ªa entendido...
R. Nada, en el Consejo de Ministros nunca hubo, al menos mientras yo estuve, una discusi¨®n pol¨ªtica. Se hablaba de presupuestos, de nombramientos, pero discusi¨®n pol¨ªtica... Yo nunca he escuchado una discusi¨®n pol¨ªtica, discusi¨®n pol¨ªtica, digo, ?eh?, sobre ETA en un Consejo de Ministros. Y tampoco sobre la ca¨ªda del muro. Discusiones pol¨ªticas yo las ten¨ªa, al margen del Gobierno, con los ministros con los que me entend¨ªa: el n¨²cleo reformista, digamos. Felipe Gonz¨¢lez, Solchaga, Almunia, etc¨¦tera. Aparte, despachaba sin papeles con el presidente cuando ¨¦l quer¨ªa. Unas conversaciones muy francas y muy libres donde se hablaba de todo.
P. Vivieron ustedes el final del mundo.
R. Desde luego. ?Y hemos sobrevivido! La preocupaci¨®n del presidente era que la Uni¨®n Sovi¨¦tica no se desintegrara. Una vez me envi¨® ante Gorbachov con este mensaje: que mantenga la autoridad federal. No pudo ser. Supongo que Gonz¨¢lez vivi¨® esa desintegraci¨®n como un fracaso.
P. ?Y cree que vivi¨® todo el proceso con el regocijo de un veterano socialdem¨®crata?
R. En absoluto. Felipe Gonz¨¢lez era un dirigente europeo..., tal vez el dirigente europeo m¨¢s consciente del problema. Y lo vivi¨® con gran inquietud.
P. A?os atr¨¢s hab¨ªa dicho que prefer¨ªa morir apu?alado en el metro de Nueva York antes...
R. Que vivir bajo la tiran¨ªa sovi¨¦tica. Una elecci¨®n acertada. El muro hac¨ªa mucho tiempo que hab¨ªa ca¨ªdo. Mire, en la primavera de 1989 fui de visita oficial a Hungr¨ªa. El presidente del Consejo me recibi¨® y cuando le pregunt¨¦ sobre el sistema, me dijo: "Viajamos en un avi¨®n sin radar y las luces del aeropuerto donde debemos aterrizar se han apagado". ?Y era el primer ministro! Lo sorprendente de la ca¨ªda del muro es que tardara tanto.
P. ?Qu¨¦ le preocupa del porvenir?
R. La memoria. Est¨¢n desapareciendo los testigos del exterminio. Bueno, cada generaci¨®n tiene un crep¨²sculo de esas caracter¨ªsticas. Los testigos desaparecen. Pero ahora me est¨¢ tocando vivirlo a m¨ª. A¨²n hay m¨¢s viejos que yo que han pasado por la experiencia de los campos. Pero no todos son escritores, claro. En el crep¨²sculo la memoria se hace m¨¢s tensa, pero tambi¨¦n est¨¢ m¨¢s sujeta a las deformaciones. Luego hay algo... ?Sabe usted qu¨¦ es lo m¨¢s importante de haber pasado por un campo? ?Sabe usted qu¨¦ es exactamente? ?Sabe usted que eso, que es lo m¨¢s importante y lo m¨¢s terrible, es lo ¨²nico que no se puede explicar? El olor a carne quemada. ?Qu¨¦ haces con el recuerdo del olor a carne quemada? Para esas circunstancias est¨¢, precisamente, la literatura. ?Pero c¨®mo hablas de eso? ?Comparas? ?La obscenidad de la comparaci¨®n? ?Dices, por ejemplo, que huele como a pollo quemado? ?O intentas una reconstrucci¨®n minuciosa de las circunstancias generales del recuerdo, dando vueltas en torno al olor, vueltas y m¨¢s vueltas, sin encararlo? Yo tengo dentro de mi cabeza, vivo, el olor m¨¢s importante de un campo de concentraci¨®n. Y no puedo explicarlo. Y ese olor se va a ir conmigo como ya se ha ido con otros.
P. ... ?Qu¨¦ est¨¢ escribiendo?
R. Varias cosas a la vez, como siempre.
P. ?Y aparte de Balance y perspectivas?
R. Ja, ja. Justamente estoy viendo ahora si podr¨ªa sacar de esa masa un ensayo que se llamara Marx, mercado y modernidad. Estoy tambi¨¦n con una novela y con otro relato autobiogr¨¢fico sobre los campos. Despu¨¦s del verano uno de los proyectos se adelantar¨¢ y me concentrar¨¦ en ¨¦l.
P. ?El relato?
R. Eh..., s¨ª, seguramente s¨ª. Trata de algo que me sucedi¨®, que no hab¨ªa explicado antes.
P. ?Por qu¨¦ no lo hab¨ªa hecho?
R. Es tan inveros¨ªmil, que antes prefer¨ª escribir sobre realidades que la gente creyera con m¨¢s facilidad.
P. Hay un acuerdo casi general sobre el car¨¢cter sanguinario del siglo que acaba.
R. ?Qu¨¦ quiere que le diga? Ha sido un siglo muy tr¨¢gico, de muerte masiva. Pero, por ejemplo, el progreso demogr¨¢fico no se ha parado. Es decir, no ha ocurrido lo que pas¨® en Europa durante la Guerra de los Treinta A?os.
P. ?Los supervivientes del siglo le parecen gentes felices?
R. Es dif¨ªcil saberlo, claro. Pero tomemos el campesino pobre, que es la clase sufriente por naturaleza. No hay duda de que nunca ha vivido mejor.
P. El siglo dejar¨¢ alguna ense?anza moral preponderante.
R. S¨ª, una que me parece muy importante: la sociedad no puede cambiarse, pero el hombre, s¨ª.
P. As¨ª pues, Rimbaud no iba desencaminado.
R. ?En absoluto! Rimbaud es el gran profeta de la modernidad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.