?Me est¨¢s oyendo, in¨²til?
En un pa¨ªs donde la vida sexual es un asunto herm¨¦tico, la pasi¨®n requiere de complicadas estrategias para ser "leg¨ªtima". Aunque algunos intr¨¦pidos promueven sus depilaciones m¨¢s ¨ªntimas en los anuncios clasificados de la prensa, la mayor¨ªa de los mexicanos se apoya en la canci¨®n rom¨¢ntica para transmitir o templar sus emociones.Las serenatas han contribuido a que criaturas muy renuentes se animen a bajar del balc¨®n o el condominio. La doble tarea de Ovidio de ayudar al cortejo y aliviar a los rechazados encarna entre nosotros en voces acompa?adas de guitarras. En los albores del siglo XXI, la principal sacerdotiza del coraz¨®n mexicano es Paquita la del Barrio, quien rara vez aparece en otro foro que no sea su sal¨®n en la popular colonia Guerrero de la Ciudad de M¨¦xico. El sitio parece la sede de un sindicato transformada en cabaret por la urgente decisi¨®n de una asamblea.
?Hay un Max Weber del sentimiento capaz de clasificar al p¨²blico de Paquita en arquetipos? El mexicano tristemente tradicional, que considera que su hombr¨ªa se pone en entredicho si cambia los pa?ales de sus hijos, rara vez se asoma por ah¨ª. Lo mismo ocurre con las mujeres que llevan el sometimiento en la mirada y contemplan el piso como un espect¨¢culo inagotable. Los matrimonios consolidados, es decir, los que no se separan ni se dirigen la palabra, se quedan en su casa, ejercitando el arte de imaginar los pecados de los otros: "?Te has fijado que come muchas galletas?, debe tener problemas mentales"...
Pero hasta en M¨¦xico, donde el PRI gobern¨® durante 71 a?os, las cosas cambian, y Paquita se ha propuesto redefinir los protocolos amorosos. Su aspecto desaf¨ªa la convenci¨®n. En un territorio donde las cantantes rom¨¢nticas suelen ser s¨ªlfides de pelo flam¨ªgero y escotes patrocinados por Wonderbra, la mujer del Barrio lleva su sobrepeso con aplomo y encara al p¨²blico con rictus de gravedad. Enfundada en sus inmensos vestidos de terciopelo, parece una gran dama de la Academia al borde de una temible disertaci¨®n. Pero sus mensajes son m¨¢s elocuentes: Paquita representa la respuesta femenina al M¨¦xico casto y com¨²n, donde las mujeres s¨®lo cantan si son unas "perdidas" profesionales o si est¨¢n lavando la ropa, y donde los hombres disponen de libertad y repertorio para abordar en p¨²blico los problemas que causan las mujeres. Jaime Sabines, el poeta m¨¢s recitado del pa¨ªs, resumi¨® esta actitud en dos versos: "Bendita entre todas las mujeres / t¨², que no estorbas". En el m¨¢s conocido de sus himnos, Paquita responde: "Tres veces te enga?¨¦: la primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera por placer". Aunque usa el rencor de combustible, enciende la llama de la pasi¨®n.
A las cuatro de la tarde, el local de Paquita se llena de mujeres solas, amas de casa fugitivas que vienen de hacer las compras (en el guardarropa dejan bolsas con legumbres) y beben un refresco antes de ir a preparar la cena. Un poco m¨¢s tarde, llegan oficinistas en busca de una peque?a opci¨®n de caos. Por alguna causa insondable, en M¨¦xico se considera sexy que las mujeres tengan un fleco rizado en la frente. Tal es el distintivo de las secretarias acompa?adas por bur¨®cratas con trajes color vientre de pez.
Estamos ante una consolidada instituci¨®n del M¨¦xico sentimental: el segundo frente, la amante que se subordina a su jefe en la oficina, los hoteles de paso y los ba?os de vapor del centro de la ciudad. Los llamados a la libertad pueden tener efectos parad¨®jicos: el gerente invita a la recepcionista al local de Paquita, no para que se libere como una Bovary de u?as anaranjadas, sino para que, en el confuso romper de las amarras, acepte un "amor prohibido".
Hacia las diez de la noche, aparece gente de ojos despistados, sorprendida de verse reflejada en los espejos. Son los solitarios que han hecho una cita a ciegas por Internet. De acuerdo con Manuel Vicent, las conquistas cibern¨¦ticas ocurren al rev¨¦s: de dentro hacia fuera. La mente tiene prioridad sobre el aspecto. Las sofisticadas hipocres¨ªas de la vida mexicana hacen que los enamorados prefieran sincerarse en la realidad virtual. Ante la dif¨ªcil cuesti¨®n de reunirse en un sitio extra?amente verdadero, los ciberamantes optan por escenarios extremos, propicios para decepcionarse de una vez por todas o amarse para siempre. En el sal¨®n de Paquita, las parejas que ya se aman con desparpajo digital se estudian en tercera dimensi¨®n durante dos horas de canciones de amor insumiso.
Los ¨²ltimos en llegar (adem¨¢s de esos camaleones de la noche que parecen narcos, judiciales en asueto o simples extras que contribuyen al color local con sus lentes oscuros y sus camisas de seda imitaci¨®n leopardo) son los universitarios ¨¢vidos de valores vern¨¢culos. En nuestra peculiar ¨¦poca, para llegar a lo aut¨¦ntico, hay que hacer turismo sociol¨®gico.
Desde el escenario en el que oficia como un mito contempor¨¢neo, Paquita revisa a su auditorio. Su rostro es el de una parlamentaria ante una crisis de gobernabilidad. De pronto, localiza a un hombre de bigote brav¨ªo o sonrisa beat¨ªfica, es decir, a alguien resignado a estar ah¨ª, e interrumpe la canci¨®n para increparlo con el lema que la ha vuelto c¨¦lebre: "?Me est¨¢s oyendo, in¨²til?".
Lo mejor de la noche es que los hombres no contestan.
Juan Villoro (Ciudad de M¨¦xico, 1956) es autor de La casa pierde, editada por Alfaguara.
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