Blanca esperanza lejana
La paz, esa utop¨ªa que vaga entre nosotros buscando acomodo, reafirma su condici¨®n de inconstante con cada suspiro de vida que se pierde en los atentados. Es natural creer en ella, pero es realista desconfiar de su durabilidad. La ineficacia del di¨¢logo queda patente con cada estruendo de violencia, ya sea en la calle quemando autobuses, ya sea con el tiro en la nuca o con la bomba lapa; su manera de hablar los delata como salvajes, inhumanos, despojos de una sociedad reunidos bajo una mal entendida causa contra la opresi¨®n, que hace ya d¨¦cadas dej¨® de existir en este pa¨ªs.Pero necesitan esa raz¨®n para poder justificar sus actos, ya poco cre¨ªbles hasta para ellos mismos. La convicci¨®n de unos pocos arrastra tanto a los que callan como a los que dudan; todos ellos forman un grupo que consideran homog¨¦neo, sin fisuras ideol¨®gicas, pero que roza m¨¢s la locura colectiva que el patriotismo desmedido.
En la otra cara de la moneda, los pol¨ªticos, unos que se creen el pueblo, otros que se alejan del mismo; todos, en definitiva, lejos de pretender una resoluci¨®n r¨¢pida y sin condiciones pol¨ªticas, demasiado obcecados en no retroceder en sus posturas de partido, demasiado c¨®modos conociendo al culpable de los males que afligen a esta sociedad como para pretender acabar con ¨¦l.
Y en medio de todos, nosotros, un pueblo asustado, lleno de inseguridad, tratando de vivir el d¨ªa a d¨ªa sin tener que volver la vista a cada disparo, a cada asesinato, a cada asesinado. Con las manos blancas de paz, pero vac¨ªas de esperanza, uni¨¦ndonos a los gritos de "basta ya", pero convencidos de que nadie los escucha, sabiendo que a cada frase de ¨¢nimo que nos dirigen se les enfrentan las voces de unos intolerantes disconformes, sintiendo que nuestras palabras se ahogan entre sus insultos y sinti¨¦ndonos, en definitiva, tan in¨²tiles como el ¨¢rbol que no da fruto ni sombra.- Jos¨¦ Enrique Gavil¨¢n Gavil¨¢n. Bilbao.
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