En el callej¨®n JOAN DE SAGARRA
Sevilla, 8 de septiembre, mediod¨ªa, 43 grados de temperatura. ?Jo¨¦, qu¨¦ cal¨®! Hay que ser muy amigo de Salvador para soportar este castigo, para aceptar su invitaci¨®n de viajar un fin de semana a Sevilla con semejante temperatura. Pero resulta ser que uno, efectivamente, es muy amigo de Salvador, de Salvador T¨¢vora, el de La Cuadra de Sevilla, y resulta ser que uno est¨¢ dispuesto a soportar cualquier castigo meteorol¨®gico con tal de ver en la Real Maestranza de Sevilla, en funci¨®n ¨²nica, el ¨²ltimo espect¨¢culo de Salvador: Don Juan en los ruedos, "¨®pera popular de caballos y cantes en el marco est¨¦tico de una corrida andaluza (a la usanza del siglo XIX)". Y m¨¢s si se tiene en cuenta que, am¨¦n del escenario, van a lidiarse en la Maestranza, en esa calurosa noche del viernes 8 de septiembre, dos toros de las ganader¨ªas de los hermanos Sampedro y Toros de la Plata por el matador de toros Javier Conde y el joven rejoneador ?lvaro Montes. Y que uno, por la amistad con que le honra Salvador, ha sido invitado a presenciar ese espect¨¢culo desde el callej¨®n de la Real Maestranza sevillana.Nunca hab¨ªa pisado el callej¨®n de la Maestranza sevillana, nunca me hab¨ªa fumado un habano detr¨¢s de uno de sus burladeros, nunca hab¨ªa estado tan cerca del m¨ªtico albero y, la verdad, me hac¨ªa una ilusi¨®n como a un ni?o unos zapatitos nuevos.
El espect¨¢culo estaba anunciado a las diez de la noche, pero no empez¨®, entre los pitos y la bronca del p¨²blico, hasta 15, 20 minutos m¨¢s tarde (?lvaro Montes, el rejoneador, toreaba esa tarde en Utrera y, al parecer, hab¨ªa encontrado problemas en la carretera que le llevaba a Sevilla). Cuando se apagaron las luces de la plaza y el pueblo -empieza el espect¨¢culo- irrumpi¨® con sus antorchas en el ruedo, yo llevaba ya un buen cuarto de hora fum¨¢ndome mi habano tras un burladero. Cerca de m¨ª hab¨ªa un hombre con el pelo cano, apoy¨¢ndose en un bast¨®n, al que otros dos, gentes del toro, llamaban Miguel y que, al parecer, hab¨ªa sido mozo de estoques de Juan Belmonte. Huelga decir que el coraz¨®n me iba a cien y mi habano parec¨ªa una de las chimeneas del Lusitania.
De lo primero que me percat¨¦ fue de la enormidad de la plaza, del ruedo. Acostumbrado a los 20, 25, 30 metros de los escenarios europeos, los 62 metros de di¨¢metro de la Maestranza me produjeron, desde el callej¨®n, una sensaci¨®n de p¨¢nico. Sensaci¨®n que se hizo todav¨ªa m¨¢s evidente cuando apareci¨® el torero y lo vi all¨ª, en medio del ruedo, completamente solo. De noche, en el callej¨®n, descubr¨ª esa soledad del torero que otras tardes, en esa misma plaza, se me ocultaba tras el ritual del pase¨ªllo, la m¨²sica, los aplausos y los murmullos del p¨²blico. En el espect¨¢culo de Salvador, la soledad del torero se mostraba desnuda, a la luz de la luna. Soledad del torero, del seductor, del burlador, del hombre libre, sin Dios, contra Dios. Soledad de Don Juan. Y envolviendo, arropando esa soledad, el silencio de la Maestranza, un silencio de m¨¢s de 10.000 corazones; un silencio que se oye, que se escuchaba, estrepitosamente.
"?Te ha gustado?", me preguntaron cerca de dos horas despu¨¦s, al finalizar el espect¨¢culo. Y yo no sab¨ªa qu¨¦ responder. Les hablaba de la enormidad de la plaza, del p¨¢nico que hab¨ªa experimentado, de la soledad del torero, del silencio de la plaza, y de la imagen de don ?ngel Peralta montado en un caballo albino, un caballo de plata; un centauro llamado ?ngel Peralta, el cual, con sus 75 a?os confesados y sus 80 reales, persegu¨ªa a una Do?a In¨¦s, monja felliniana, por el albero de la Maestranza sevillana. Un don ?ngel Peralta convertido en un Don Juan libre, corriendo a galope por los campos de Andaluc¨ªa.
"?Te ha gustado?", preguntaban. Y yo sonre¨ªa, diciendo que s¨ª, que mucho, mientras pensaba en aquel chaval, Salvador T¨¢vora, que en 1950 hab¨ªa hecho su debut como novillero en la plaza de Utrera, y al a?o siguiente lo hab¨ªa refrendado en la Maestranza sevillana -donde lleg¨® a cortar un rabo-, y que nueve a?os m¨¢s tarde, en la plaza de Palma de Mallorca, dej¨® definitivamente los trastos tras dar muerte al toro que se llev¨® la vida del rejoneador Salvador Guardiola, del que T¨¢vora era el sobresaliente.
?Qu¨¦ deb¨ªa sentir Salvador en la noche del viernes, al verse no s¨®lo aceptado, sino aclamado en su Maestranza, junto a la figura m¨ªtica de don ?ngel Peralta, gran se?or del rejoneo?
Salvador se aparta cada vez m¨¢s del teatro, de un cierto, aproximativo teatro tradicional, con el que hab¨ªa coqueteado, para volver al mundo de su infancia, al mundo del toro. Ser¨¢ dif¨ªcil arrancarle del albero, de la soledad de la plaza, de ese silencio estrepitoso del torero-actor jugando con el toro. Corre el riesgo de quedar atrapado en el coso, en la soledad de ese coso en la que so?aba hace ya algunos a?os, cuando me hablaba de un espect¨¢culo, en la Maestranza, con Curro Romero y Camar¨®n, y de que acabe repiti¨¦ndose, como se repet¨ªa Kantor con sus fantasmas. Bueno, y si se repite, qu¨¦. Qui¨¦n no dar¨ªa un dedo de la mano por volver a ver, esa misma tarde, en el teatro Poliorama, La clase muerta, de Kantor. Y, qui¨¦n sabe, lo mismo llega un d¨ªa en que borracho de tanto repetirse, Salvador imita a Kantor, salta al ruedo y nos mata un toro. Salvador no ha hecho m¨¢s que reencontrarse con el albero, con la soledad de la plaza, con el estrepitoso silencio... Salvador ha vuelto a ser un chaval, tiene mucho camino, mucho albero por delante.
P. S. Le pregunto a Salvador sobre el contencioso que tiene con la Generalitat catalana y el Ayuntamiento barcelon¨¦s a ra¨ªz de prohibirle la lidia de un toro en la plaza Monumental de Barcelona. Me dice que el caso, ganado en primera instancia, ha vuelto a manos del juez, y que conf¨ªa en obtener una sentencia favorable. "Sin embargo", me dice, "el problema, en caso de que nos dieran la raz¨®n, ser¨ªa esta vez otro: la familia Bala?¨¢. La empresa de la plaza Monumental no se muestra interesada como parec¨ªa en un principio. Al parecer, no quiere problemas con las instituciones catalanas".
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