Por el fin de la inocencia
La lectura del reciente art¨ªculo de Juan Aranzadi en estas p¨¢ginas (Conmigo o contra m¨ª, 6 de septiembre de 2000) deja, a mi juicio, un sabor agridulce, impresiones contradictorias y la duda de si el razonamiento que presenta es parte de la soluci¨®n o parte del problema. Vayan por delante mi admiraci¨®n y mi apoyo incondicionales hacia quien ha mantenido y mantiene una actitud de coraje c¨ªvico, pol¨ªtico e intelectual en circunstancias especialmente dif¨ªciles y en un medio en que tal conducta no abunda. Pero me parece necesario, si no urgente, se?alar que, en mi opini¨®n, una parte de sus argumentos, en gran medida compartidos desde bandos muy distintos, perjudica tanto como ayuda a la necesaria clarificaci¨®n de actitudes ante el terrorismo nacionalista, sus socios estables y sus compa?eros de viaje.La primera parte del razonamiento del profesor Aranzadi es impecable y, sin duda, tremendamente oportuna. El dilema (o ultim¨¢tum) "con ETA o con la Constituci¨®n y el Estatuto de Gernika" esconde, dice, una doble falacia: que para oponerse al terrorismo haya que ser dem¨®crata y que para ser dem¨®crata haya que aceptar esta Constituci¨®n y este Estatuto. Efectivamente, no cabe negar el pan y la sal, ni mucho menos el espacio pol¨ªtico, a los no dem¨®cratas pac¨ªficos ni a los independentistas dem¨®cratas, por ejemplo, aunque no se compartan sus posiciones.
Pero, en la segunda mitad del art¨ªculo, sorprende leer que "es absolutamente deshonesto descalificar Lizarra como un pacto con asesinos", o que el PNV "se limit¨® a dejar que pasara a primer plano su lado soberanista". El pacto con HB-ETA no debe ser descalificado porque se hizo "para que dejaran de matar", y el apego que el nacionalismo democr¨¢tico sigue profes¨¢ndole no ser¨ªa sino un leg¨ªtimo, razonable y hasta saludable intento de "capitalizaci¨®n de la derrota pol¨ªtica de HB y del miedo de ETA a su derrota policial". No demonicemos al PNV, sepamos apreciar su profesi¨®n de fe democr¨¢tica, dejemos que siga su b¨²squeda del pacto con el entorno etarra y, si es el ¨²nico que puede lograr que ETA deje de matar y que HB se incorpore a las instituciones, adelante, pues bien est¨¢ lo que bien acaba.
Esta argumentaci¨®n me parece insostenible tanto en un plano inmediato, ya que da p¨¢bulo a la actual estrategia etarra, como en un sentido m¨¢s profundo, pues pone en cuesti¨®n los fundamentos mismos de una sociedad civilizada, libre y justa. En el plano puramente estrat¨¦gico, o t¨¢ctico, Aranzadi parte de que, puesto que ETA ha de ser consciente de que no puede derrotar militarmente al Estado y de que el terrorismo pierde apoyo, resulta oportuno ofrecerle una salida que acelere su abandono de las armas en vez de arrostrar un innecesario reguero de asesinatos. Por otra parte, nada hay de ileg¨ªtimo en que los nacionalistas se unan en el pacto de Estella-Lizarra para defender juntos la soberan¨ªa y/o la independencia, siempre que sea por m¨¦todos pac¨ªficos y democr¨¢ticos. Aqu¨ª hay dos errores b¨¢sicos en la descripci¨®n misma: el primero reside en que Estella-Lizarra no fue simplemente un pacto entre los nacionalistas (PNV, EA y HB-EE, con el impagable a?adido de IU, revelador del alcance del problema), sino entre ¨¦stos y ETA; el segundo, en que tampoco fue una simple uni¨®n de todo el nacionalismo y alg¨²n seudoizquierdismo para hacer juntos lo que ya pod¨ªan hacer por separado, sino un intercambio de radicalizaci¨®n independentista ("en los fines") por moderaci¨®n democr¨¢tica ("en los medios"). Algo as¨ª como la versi¨®n vasca de la estrategia de paz en Oriente Pr¨®ximo: paz por territorios, o renuncia al terrorismo a cambio del lanzamiento del "¨¢mbito vasco de decisi¨®n", ese pastiche que abarcar¨ªa desde las elecciones auton¨®micas hasta la Asamblea transauton¨®mica y transnacional de municipios y, a la menor ocasi¨®n, un refer¨¦ndum sobre la independencia. Pero que ETA no pueda derrotar militarmente al Estado no quiere decir que no pueda conseguir objetivos pol¨ªticos por medios militares, y esto es algo que saben bien ETA y HB, alimentan PNV y EA (prescindamos ya de IU) y olvida Aranzadi. Ver en Estella-Lizarra la incorporaci¨®n del nacionalismo radical a la v¨ªa pac¨ªfica y democr¨¢tica es como creer que, al entregar la bolsa al ladr¨®n que amenaza nuestra vida (pero que tambi¨¦n afronta nuestra respuesta o la pena criminal), lo traemos al redil del amor al pr¨®jimo.
En mi opini¨®n, salvo que se est¨¦ dispuesto a regalarles la independencia de Euskadi imponi¨¦ndosela a una mayor¨ªa que no la ha pedido, no hay nada, ni grande ni peque?o, que se pueda negociar con ETA y su entorno, excepto los t¨¦rminos de su rendici¨®n. Cualquier esperanza de negociaci¨®n, sobre lo que sea, no hace sino alimentar la convicci¨®n de ETA y su entorno de que la lucha paga. Las ¨²nicas perspectivas del terrorista deber¨ªan ser pudrirse en la c¨¢rcel, morir en el intento o arrastrar el resto de su vida la conciencia de la inutilidad y la inmoralidad de sus cr¨ªmenes. Pero, si el Estado parece que dej¨® claro hace ya tiempo que ETA no obtendr¨ªa as¨ª sus fines pol¨ªticos ¨²ltimos, actitudes como la de Estella-Lizarra, las cr¨ªticas al Gobierno por su inmovilismo durante la tregua, los pronunciamientos de personajes inesperados sobre la necesidad de negociar y, sobre todo, la permanente ambig¨¹edad del PNV, no hacen sino proclamar que s¨ª cabe conseguir, en cambio, algunos fines intermedios, desde la radicalizaci¨®n independentista de los otros hasta la reagrupaci¨®n de los presos; y, por tanto, no hacen sino dar fuelle al terrorismo. El precio de Estella-Lizarra es ¨¦se: que ETA ha recuperado, adem¨¢s del aliento, la convicci¨®n de que puede conseguir algo por las armas, aunque s¨®lo sea por dejarlas despu¨¦s de haber hecho correr tanta sangre.
Pero el problema, creo, es m¨¢s de fondo que un conjunto de consideraciones estrat¨¦gicas y, por ello, a fin de cuentas, instrumentales. El problema es la recurrente consideraci¨®n de que ETA y su entorno defienden unos fines leg¨ªtimos por medios ileg¨ªtimos, lo cual explicar¨ªa y justificar¨ªa el acercamiento a ella de quienes comparten aqu¨¦llos, pero no ¨¦stos: "Cierto que Lizarra representa que ETA y el PNV comparten sus fines. Pero quienes, sin la m¨¢s m¨ªnima simpat¨ªa por esos fines, creemos que el problema fundamental son los medios (es decir, la muerte como instrumento pol¨ªtico) nos preguntamos en virtud de qu¨¦ se niega al PNV el di¨¢logo y la legitimidad para incorporarse a un 'bloque democr¨¢tico' contra ETA". Otros, con m¨¢s cinismo, podr¨ªan a?adir, como Boulay de la Meurthe, que cada nuevo asesinato etarra "es peor que un crimen, es un error" (es lo que viene a hacer EA cuando repite que ETA perjudica al nacionalismo); o, con m¨¢s candidez, podr¨ªan asombrarse, como Gabriel Jackson (EL PA?S, 25 de enero de 2000), de que personas "por lo dem¨¢s decentes" maten una y otra vez creyendo "que sirven a una buena causa".
Parece que incluso a los adversarios m¨¢s sinceros de la violencia les costara admitir que la convivencia pac¨ªfica entre las personas no es simplemente un medio mejor que otros de alcanzar cual-
quier fin pol¨ªtico, sino un fin en s¨ª mismo, y un fin de orden superior. Se trata de una confusi¨®n parecida -pero m¨¢s grave- a la que, no hace mucho, llev¨® a tanta gente a pensar que se podr¨ªa y se deber¨ªa sacrificar la libertad pol¨ªtica a la igualdad econ¨®mica (la dictadura del proletariado como v¨ªa al comunismo), lo que les conden¨® a perder ambas. En Una teor¨ªa de la justicia, John Rawls, el m¨¢s brillante representante del liberalismo bien entendido, define la sociedad justa por dos principios que pueden identificarse, respectivamente, con la libertad (todos deben tener unos derechos y libertades b¨¢sicos) y la igualdad; este ¨²ltimo, a su vez, subdividido en una especie de m¨¢ximin distributivo (las instituciones desiguales s¨®lo son aceptables si con ellas mejora la posici¨®n de todos y, en particular, de los peor situados) y la igualdad de oportunidades (todas las posiciones deben estar abiertas a todos). No voy detenerme aqu¨ª en cada uno de ellos, harto discutibles, pero s¨ª quiero subrayar la forma en que propone relacionarlos, lo que denomina un orden lexicogr¨¢fico consecutivo: "?ste es un orden que nos exige satisfacer el primer principio en la serie antes de que podamos pasar al segundo, el segundo antes de que consideremos el tercero, y as¨ª sucesivamente. Ning¨²n principio puede intervenir a menos que los colocados previamente hayan sido satisfechos o que no sean aplicables".
Al orden propuesto, que podr¨ªa denominarse, menos esot¨¦ricamente, una escala de valores, le falta algo que en el contexto norteamericano puede parecer innecesario por obvio, pero entre nosotros se echa en falta como el agua en el desierto: antes incluso que los derechos y libertades pol¨ªticas, y por encima de ellos, est¨¢ el derecho a la vida, a no ser asesinado ni v¨ªctima de ning¨²n tipo de violencia f¨ªsica. Esta escala de valores es el fundamento de la convivencia humana, que ha de ser pac¨ªfica, libre e igualitaria, en ese orden y no en ning¨²n otro. La renuncia a la violencia sobre las personas (paz, desmilitarizaci¨®n, civilizaci¨®n), la regulaci¨®n libre y democr¨¢tica de las relaciones entre ellas (libertad, democracia) y una distribuci¨®n equitativa de los recursos con que satisfacer sus necesidades (igualdad, equidad, justicia distributiva) son los grados sucesivos de la convivencia.
Las dictaduras populistas y comunistas ofrec¨ªan igualdad a cambio de libertad y dejaron a todos sin una ni otra. ETA y HB-EE ofrecen, con el aplauso o la comprensi¨®n de alg¨²n que otro sicofante, lo que ellos consideran libertad (nacional) a cambio de vida. En ambos casos se sacrifica un bien superior en el altar de otro inferior. De momento, el resultado es que, mientras un pu?ado de iluminados nacionalistas (abertzales o dem¨®cratas) especulan sobre las libertades nacionales y los derechos colectivos, el com¨²n de los vascos de carne y hueso (lo sean por ius sanguinem o por ius soli) ha perdido ya las m¨¢s elementales libertades: circular por la calle o expresar sus opiniones sin miedo, como tan bien ha explicado Enrique Echebur¨²a (Terrorismo, miedo y vida cotidiana, EL PA?S, 11 de septiembre de 2000). En el delirio extremo se puede proponer cambiar justicia econ¨®mica por vida, como cuando los GRAPO atentan, arriesgando vidas humanas, contra las agencias de empleo o las empresas de trabajo temporal.
En todos y cada uno de estos casos, y en otros similares, el problema no est¨¢ en una elecci¨®n err¨®nea de los medios, ileg¨ªtimos, para conseguir unos fines leg¨ªtimos, sino en la reducci¨®n a medios de lo que son fines prioritarios, con la consiguiente subversi¨®n de la escala de valores en que ha de basarse cualquier forma de sociedad, sea vasca o espa?ola, socialista o capitalista, parlamentaria o autoritaria. Lo que cabe exigir al nacionalismo democr¨¢tico, y al pueblo vasco en general, no es que elijan entre la violencia y el Estatuto, ya que una y otro son inconmensurables, sino que dejen de buscar y que rechacen cualesquiera transacciones entre el plano del respeto a la vida y el plano de la organizaci¨®n de la libertad, rompiendo definitivamente con quienes, en el primero, se sit¨²an del lado de la violencia y la muerte. La defensa de la vida es incondicional, y, por tanto, quien no la haga suya se sit¨²a en otro bando.
Quiz¨¢ la mejor expresi¨®n del equ¨ªvoco al que me refiero est¨¦ en otro pasaje del art¨ªculo de Juan Aranzadi: aquel que afirma la imposibilidad de la equidistancia entre los bandos por "la superioridad moral de un Estado que ha abolido la pena de muerte sobre una 'organizaci¨®n armada' que mata a quien se le antoja". En sentido estricto, no tengo nada que objetar a lo que aqu¨ª se dice, pero s¨ª a lo que no se dice, pues ese silencio (del que en realidad no s¨¦ si participa o no el autor, pero lo hace otra mucha gente) es la mejor expresi¨®n de lo que podr¨ªamos llamar la edad de la inocencia, o, si no se quiere ser tan amable, del papanatismo de la izquierda frente a ETA (que, para ser sincero, yo tambi¨¦n he padecido). No s¨®lo el Estado que ha abolido la pena capital, sino tambi¨¦n el que la mantiene frente al asesinato por cualesquiera motivos, y hasta el terrorismo de Estado, son moralmente superiores al terrorismo actual de ETA. Salvo quien piense que, as¨ª como el cristiano debe poner la otra mejilla, el dem¨®crata o el pacifista deben dejarse matar, se convendr¨¢ en que lo ¨²nico que justifica la muerte del otro es la leg¨ªtima defensa. Los problemas de la pena de muerte son muchos (dudas sobre su efectividad disuasoria, condicionamiento del valor absoluto de la vida como bien a proteger, car¨¢cter de venganza, irreversibilidad en caso de error), pero, aun as¨ª, puede concebirse como una medida de autodefensa por la que la sociedad intenta evitar que el criminal repita su acci¨®n, disuadir de antemano a otros criminales en potencia y disuadir al propio criminal antes de su acto al anticiparle las peores consecuencias. Por m¨¢s que puedan repetir el argumento sus detractores, la sociedad no se pone con ella a la altura del criminal, sino que se mantiene muy por encima.
Lo ¨²nico moralmente a la altura de la actual ETA es el franquismo, en la medida en que, como ella, era capaz de arrebatar la vida a sus adversarios pol¨ªticos sin que ¨¦stos hubieran recurrido a la violencia (mediante ejecuciones, torturas, disparos contra manifestaciones). S¨®lo frente a aquel Estado unilateralmente terrorista ten¨ªa sentido la respuesta etarra. El equivalente a la tan celebrada ETA de anta?o, que acab¨® con el torturador Manzanas o hizo volar al alev¨ªn de dictador Carrero, fueron, por cierto, los GAL: la respuesta sangrienta a una ETA que ya hab¨ªa perdido cualquier posible justificaci¨®n. Pero tanto en la ETA antifranquista heroica como en los GAL vemos ya el problema: de aquellos polvos, estos lodos, pues pronto los medios -es decir, los fines superiores sacrificados- terminan dominando todo el proceso. Gandhi y Mandela pusieron en pie hermosos proyectos de convivencia y democracia en las condiciones m¨¢s adversas porque, aun en ellas, supieron mantener no s¨®lo los valores de la vida, la libertad y la igualdad, sino la prioridad entre ellos. En el extremo opuesto, los GAL y ETA producen en masa Amedos y Pakitos, unas figuras entre las que no logro ver la m¨¢s m¨ªnima diferencia, como tampoco la veo entre los skinheads filonazis que atacan a los extranjeros o a los hinchas contrarios y los jovencitos abertzales que acosan a los no nacionalistas: camadas criminales para la sociedad, por muy legales o muy majos que puedan ser entre ellos mismos.
A pesar del t¨®pico, la violencia del oprimido no es esencialmente distinta de la violencia del opresor, salvo que ¨¦ste sea en s¨ª mismo violento, aut¨¦nticamente violento. Pero entonces esa distinci¨®n se convierte en otra: leg¨ªtima defensa frente a violencia agresiva, que es algo bien diferente. Cualquier parecido entre esto y el contencioso sobre el Estatuto, la Constituci¨®n o la independencia es no pura coincidencia, sino pura paranoia, y por eso la alternativa al terrorismo s¨®lo puede estar en la ruptura inequ¨ªvoca con quienes lo amparan y en la eficacia policial.
Mariano Fern¨¢ndez Enguita, actualmente en la London School of Economics, es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa en la Universidad de Salamanca.
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