?Basta ya!
Por principio me niego a firmar manifiestos en los cuales mi firma resulte obvia. Por ejemplo, manifiestos "a favor de la cultura" o "contra el hambre en el mundo". Creo que uno s¨®lo debe expresar p¨²blicamente su postura cuando esta postura sea fruto de la reflexi¨®n e incluso de la resoluci¨®n de un dilema. Y como he firmado el manifiesto "?Basta ya!", me gustar¨ªa exponer las razones que me han impulsado a ello.Como no soy pacifista, no creo que todas las guerras son iguales. Lo mismo me ocurre con el terrorismo. Deploro todas las muertes, pero no condenar¨ªa a rajatabla algunos actos desesperados de los que la Historia nos ha dejado constancia. ?sta me parece una actitud ¨¦tica en la medida en que me obliga a resolver en cada caso un dilema, con el consiguiente riesgo de error. Si ahora expreso mi rechazo a la violencia de ETA, no lo hago, pues, por una actitud aprior¨ªstica. Tampoco lo hago desde ninguna posici¨®n pol¨ªtica. Aqu¨ª no se trata de juzgar las razones que puedan motivar las acciones de ETA, sino los m¨¦todos. Otro d¨ªa hablaremos de las virtudes y defectos del nacionalismo. Ahora estamos hablando de tiros. Por lo dem¨¢s, estoy de acuerdo en que el llamado problema vasco es complejo y requiere una soluci¨®n pol¨ªtica, pero no creo que esta soluci¨®n corresponda exclusivamente a los pol¨ªticos.
Ante todo, creo importante que una cosa quede clara: los asesinatos de ETA no son admisibles desde ning¨²n punto de vista. Primero, porque violan el derecho de todo ser humano a la vida, y esto es algo muy serio, que a menudo olvidamos cuando nos ponemos a especular. Parad¨®jicamente, los que hemos tenido la fortuna, casi milagrosa, de haber nacido y vivido siempre en paz, consideramos este derecho como algo abstracto: nada ni nadie nos privar¨¢ de seguir viviendo salvo una enfermedad o un accidente. El que existan muchas personas como nosotros que viven en continua zozobra es algo que sabemos, pero que adjudicamos a otros pa¨ªses, o a otras ¨¦pocas, y, en todo caso, a la secci¨®n de noticias. Pero no es lo mismo matar que no matar. Segundo, porque ETA mata fr¨ªamente, como parte de un plan a medio o largo plazo. Las v¨ªctimas, elegidas por razones de comodidad o en funci¨®n de una vaga representatividad, s¨®lo son medios para mejorar la posici¨®n negociadora de quienes planifican y ordenan esas muertes. Esto es particularmente repugnante.
Tambi¨¦n me parece reprobable la utilizaci¨®n de los j¨®venes con la misma finalidad. Por definici¨®n, los j¨®venes son idealistas, propensos a las actitudes emocionales, inclinados a la acci¨®n y al riesgo. Manipular estas tendencias con fines pol¨ªticos es una grave irresponsabilidad. Tambi¨¦n es reprobable utilizar su capacidad de ilusi¨®n y entrega con fines comerciales. En ambos casos se aplica la expresi¨®n "venderles una moto".
Estas reflexiones no van dirigidas a ETA ni a sus partidarios. Bien s¨¦ que no las tomar¨¢n en consideraci¨®n. En realidad me dirijo a quienes, como yo, no tenemos nada o casi nada que ver con este asunto. Uno de los peligros de la democracia es que nos puede llevar a pensar que los problemas colectivos los han de resolver los pol¨ªticos y la opini¨®n p¨²blica formularla los periodistas. En t¨¦rminos generales, as¨ª es. Para los que no aspiramos al poder ni a la gloria y lo que m¨¢s nos gusta es que nos dejen hacer nuestra santa voluntad, la democracia es un sistema id¨®neo, porque s¨®lo nos obliga a votar de cuando en cuando y, si no nos da la gana, ni siquiera a eso. Esta actitud puede resultar menos simp¨¢tica cuando subimos el volumen del televisor para no o¨ªr los gritos de auxilio del vecino.
Ya s¨¦ que hay quien dice que el problema vasco s¨®lo incumbe a los vascos. Tal vez ser¨ªa as¨ª si la magnitud de los hechos no trascendiera esos l¨ªmites geogr¨¢ficos. Es cierto que un crimen es un crimen all¨ª donde se cometa, pero mi experiencia vital hace que a m¨ª no me afecte igual un crimen cometido en Cachemira que en Bilbao. No es il¨®gico y contradictorio, sino humano. Adem¨¢s, vivimos en un mundo de principios gen¨¦ricos, y algunos hechos revisten un valor simb¨®lico que compromete a quien los contempla m¨¢s que otros de sus mismas caracter¨ªsticas. Hace unas d¨¦cadas, la guerra de Vietnam trastorn¨® la conciencia de la gente en los pa¨ªses occidentales como no lo hab¨ªa hecho la guerra de Corea o la de Argelia. Lo mismo hab¨ªa sucedido antes con la Guerra Civil espa?ola. Tengo la impresi¨®n de que en estos momentos la situaci¨®n en el Pa¨ªs Vasco est¨¢ desbordando sus m¨¢rgenes para convertirse en un problema de conciencia para quienes lo vivimos como espectadores de primera fila. En definitiva, nos importan poco las modalidades del proceso de soluci¨®n y los nombres y las siglas de quienes lo lleven adelante. Esto es algo que habr¨¢ que dilucidar en su d¨ªa. Pero, por ahora, basta ya.
Y una ¨²ltima consideraci¨®n. El uso de las palabras nos hace olvidar su significado. As¨ª est¨¢ ocurriendo o ha ocurrido ya con las palabras terrorismo y terrorista. Un terrorista no es un individuo que ha obtenido este t¨ªtulo en un examen, y el terrorismo no es una escuela de pensamiento. El terrorista incide decisivamente en la realidad e infunde terror, y para que exista terrorismo tiene que haber una colectividad aterrorizada. En este sentido, una visita superficial al Pa¨ªs Vasco en estos momentos produce desconcierto. Pocos parajes hay m¨¢s placenteros en Europa. Reina la calma y la gente se comporta con la cordialidad que siempre la ha caracterizado. Y no hay zona del mundo donde se coma mejor. La muerte, la amenaza y la extorsi¨®n existen, pero la vida no s¨®lo sigue, sino que florece. Por supuesto, hay mucha gente que hace o¨ªr su voz o trata de hacerlo, con el consiguiente riesgo, pero el ambiente general parece ir en otra direcci¨®n. Lo mismo nos ocurre a los que vemos la situaci¨®n desde fuera. Todos lamentamos los incidentes cuando se producen y luego seguimos viviendo como buenamente podemos. Esta actitud es admirable cuando se adopta frente a una calamidad inevitable. Pero yo creo que ahora es todo lo contrario.
Nada m¨¢s f¨¢cil que decir estas cosas cuando se ven los toros desde la barrera. Yo no s¨¦ lo que har¨ªa si fuera vasco, nativo o de adopci¨®n, para el caso es lo mismo; si mi vida afectiva, profesional y social dependiera de mi posici¨®n respecto de este asunto. No soy especialmente valiente, y comprendo bien a los que prefieren vivir en paz con su entorno inmediato mientras las circunstancias se lo permitan. Pocas situaciones hay que no se puedan sobrellevar de d¨ªa en d¨ªa, pensando que ya llegar¨¢ el momento de reaccionar, pero no hoy, no ahora.
La literatura al uso presenta una imagen agresiva y virulenta de los reg¨ªmenes opresivos, pero la realidad no siempre es as¨ª. Una vez se imponen por la violencia, los reg¨ªmenes opresivos, institucionales o de hecho, suelen crear condiciones de vida confortables e incluso gratas para quien no se mete en camisa de once varas. Los que conocimos el largo crep¨²sculo que fue el franquismo sabemos que la mayor¨ªa de la gente llevaba una vida pasablemente buena y muchos viv¨ªan francamente bien. A los que no conocieron esa etapa o ya la han olvidado, conviene recordarles que ese bienestar implicaba vender el alma al diablo, y que el diablo siempre se cobra sus deudas. Y los que s¨ª lo recodamos hemos de tomar partido.
Eduardo Mendoza es escritor.
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