Praga: suma y sigue RICARD GOM? / JOAN SUBIRATS
Hace s¨®lo unos meses pod¨ªa resultar ex¨®tico contemplar a miles de manifestantes, en abigarrada confusi¨®n, tratando de impedir una reuni¨®n de los m¨¢s altos dignatarios del comercio y la econom¨ªa mundial en Seattle. Poco despu¨¦s la cosa se repiti¨®, con mayor o menor fortuna, en Washington. En abril de este a?o, Michel Camdessus, tras su dimisi¨®n de la direcci¨®n del Fondo Monetario Internacional (FMI), manifestaba a este peri¨®dico que "la pobreza puede hacer estallar este sistema", pero menospreciaba a los que defend¨ªan mariposas, selva amaz¨®nica y derechos laborales al mismo tiempo. Y hace unos d¨ªas, en estas mismas p¨¢ginas, el actual presidente del Banco Mundial, James Wolfenshon, confesaba, despu¨¦s de manifestar que estaba de acuerdo con los manifestantes en muchas cosas: "Hemos subestimado la capacidad de protesta de las ONG". Todo ello ocurre tras una aparente revisi¨®n por parte del FMI y del Banco Mundial de los postulados que, desde el a?o 1989, se conocen como el consenso de Washington.En efecto, la ortodoxia que preconizaban las todopoderosas instituciones (basada en fuerte contenci¨®n del gasto social, liberalizaci¨®n comercial, amplias facilidades para la inversi¨®n extranjera, profundo programa de privatizaciones y amplia desregulaci¨®n) y que tanta influencia tuvo en las reformas econ¨®micas de muchos pa¨ªses, fue t¨ªmidamente puesta en entredicho al final de la pasada d¨¦cada. De pronto, los gurus econ¨®micos de Washington descubrieron que sin instituciones fuertes y sin s¨®lidas bases de capital social, las recetas macroecon¨®micas eran insuficientes. Pero el da?o ya estaba hecho, y los afectados por la confusi¨®n washingtoniana se contaban por decenas de miles. La desigualdad y la pobreza aumentaban mientras la nueva econom¨ªa, libre de las ataduras estatales, avanzaba sin cortapisas hacia un mercado mundial en el que las posibilidades y m¨¢rgenes de beneficio no conoc¨ªan parang¨®n.
Ahora bien, la globalizaci¨®n no brinda s¨®lo oportunidades a los inversores o a los especuladores. La llamada "interdependencia compleja" (m¨²ltiples canales entre sociedades, y no s¨®lo entre estados; m¨²ltiples temas en cuesti¨®n sin nadie capaz de establecer jerarqu¨ªas entre ellos; y la creciente irrelevancia de usar la amenaza o la fuerza entre estados que dependen unos de otros) genera un escenario pol¨ªtico en el que se dan altos niveles de mundializaci¨®n econ¨®mica, social y ambiental. A la sombra de Internet ha crecido una coalici¨®n de entidades, organizaciones y grupos de todo pelaje que, aun teniendo ante s¨ª el reto de forjar su propia credibilidad, est¨¢n minando las del FMI, la Organizaci¨®n Mundial del Comercio, la OCDE o el Banco Mundial (la llamada cuadrilateral), colocando en una situaci¨®n dif¨ªcil a lo que hasta hace poco parec¨ªa ¨²nica alternativa econ¨®mica posible.
En Seattle, Washington y Praga se reunieron algunos de los que en todas partes de mundo piensan que no hay cambio hist¨®rico sin perdedores y ganadores. La nueva econom¨ªa y la globalizaci¨®n econ¨®mica aumentan sin parar las desigualdades, sin que exista capacidad alguna de control democr¨¢tico de quienes, en el seno de las organizaciones econ¨®micas internacionales, deciden el destino de millones de personas en el mundo. Casi la mitad de la poblaci¨®n mundial vive con menos de dos d¨®lares al d¨ªa, y cerca de una cuarta parte cuenta con s¨®lo un d¨®lar diario. Y la distancia se acrecienta de d¨ªa en d¨ªa. Desnutrici¨®n, analfabetismo y sobreexplotaci¨®n infantil no dejan de acompa?arnos. Frente a esa dram¨¢tica realidad, frente a los que dicen que eso son s¨®lo "efectos no previstos", los que han acudido a Praga se sienten atra¨ªdos por las crecientes posibilidades de crear una "internacional civil" que pueda constituirse finalmente en interlocutor plural de la ortodoxia econ¨®mica y mercantil.Y sus protestas van haciendo mella. Los responsables de esos organismos internacionales dicen que son conscientes de su falta de legitimidad pol¨ªtica y buscan v¨ªas de reforma. Algunos pa¨ªses, como Canad¨¢, proponen congelar de inmediato el pago de la deuda externa de los pa¨ªses m¨¢s pobres. Las multinacionales tratan de ofrecer un rostro m¨¢s social, menos mercantilizado, conscientes de que en los consumidores puede ir haciendo mella el mensaje de su despiadado proceder en muchos pa¨ªses del Tercer Mundo.
Mientras, se discuten alternativas. Unos simpatizan con la llamada tasa Tobin de gravamen sobre el movimiento de capitales. Otros reclaman la inmediata cancelaci¨®n de la deuda externa. Y las reivindicaciones cruzan los m¨¢s inesperados senderos: desde la lucha contra los transg¨¦nicos y la uniformizaci¨®n alimenticia hasta la protesta por la deforestaci¨®n o la reivindicaci¨®n de un comercio justo. Pero aquellos que se afanan en querer demostrar la confusi¨®n y falta de unidad de los manifestantes se olvidan de que todos ellos tienen claro qui¨¦nes son sus enemigos, y mientras, sus filas se engrosan aqu¨ª y all¨¢. Praga no es un final de etapa; es s¨®lo una demostraci¨®n m¨¢s de que necesitamos nuevas formas de legitimaci¨®n pol¨ªtica. La mundializaci¨®n ha supuesto primero el triunfo del mercado sobre la pol¨ªtica, para despu¨¦s erosionar las bases de legitimaci¨®n y autonom¨ªa de los Estados, incapaces de poder decidir nada sobre sus econom¨ªas internas. Los gritos de Praga pueden sonar confusos, pero reclaman que se d¨¦ sentido a un proceso que hace crecer la insatisfacci¨®n, la desigualdad y la miseria, buscando construir una globalidad alternativa que permita abrigar nuevas esperanzas.
Ricard Gom¨¤ y Joan Subirats son profesores de Ciencia Pol¨ªtica de la UAB.
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