El empecinamiento en el error
El saber convencional, la sabidur¨ªa establecida, la opini¨®n pol¨ªticamente correcta, ha proclamado como una verdad indiscutible que la soluci¨®n de los problemas del terrorismo pasa de modo indispensable por el protagonismo y la colaboraci¨®n del PNV. El saber convencional suele hablar del nacionalismo moderado. Un eufemismo que no s¨®lo contribuye a diferenciar al PNV del nacionalismo radical, sino que, principalmente, sirve para situar la barrera que separa a los dem¨®cratas de los que no lo son, y a la gente de bien, de los asesinos. Ha sido tan amplio el consenso en torno a esta afirmaci¨®n que ni siquiera ahora, en momentos de notoria cr¨ªtica social y pol¨ªtica hacia los comportamientos del PNV, es frecuente que se ponga en cuesti¨®n su contenido principal. Se critica con decisi¨®n la estrategia de Lizarra, el comportamiento del lehendakari y las declaraciones de Arzalluz. Pero hasta las cr¨ªticas m¨¢s acerbas aspiran, como m¨¢ximo, a acelerar el cambio de actitud del PNV en relaci¨®n con sus comportamientos de los ¨²ltimos dos a?os. Con la intenci¨®n, nada disimulada, de poder predicar de nuevo el viejo axioma de la sabidur¨ªa convencional: la soluci¨®n del terrorismo pasa por el PNV. Y es que si el PNV no hubiera dado el giro soberanista que representa Lizarra, nada habr¨ªa llevado a poner en duda la correcci¨®n de esa convicci¨®n y, por ende, de la estrategia pol¨ªtica seguida por la democracia espa?ola desde 1977.No trato de sustituir una asentada convicci¨®n por su contraria con un par de capotazos. Por eso confieso que he sido un ferviente defensor del papel estrat¨¦gico que al PNV le corresponde en la soluci¨®n del terrorismo. Y, todav¨ªa, nada me gustar¨ªa m¨¢s que poder seguir defendiendo con razones la plausibilidad de esta afirmaci¨®n. Lamentablemente, hace tiempo que no encuentro estas razones, m¨¢s all¨¢ de mis deseos y de la esperanza nunca abandonada de que las cosas sean de otro modo. Pero, en este terreno, conviene evitar algo tan frecuente como peligroso: la confusi¨®n de los piadosos deseos con la triste realidad como base de una estrategia efectiva contra el terrorismo.
Reconozcamos una cosa: los datos no confirman la efectividad del compromiso del nacionalismo moderado en la lucha contra el terrorismo. No se trata s¨®lo de Lizarra, ¨²ltima y m¨¢s conocida deriva justificativa de la estrategia de ETA. Se trata de una actitud que tiene otras muchas expresiones y que nace de la afirmada identificaci¨®n de fines entre el nacionalismo violento y el nacionalismo moderado. Si la coincidencia de fines existe y la diferencia s¨®lo est¨¢ en los medios, estamos ante una colosal perversi¨®n pol¨ªtica que permite al nacionalismo moderado jugar con todas las ventajas anejas al poder legal de que disfruta nada menos que en favor de la deslegitimaci¨®n del propio marco democr¨¢tico. Es lo que se conoce como el discurso del problema pol¨ªtico vasco. En el Pa¨ªs Vasco hay un problema pol¨ªtico pendiente de resolver, dicen los nacionalistas y quienes les acompa?an. Una obviedad tan v¨¢lida para el Pa¨ªs Vasco como para los muchos lugares donde se cuecen habas. Pero si uno se adentra en ella, la afirmaci¨®n es tan expresiva como preocupante. Lo que se afirma es que, como algunos no parar¨¢n de matar hasta que se les d¨¦ la raz¨®n que democr¨¢ticamente no han ganado, m¨¢s vale que nos aprestemos a d¨¢rsela aunque no la tengan. Una decisi¨®n que, sobre ahorrar sangre y dolor, ser¨ªa bien vista por quienes dicen coincidir en los fines con los que matan, aunque nunca hayan concurrido a unas elecciones para defender esos confesados fines. A esta coincidencia de planteamientos de unos y otros se le llama el problema pol¨ªtico vasco. Unos matan porque hay un problema cuya existencia es confirmada y avalada por quienes no matan pero gobiernan. Y unos y otros dicen compartir la soluci¨®n al problema: que los dem¨¢s piensen como ellos o les dejen actuar como si pensaran como ellos.
Esta base pol¨ªtica de apoyo objetivo es la que ha servido para que el problema del terrorismo no pudiera separarse nunca de las decisiones pol¨ªticas. No, como algunos se imaginan, porque el nacionalismo radical lo exigiese, sino porque lo demandaba y hasta lo impon¨ªa el nacionalismo moderado que negociaba en los ¨¢mbitos institucionales.
El debate sobre el presunto dilema entre las medidas pol¨ªticas y las medidas policiales, prolongado hasta hoy en el discurso nacionalista, ha ocupado el centro del escenario. La colaboraci¨®n con el Estado de derecho de las autoridades pol¨ªticas vascas se ve¨ªa limitada por la falta de avance pol¨ªtico, primero; por la cicater¨ªa de las transferencias, despu¨¦s, y siempre, por la ausencia de reconocimiento suficiente a la existencia de un problema pol¨ªtico singular en el Pa¨ªs Vasco que, faltar¨ªa m¨¢s, s¨®lo pod¨ªa resolverse con medidas pol¨ªticas. Cu¨¢les fueran estas medidas no era ni es preciso definirlo de una vez y para siempre. Antes pudo ser el propio Estatuto de Autonom¨ªa; despu¨¦s, una transferencia atascada; ma?ana, la negociaci¨®n del cupo; pasado ma?ana, el reconocimiento del derecho de autodeterminaci¨®n, y en ¨²ltima instancia, la exigencia del derecho a superar, por decisi¨®n unilateral de la comunidad nacionalista, el marco institucional democr¨¢ticamente vigente. En los ¨²ltimos meses, esta estrategia permanente de victimismo y deslegitimaci¨®n institucional ha recibido un nombre que la sintetiza: el ¨¢mbito vasco (nacionalista) de decisi¨®n. Si ¨¦ste no se acepta, el problema pol¨ªtico vasco seguir¨¢ sin resolverse. Y, en consecuencia, aunque algunos nacionalistas, moderados ellos, lo lamenten mucho, otros nacionalistas, menos moderados ellos, seguir¨¢n pensando que la violencia debe persistir. Y, como tienen bien acreditado, se llevar¨¢n por delante a quien pillen m¨¢s a mano. Con buen cuidado, eso s¨ª, de que la comunidad nacionalista que les apoya o les corteja en silencio no se sienta agredida. M¨¢s de ochocientas personas asesinadas hasta ahora son el resultado visible de este feroz an¨¢lisis y de una no menos cruel conjunci¨®n de esfuerzos. Un an¨¢lisis que ha llevado a la infamante mixtura de la violencia y la pol¨ªtica.
Las cosas no vienen de ahora, sino de viejo. Hasta 1988 -con la excepci¨®n de la Declaraci¨®n Institucional del Parlamento vasco tras el asesinato de D¨ªaz-Arcocha, antecedente inmediato del Pacto de Ajuria Enea- fue imposible encontrar una formulaci¨®n com¨²n de nacionalistas y no nacionalistas en la lucha contra el terrorismo. Y cuando se logr¨®, con los efectos sobre ETA reconocidos por Joseba Arregui, dur¨® mucho menos de lo deseable. Pero la unidad de los dem¨®cratas parec¨ªa m¨¢s el resultado coyuntural de la debilidad nacionalista que el fruto de una convicci¨®n sostenida. Por aquellas fechas, el PNV gobernaba en coalici¨®n con el PSE-PSOE, tras una dolorosa escisi¨®n interna. En 1991, el PNV romp¨ªa ya objetivamente con Ajuria Enea al negociar con ETA el trazado de la autov¨ªa de Leizar¨¢n. Luego se unir¨ªa el PP a la voladura controlada de Ajuria Enea, por si eso ayudaba a ganar las elecciones de 1996, aunque hoy sea feo recordarlo. Los sucesos de Ermua y la rebeli¨®n c¨ªvica que se gest¨® llevaron al PNV a la necesidad de acercarse a los partidos no nacionalistas. Pero la aproximaci¨®n tampoco pod¨ªa durar, porque hab¨ªa mucho en juego. Y el PNV se apresur¨® en la b¨²squeda de una justificaci¨®n a la separaci¨®n del resto de fuerzas democr¨¢ticas. Que, naturalmente..., encontr¨®.
Cuando los datos son tan tercos resulta inevitable preguntarse por qu¨¦ la verdad convencional sigue empe?ada en sostener lo que, hasta ahora, no ha ocurrido. Temerosa, al parecer, de que la situaci¨®n pudiera, todav¨ªa, empeorar, insiste en ignorar que los avances en la lucha social, pol¨ªtica y policial contra el terrorismo no son principalmente el resultado de la colaboraci¨®n del nacionalismo moderado, sino, lamentablemente para todos, un resultado obtenido a su pesar.
Y si los acontecimientos m¨¢s recientes, Lizarra y lo que sigue, no son un mero accidente de recorrido, sino la expresi¨®n precisa de una estrategia nunca abandonada, aunque ahora brutalmente radicalizada, por qu¨¦ habr¨ªamos de confiar en el PNV y el nacionalismo moderado para hallar el desenlace de este prolongado drama sangriento.
Sin duda son muchos los electores del PNV que, mantengan o no su tradicional lealtad electoral, est¨¢n deseando un giro radical en la direcci¨®n de su partido. Y es verdad que para muchos de ellos es incomprensible que se identifiquen sus fines con los de ETA. Tambi¨¦n ellos guardan fresco el recuerdo de las declaraciones de Arzalluz en otros tiempos neg¨¢ndose a dise?ar el futuro del Pa¨ªs Vasco sobre la avanzada base tecnol¨®gica de la plantaci¨®n de berzas.
La democracia espa?ola ten¨ªa que incorporar a las nacionalidades hist¨®ricas y acabar con el terrorismo. Hizo un dep¨®sito de confianza en el PNV y hasta le otorg¨® una generosa prima con la que pudiera consolidar su hegemon¨ªa pol¨ªtica en la sociedad vasca frente a otras opciones igualmente vascas y democr¨¢ticas. Ni Su¨¢rez ni Gonz¨¢lez dudaron en apoyar al PNV para que pudiera jugar ese papel. El inter¨¦s general se situ¨® claramente por encima del partidario. La respuesta nacionalista, sin embargo, ha estado y est¨¢ muy lejos de ser satisfactoria. No es ya un problema de relaciones de lealtad entre partidos, por relevante que resulte para sus protagonistas. Estamos ante un problema de fiabilidad democr¨¢tica, de confianza social, de cr¨¦dito pol¨ªtico hacia el comportamiento del nacionalismo.
Que esta reflexi¨®n es amarga salta a la vista. La realidad, en ocasiones, tambi¨¦n lo es. Naturalmente que vendr¨ªa bien que el PNV quisiera estar de modo permanente con los partidos democr¨¢ticos. Y que ocurriera en el futuro lo que no ha ocurrido en el pasado ni ocurre en el presente. Pero ya no podemos esperar a ver qu¨¦ deciden y cu¨¢ndo lo deciden. Mucho menos podemos fiar la estrategia pol¨ªtica de los dem¨®cratas a que los nacionalistas cambien de actitud. Hasta ahora, les hab¨ªamos otorgado la prima que proporciona nuestra renuncia a movernos si no era en su compa?¨ªa. Es posible que en adelante, si constatan que nos movemos, decidan no quedarse solos y volver con los dem¨®cratas. Pero ser¨¢ su elecci¨®n. Con un riesgo para nosotros: que prefieran seguir acompa?ando a Arnaldo Otegui hacia la tierra prometida.
Veinte a?os de experiencia y centenares de muertos parecen demasiados a?os y demasiados muertos para seguir sosteniendo verdades convencionales que los datos de la realidad no confirman. Una suerte de empecinamiento en el error, de gratuita contumacia, de la que ya va siendo hora de que nos desprendamos. Por doloroso que nos resulte.Juan Manuel Eguiagaray es diputado del PSOE por la regi¨®n de Murcia.
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