"Las mujeres est¨¢n condenadas al silencio"
Calor sofocante, tierra roja y vegetaci¨®n verde intenso. Luz cegadora, mestizaje en cada rostro y una tensi¨®n escondida en cada gesto. ?se fue el escenario que encontr¨® Carmen Gallart cuando en enero de 1999 lleg¨® a Asunci¨®n, la capital de Paraguay. Se march¨® a un pa¨ªs que en apariencia vive ya diez a?os de democracia. Sab¨ªa que le esperaban la pobreza, la miseria, una mayor¨ªa de mujeres maltratadas a las que se ha propuesto ayudar a recuperar sus derechos fundamentales, una sociedad rural, analfabeta y aislada, el poder econ¨®mico y social concentrados en pocas familias, al m¨¢s puro estilo feudal. No sospechaba que la violencia tambi¨¦n estaba en la calle, que a cuatro cuadras de su casa ser¨ªa testigo de uno de los episodios de la historia reciente de Paraguay que m¨¢s hizo temer la vuelta de los militares al poder. El 23 de marzo de 1999 ca¨ªan asesinados cerca de la c¨¦ntrica plaza de la Democracia el entonces vicepresidente, Luis Mar¨ªa Arga?a, y su guardaespaldas. Las calles se llenaron de protesta.
Tres d¨ªas despu¨¦s, siete j¨®venes mor¨ªan acribillados a balazos en un enfrentamiento entre simpatizantes dem¨®cratas y seguidores del ex dictador Oviedo. "No estaba preparada para eso. Hab¨ªa toque de queda, se cerraron las fronteras, la gente -teniendo en cuenta que cualquiera va armado- estaba al borde de un conflicto civil. No se sab¨ªa qu¨¦ iba a pasar. La amenaza de golpe de Estado crec¨ªa por d¨ªas. Me advert¨ªan de que comprara panificados (comida basada en harina). Una parte de m¨ª se aferr¨® a que eso tambi¨¦n ten¨ªa que vivirlo".
No esconde que tuvo miedo, que en su proceso de adaptaci¨®n se debat¨ªa entre la soledad y el empe?o en lo que fue una decisi¨®n personal buscada y perseguida. Ahora, casi dos a?os despu¨¦s, de paso por Valencia, confiesa que es otra persona, que ha descubierto en ella capacidades que est¨¢ convencida nunca hubieran aflorado en la "comodidad del primer mundo".
A pesar de haber trabajado con enfermos de sida en Valencia, de haber conocido los contrastes de la situaci¨®n de la mujer en Argentina -donde trabaj¨® varios meses-, de visitar India; el d¨ªa a d¨ªa en los asentamientos que rodean Asunci¨®n le ha ense?ado, entre otras cosas, "a convivir con la frustraci¨®n y la inestabilidad". Se ha acostumbrado a las dificultades y las ha convertido en "aliadas".
El voluntariado para Naciones Unidas, que asegura le coloca en una posici¨®n privilegiada, le ha permitido investigar los factores socioculturales que causan la violencia dom¨¦stica contra las mujeres. Su trabajo de campo le ha llevado a convivir en los barrios marginales que rodean la capital, a s¨®lo diez kil¨®metros del centro.
All¨ª se concentran paraguayos llegados de las zonas del interior, sin formaci¨®n alguna, sin dinero, hacinados en construcciones de chapa, con agua potable pero sin electricidad. Ha encontrado mujeres con muchos hijos, de diferentes parejas, "jefas de hogar de menos de 30 a?os, sin recursos, que sufren una enorme presi¨®n social y soportan como algo natural la violencia del compa?ero sentimental en una espiral que parece imparable".
Su labor ha consistido en hacer talleres, en trabajar la autoestima y fomentar la capacitaci¨®n, en impulsar la toma de conciencia de que la violencia no es sin¨®nimo de amor "como popularmente creen". Todo sin olvidar que para transitar por los asentamientos "hay que entrar de d¨ªa y salir de d¨ªa, cruzar el puente que salva la cloaca al amparo de la luz".
Donde Carmen se adentra, los hombres celebran a tiros la victoria de su equipo de f¨²tbol favorito, "descargan sobre sus mujeres la depresi¨®n por la falta de trabajo, la vida no vale un d¨®lar, los m¨¢s peque?os venden cualquier cosa en los colectivos (autobuses) -Unicef cuantifica en un 34% los ni?os de entre 7 y 13 a?os que trabajan-, el dolor femenino no se puede exteriorizar, est¨¢n condenadas al silencio".
Una de las peores escenas vividas fue cuando, tras una reuni¨®n, Carmen pregunt¨® a una de las mujeres porqu¨¦ estaba seria, sin hablar.
La respuesta fue un mazazo. "Me cont¨® que dos d¨ªas antes, al volver de Asunci¨®n con su pareja, les atracaron a pocos metros del asentamiento -donde no hay taxi que quiera llevarte ni coche alguno que se pare-, el hombre plant¨® cara a los delincuentes y aqu¨¦llos le acuchillaron. Mientras se desangraba en sus brazos, la mujer ped¨ªa socorro a gritos. Por fin, un veh¨ªculo se detuvo, les llev¨® al hospital pero ¨¦l ya era cad¨¢ver. Los vecinos y la familia la acusaban de haberle dejado morir. S¨®lo despu¨¦s de un buen rato fue capaz de llorar, y lo hizo desde la culpa". No es una historia excepcional.
Carmen se siente capaz de adaptarse a cualquier cosa, pero preferir¨ªa no volver a Valencia de momento.
Su sue?o es encontrar recursos para crear una casa de acogida, un albergue, y conocer c¨®mo est¨¢n las c¨¢rceles de mujeres para desarrollar talleres de capacitaci¨®n con ellas. Pretende viajar a Ciudad del Este, fronteriza con Brasil, Argentina y Bolivia, conocida por el elevado ¨ªndice de prostituci¨®n, tr¨¢fico de armas y delincuencia. "All¨ª hay una prisi¨®n que me asusta s¨®lo pensar en qu¨¦ condiciones deben vivir. Las mujeres no disponen de espacio propio. Quiero llegar hasta ellas. Paraguay, seg¨²n Naciones Unidas, tiene una poblaci¨®n reclusa de la que el 70% no ha sido juzgada. Imag¨ªnate qu¨¦ puede uno encontrar. Un horror".
"Aunque he tenido la suerte de verlo todo, porque en Asunci¨®n se concentra lo que define a un pa¨ªs de cinco millones y medio de habitantes, no he agotado la experiencia. Quiero seguir alg¨²n tiempo m¨¢s".
A pesar ello, Carmen se siente en Paraguay absolutamente aislada del resto del mundo. Ella, como el escritor Augusto Roa Bastos, paraguayo y exiliado en Argentina, cree que Paraguay es una isla rodeada de tierra. Sus experiencias hacen que ahora viva de otro modo la realidad que antes le era pr¨®xima. "Aqu¨ª me parece que se dramatizan problemas que s¨ª tienen soluci¨®n. Estar lejos y convivir con la falta de recursos te da una perspectiva diferente, la relatividad se apodera de ti sin darte cuenta".
Su implicaci¨®n va a m¨¢s. Dice que se alimenta de "peque?os cambios de actitud en las mujeres". Su aproximaci¨®n al budismo tambi¨¦n le hace encontrar en ella misma la cr¨ªtica y el apoyo, las fuerzas y el descanso. "Me queda mucho por aprender y todo por hacer con las mujeres paraguayas. Aunque mi labor no se mide en cifras, aunque muchas de las cosas que propones no salen y tienes que aprender a vivir con la frustraci¨®n permanente, empezar cada d¨ªa, no dejarte vencer por la burocracia. El sentido de mi vida est¨¢ en seguir peleando para que las mujeres vivan mejor, para que se consideren con derecho a vivir en libertad".
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