Los creyentes, ?somos tontos?
Algunos nos combaten atribuy¨¦ndonos ideas infantiles; su desconocimiento de lo que muchos pensamos y los razonamientos que emplean dan ciertamente esa sensaci¨®n. Sin duda, hay creyentes tontos, como los hay en cualquier lugar. Tambi¨¦n entre los agn¨®sticos; pero algunos no nos recatamos de la admiraci¨®n que sentimos por ciertos agn¨®sticos bien significativos. No hacemos lo mismo que estos publicistas: tenemos cuidado de distinguir entre unos y otros. Yo mismo siento gran veneraci¨®n, y he aprendido mucho de algunos de ellos; recordar¨¦ a premios Nobel, como el fil¨®sofo Bertrand Russell, o al bi¨®logo Jean Rostand, entre los que m¨¢s aprecio. Otros est¨¢n apartados de cualquier Iglesia, como Freud, Ram¨®n y Cajal o Einstein, y, en mi opini¨®n, son admirables intelectual y humanamente.Supongo que ellos, como estos creyentes de los que hablo, siguieron consciente o inconscientemente el inteligente consejo de santa Teresa: "Buenos, pero no tontos". Todos deb¨ªan recordar lo que predicaron los grandes mentores cat¨®licos de aquel Siglo de Oro, que recordaban a su maestro santo Tom¨¢s: "Creer en Cristo es en s¨ª cosa buena y necesaria para la salvaci¨®n, pero la voluntad s¨®lo consiente en el aspecto que le es propuesto por la raz¨®n, de suerte que si la raz¨®n se lo propone como un mal, la voluntad actuar¨¢ mal, adhiri¨¦ndose a ello", y cometer¨¢ pecado (S.T.I.-II, q. 19). La raz¨®n siempre por delante. Incluso en el caso de que le mande el superior algo contra la conciencia cierta, este santo a?ade en otro lugar que hemos de seguir la conciencia, aun exponi¨¦ndonos a que nos echen de la Iglesia.
Hemos adem¨¢s de tener cuidado los creyentes en no ser aduladores de la autoridad, porque "es muy dif¨ªcil que las autoridades, en medio de la alabanza de los aduladores y de los reverenciosos..., no se hinchen, y dejen de acordarse de que son hombres. Por eso muchos hombres en s¨ª buenos, si son elevados a un alto puesto descienden en su virtud" (De Reg. Princ., I, c. 9). Cosa hoy bien frecuente en nuestra Iglesia actual.
El famoso cardenal san Roberto Belarmino sosten¨ªa que si un mandamiento papal o episcopal es manifiestamente contrario a la ley de Dios tenemos el deber de desobedecerle. Y el cardenal Journet, de la confianza de Pablo VI durante el Concilio Vaticano II, se?al¨® que "la Iglesia es m¨¢s grande y mejor que el Papa..., y el Papa es para la Iglesia, y no al rev¨¦s" (Theologie de l'Eglise).
Por eso no es extra?o que Newman, otro cardenal del siglo pasado, que hoy se le quiere elevar a los altares, dijese que si los anglicanos le daban un homenaje a ¨¦l, que se hab¨ªa vuelto cat¨®lico, y le ped¨ªan que hiciera un brindis por el Papa, brindar¨ªa por ¨¦l, pero antes por la conciencia. ?sa es la aut¨¦ntica postura tradicional, no la obediencia ciega.
Sin embargo, algunos creen que la Iglesia obliga a creer en cantidad de cosas de las que uno no puede apartarse; pero el papa P¨ªo XII aclar¨® que son muy pocas las doctrinas que la Iglesia ha determinado y que se contienen en la Biblia; ¨²nicas que, seg¨²n el ¨²ltimo Concilio, son las verdaderamente definitivas. La casi totalidad de ellas quedan libremente al estudio y discusi¨®n de los expertos, que tienen interpretaciones muy distintas. Y aun ¨¦stas sabemos que no podemos aceptarlas si se oponen a nuestra raz¨®n.
En filosof¨ªa tenemos libertad de pensar de un modo u otro; ni siquiera la filosof¨ªa tomista, tan apreciada por la Iglesia, se requiere para ser cat¨®lico, como el fil¨®sofo Jacques Maritain ense?¨®.
"Inteligencia sin verdad y raz¨®n, sin razonar, son tan anormales como ojos sin su luz correspondiente;(...) el hombre tiene derecho a conocer las cosas a su manera, y su manera es la humana, la razonada", ense?aba el dominico padre Sauras cuando la crisis de la enc¨ªclica Humanae Generis.
Pero todo esto se nos ha ocultado a los fieles corrientes en las clases de religi¨®n o de teolog¨ªa al uso y en los catecismos -como el tradicional del padre Astete-, que ense?aron algo inaceptable cuando preguntan qu¨¦ es lo que creemos y se contesta: "Eso no me lo pregunt¨¦is a m¨ª, que soy ignorante, Doctores tiene la santa madre Iglesia que sabr¨¢n responderos". Nosotros no tenemos que pensar sino obedecerles ciegamente. Se nos hac¨ªa robots, y no seres humanos dotados de raz¨®n.Parece, aparentemente, que las razones que se alegan contra las creencias obligatorias tienen base, y no es as¨ª, si se conociera lo que piensan muchos te¨®logos y biblistas cat¨®licos. Me voy a referir a unas pocas cuestiones que parecen que todo cat¨®lico tiene que pensar poco inteligentemente, dando por supuesto que no ha habido intelectuales creyentes que desde hace mucho tiempo han ense?ado otra cosa m¨¢s en consonancia con la ciencia actual.
La primera es la cuesti¨®n de cuerpo y alma, como componentes del ser humano. Los biblistas cat¨®licos hace mucho que ense?an que en la Sagrada Escritura no se encuentra esa idea porque, seg¨²n san Pablo, somos un "cuerpo ps¨ªquico"; pero no una amalgama de cosas contrapuestas, cuerpo material y alma espiritual. El papel que ha hecho el cat¨®lico La¨ªn Entralgo es ejemplar, para desbancar esa idea griega que asumi¨® el cristianismo despu¨¦s de pasados varios siglos. Y antes que La¨ªn lo han sostenido el director actual del Instituto Superior de Pastoral, siguiendo a esos biblistas cat¨®licos, y recordando que en ning¨²n Credo de los primeros siglos est¨¢ la idea de un cuerpo y un alma, sino s¨®lo de un cuerpo cualitativamente distinto que el puramente animal. Yo lo le¨ª esto por primera vez en dos lugares: en el catecismo de los obispos holandeses, en 1966, y en el fil¨®sofo cat¨®lico franc¨¦s Cl. Tresmontant, diez a?os antes.
El pecado original ya no se puede decir que es un pecado del primer hombre que todos hemos heredado. La lectura que hizo san Agust¨ªn de san Pablo est¨¢ equivocada: "El pecado de Ad¨¢n es verdaderamente el pecado de todos los hombres" (Neues Glaubensbuch, 1973, seg¨²n los prominentes te¨®logos cat¨®licos Pesch y Gr¨¹ndel); es una acci¨®n negativa de todos que influye en nuestros ambientes humanos como un peso muerto.
Y cae por tierra la redenci¨®n justiciera exigida por Dios a Jes¨²s, como si necesitase ese precio vengativo inventado por san Anselmo en el siglo XII. Una idea contraria a la de los Santos Padres griegos y a la teolog¨ªa cristiana oriental. Ser¨ªa injusto y cruel castigar a un inocente en lugar de un culpable, adoptando esa imagen vengativa de un Dios como un s¨¢trapa oriental.
Y ahora que est¨¢ de actualidad hablar en Roma del Big Bang, como si fuera la demostraci¨®n de la creaci¨®n del mundo, y se nos critica como si todos pens¨¢semos as¨ª, se deber¨ªa saber que el fil¨®sofo cat¨®lico, el dominico padre Sertillanges, combati¨® esta ingenua interpretaci¨®n seudocient¨ªfica antes de que se hablase del Big Bang. Y que hablar de creaci¨®n a partir de la nada es una infantilidad intelectual, porque la nada, nada es, y nada puede salir de ella.
Cuidado de no caer en ideas sin base razonable, actitud que critic¨® santo Tom¨¢s, exigiendo que no cay¨¦semos los creyentes en la risa de los no creyentes.
E. Miret Magdalena es te¨®logo seglar.
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