Eco y el cardenal Martini: dos intelectuales en di¨¢logo
El Premio Pr¨ªncipe de Asturias ha sido concedido este a?o a dos intelectuales italianos con una relevante presencia cr¨ªtico-p¨²blica en los ¨¢mbitos cultural y religioso durante el ¨²ltimo cuarto del siglo XX: al cardenal Martini, arzobispo de Mil¨¢n, en el ¨¢rea de Ciencias Sociales, y al escritor Umberto Eco en el de Comunicaci¨®n. No es la primera vez que ambos intelectuales han tenido la oportunidad de encontrarse. Hace cinco a?os llevaron a cabo una sugerente correspondencia epistolar en la revista Litoral a trav¨¦s de ocho cartas cruzadas -cuatro de cada uno-, que despertaron un inter¨¦s inusitado entre los lectores y las lectoras, y tuvieron un amplio eco en los medios de comunicaci¨®n. El debate se abri¨® a otros seis interlocutores italianos: dos fil¨®sofos, dos pol¨ªticos y dos periodistas, quienes expusieron sus puntos de vista sobre los planteamientos de Martini y Eco, y fue publicado posteriormente en un libro titulado ?En qu¨¦ creen los que no creen? Un di¨¢logo sobre la ¨¦tica en el final del milenio.El di¨¢logo epistolar entre ambos constituye todo un ejemplo de tolerancia y respeto entre personas que se ubican en tradiciones culturales y religiosas distintas, as¨ª como de elegancia dial¨¦ctica y finura literaria entre intelectuales que se desenvuelven con soltura en el mundo de la comunicaci¨®n. Los dos interlocutores se muestran plenamente libres en la exposici¨®n de sus puntos de vista y no se atienen a los estereotipos proyectados previamente sobre ellos. Se trata, como reconoce Eco, de "un intercambio de reflexiones entre hombres libres". El arzobispo Martini no juega el papel de apologeta que defiende las verdades de la fe apelando a las definiciones dogm¨¢ticas y descalifica fundamentalistamente las razones del no-creyente. El laico Eco no anatematiza la religi¨®n; reconoce, m¨¢s bien, la existencia "de formas de religiosidad, y, por lo tanto, un sentido de lo sagrado, del l¨ªmite, de la interrogaci¨®n y de la esperanza, de la comuni¨®n con algo que nos supera", incluso sin creer en un Dios personal. Ninguno de los dos hace pomposas confesiones de fe o de increencia. El di¨¢logo se mueve en el terreno del razonamiento, de la argumentaci¨®n, siguiendo el emblema de la Ilustraci¨®n formulado por Kant: "Sapere aude!" ("?Atr¨¦vete a pensar!").
En la exposici¨®n de los temas, ambos interlocutores buscan espacios de convergencia, que son m¨¢s de los que se acostumbra a ver, pero sin ocultar las divergencias, que en algunas cuestiones son profundas. Todo ello con talante de b¨²squeda, sin caer ni en el simple irene¨ªsmo ni en la agria confrontaci¨®n. Lo afirma expresamente Martini en su primera carta: "Me parece importante poner de relieve con franqueza nuestras preocupaciones comunes y buscar la manera de aclarar nuestras diferencias sacando a la luz lo que verdaderamente es diferente entre nosotros". El epistolario respira, adem¨¢s, un humanismo contagioso que lleva derechamente a comprometerse en la defensa de las grandes causas de la humanidad. Estas actitudes se ponen de manifiesto en todos los temas tratados. Voy a centrarme en tres de ellos: el sentido de la historia, la esperanza ante el nuevo milenio y la ¨¦tica.
Martini y Eco coinciden en que la historia no puede reducirse a una conjunto amorfo de hechos huecos y absurdos, sino que tiene un sentido y una direcci¨®n. Por eso, afirma el segundo, "se pueden amar las realidades terrenas y creer -con caridad- que exista todav¨ªa lugar para la Esperanza". Los dos se sit¨²an en el horizonte ilustrado de la filosof¨ªa y de la teolog¨ªa de la historia y toman distancias del "pensamiento d¨¦bil", muy presente en la filosof¨ªa y la cultura italianas. He aqu¨ª el testimonio de F. Crespi: "No existe telos alguno de la historia, sino que ¨¦sta, por el contrario, se presenta como experiencia repetitiva -a trav¨¦s de mediaciones simb¨®licas siempre nuevas y con distintos grados de conciencia- de la misma imposibilidad de conciliaci¨®n". Vattimo, ubicado en el mismo escenario filos¨®fico, hablaba en este mismo peri¨®dico hace casi tres lustros del "fin del sentido emancipador de la historia" (EL PA?S, 6 de diciembre de 1986). La divergencia entre Eco y Martini aparece cuando se intenta definir el sentido de la historia. El arzobispo de Mil¨¢n cree que no es puramente inmanente, sino que se proyecta m¨¢s all¨¢ de ella, y, por lo tanto, no debe ser objeto de c¨¢lculo, sino de esperanza".
Otro tema de di¨¢logo es precisamente la esperanza ante el nuevo milenio. Los dos interlocutores demuestran ser profundos conocedores de la apocal¨ªptica jud¨ªa y los movimientos milenaristas en la historia del cristianismo. Apoyados en que la historia tiene un sentido, creen que hay lugar para la Esperanza, como acabamos de ver. Martini subraya la doble faz de todo apocalipsis: su fuerte carga ut¨®pica, por una parte, y su actitud resignada ante el malestar del presente, por otra. Eco se pregunta si hay una noci¨®n com¨²n de Esperanza entre creyentes y no creyentes, a lo que Martini responde afirmativamente, reconociendo que "existe un humus profundo del que creyentes y no creyentes, conscientes y responsables, se alimentan al mismo tiempo, sin ser capaces, tal vez, de darle el mismo nombre". Eco se pregunta por la funci¨®n cr¨ªtica de una reflexi¨®n sobre el fin, que nos lleve a interesarnos activamente por el futuro y no nos deje parados ante el televisor esperando a alguien que nos divierta. Para que la reflexi¨®n sobre el fin estimule la preocupaci¨®n cr¨ªtica por el futuro y el pasado, responde el arzobispo de Mil¨¢n, es necesario que este fin se convierta en "un fin", es decir, sea considerado un valor final decisivo con capacidad para iluminar y dar sentido a las tareas del presente.
Un tercer tema es la fundamentaci¨®n de la ¨¦tica, que constituye la cuesti¨®n de fondo de todo el di¨¢logo epistolar. El principio arquim¨¦dico de la ¨¦tica son los dem¨¢s o, mejor, los dem¨¢s en nosotros. Lo expresa bellamente Eco en un lenguaje muy af¨ªn al de L¨¦vinas: "Cuando los dem¨¢s entran en escena, empieza la ¨¦tica... Son los dem¨¢s, es su mirada, lo que nos define y nos confirma". Martini valora positivamente el planteamiento del escritor laico alegando en su favor el comportamiento altruista de muchas personas que no creen en un Dios personal ni pretenden dar un fundamento trascendente a su vida. M¨¢s a¨²n, cree que hay personas que, sin referencia religiosa alguna, dan su vida en defensa de sus convicciones morales. Pero, a su vez, considera insuficientes las bases puramente humanistas de la acci¨®n moral. Por eso se pregunta por el fundamento ¨²ltimo de la ¨¦tica y responde, citando a Hans K¨¹ng, te¨®logo condenado por el Vaticano, que "solamente lo incondicionado puede obligar de manera absoluta, solamente el Absoluto puede obligar de manera absoluta".
La comunicaci¨®n epistolar Eco-Martini muestra que creyentes y no creyentes pueden hacer juntos un largo trecho del camino de la vida -quiz¨¢, todo el camino-, compartiendo la pregunta por el sentido, la virtud de la esperanza (y el Principio-Esperanza, seg¨²n Bloch) y la ¨¦tica de la projimidad. Queda pendiente el problema de la fundamentaci¨®n -?¨²ltima?- del sentido, la esperanza y la ¨¦tica, en cuya respuesta no hay acuerdo. Se trata de una cuesti¨®n irrenunciable, pero no debe cerrarse en falso. En el actual clima de pluralismo filos¨®fico, religioso y cultural, lo mejor que podemos hacer es dejarla abierta y seguir reflexionando sobre ella sin dogmatismos.
Es posible que el tono dialogante del debate no gustara en el Vaticano, quien hubiera preferido una postura m¨¢s beligerante por ambas partes. Quiz¨¢ la actitud tolerante del arzobispo de Mil¨¢n le cierre las puertas al pontificado. ?Y con raz¨®n! Porque un papa que se permitiera pensar libremente, dialogar fraternalmente con personas no-creyentes y so?ar en una Iglesia m¨¢s igualitaria -como hizo recientemente Martini-, resultar¨ªa subversivo y desestabilizador. Y un papa subversivo constituye una contradicci¨®n en toda regla. Por eso, es mejor que siga como cardenal y, tras su cercana jubilaci¨®n, vaya a la tierra de Jes¨²s a estudiar los textos originales del cristianismo, como es su deseo.
Juan-Jos¨¦ Tamayo es te¨®logo.
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