De virtudes y miserias
Cambios pol¨ªticos traum¨¢ticos, como golpes de Estado, revoluciones y derrocamientos, palaciegos o no, suelen ofrecer magn¨ªficas oportunidades para reflexionar sobre la naturaleza humana. Virtudes y miserias, en la vida cotidiana atemperadas, brotan n¨ªtidas de las actitudes de los individuos. La ca¨ªda de Milosevic tras la victoria electoral del candidato presidencial de la coalici¨®n Oposici¨®n Democr¨¢tica de Serbia (DOS) no es en este sentido una excepci¨®n. En Belgrado, pol¨ªticos y militares, polic¨ªas y periodistas, funcionarios e intelectuales est¨¢n en plena lucha por adaptarse a la nueva situaci¨®n. Unos lo tienen m¨¢s dif¨ªcil que otros; hay muchos casos tr¨¢gicos, pero proliferan los grotescos.Son muchos hoy en Belgrado los interlocutores a los que devora las entra?as la necesidad de justificar su conducta. En su mayor¨ªa son gentes que ahora sufren pensando que fueron excesivamente sumisos o demasiado entusiastas en su adhesi¨®n a Slobo. Quienes vivieron los cinco o seis a?os de mayor frenes¨ª pro Milosevic a partir de 1987 saben que tal sentimiento puede ser compartido por la inmensa mayor¨ªa de los serbios adultos. Y, seg¨²n se van confirmando en los medios de Belgrado las verdades sobre los cr¨ªmenes cometidos en nombre de la naci¨®n serbia por el aparato del r¨¦gimen de Milosevic, se refuerza el sentimiento de la mala conciencia en aquellos que genuinamente hab¨ªan cre¨ªdo la propaganda. Hoy ya saben todos que los generales Krstic y Mladic asesinaron a m¨¢s de 7.000 hombres musulmanes desarmados en Srebrenica y que el Ej¨¦rcito mataba a civiles en Kosovo y no s¨®lo luchaba contra la guerrilla. Otra cosa es que, como sucedi¨® en Alemania despu¨¦s del nazismo, una mayor¨ªa recurra a mecanismos psicol¨®gicos para paliar o reprimir por completo dichos sentimientos.
A los serbios les costar¨¢ sin duda salir de la cultura del victimismo nacionalista que los lanz¨® a la tr¨¢gica aventura liderada por Milosevic. Parad¨®jicamente puede ser su nuevo presidente, Vojislav Kostunica, el hombre ideal en el momento correcto para afrontar esta ingente tarea de forjar una nueva cultura pol¨ªtica y sacar a la sociedad serbia del narcisismo enfermizo que la ha llevado a ignorar hasta ahora todos los sufrimientos que no fueran los propios. Kostunica es, como dice Ivan Vejvoda, el director de la Fundaci¨®n S?r?s en Belgrado, un nacionalista en el sentido en que pod¨ªa serlo De Gaulle, pero sus convicciones democr¨¢ticas, liberales y humanistas prevalecer¨¢n siempre a todas las dem¨¢s. En este sentido y en referencia a Kosovo, Vejvoda recuerda que tambi¨¦n De Gaulle dijo en su d¨ªa que Argelia era Francia y luego le otorg¨® la independencia. Kostunica puede ser el hombre profundamente honesto, modesto e ¨ªntegro que necesita como ejemplo una sociedad tantos a?os secuestrada por un grupo pol¨ªtico-mafioso en el que la falta de escr¨²pulos era su mayor m¨¦rito.
Pero lo realmente conmovedor, cuando no hilarante, son los denodados esfuerzos de siniestros personajes del r¨¦gimen, en su d¨ªa lacayos del r¨¦gimen comunista, despu¨¦s entusiastas defensores de la hegemonia racial, el expansionismo y el lema de muerte al musulm¨¢n, por presentarse como impecables dem¨®cratas. Cierto que eso sucede en todas las transiciones y que la indignidad de estos individuos favorece la ca¨ªda de las resistencias a la reforma democr¨¢tica. Pero la procacidad con que ostentan su supuesto pedigr¨ª de resistentes ante un interlocutor al que conocen desde hace lustros y que saben que les conoce es inaudita incluso para quien ha visto las conversiones en masa en Ruman¨ªa o la RDA. Tras cinco a?os de ausencia forzada de Belgrado, el visitante es recibido con desagradables abrazos de complicidad y apelaciones a la amnesia por aquellos que lo difamaron y tanto hicieron por que le fuera impuesta la prohibici¨®n de entrada en el pa¨ªs. La limpieza en el aparato de Estado serbio ya ha comenzado, y, a m¨¢s tardar a medio plazo, ser¨¢ el propio Milosevic el que se siente en el banquillo. La mayor¨ªa de los interlocutores se inclinan a pensar que ser¨¢ en La Haya. Pero estos despreciables aparatchik que a¨²n andan sueltos por las redacciones de algunos peri¨®dicos, seguro que encuentran acomodo bajo el nuevo poder.
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