La pr¨®xima primera dama
Laura y Tipper afrontan con estilos diferentes su 'carrera' a la Casa Blanca
Laura, la t¨ªmida, contra Tipper, la extrovertida. Laura, la discreta, contra Tipper, la arrolladora. A la sombra de los candidatos en los ¨²ltimos d¨ªas de campa?a, una de estas dos mujeres est¨¢ a punto de convertirse en la nueva primera dama de EE UU. Las dos tienen adjudicado su propio estereotipo: A Tipper se la presenta como la nueva Hillary, ansiosa por llegar a la Casa Blanca para marcar con tiza su parcela de poder, y a Laura la retratan como la perfecta disc¨ªpula de su suegra Barbara, una mujer que en el Despacho Oval s¨®lo est¨¢ interesada por el color de las cortinas. Un simple vistazo a sus personalidades desmonta ambas caricaturas.Laura y George se casaron s¨®lo tres meses despu¨¦s de conocerse, cuando los dos ya hab¨ªa entrado en la treintena. Su aterrizaje en una familia cargada de pol¨ªticos y aspiraciones no fue especialmente suave; cada vez que conoc¨ªa a un miembro del clan Bush y se enfrentaba al cl¨¢sico "?Y a qu¨¦ te dedicas?", ella, que confiesa haber sido dem¨®crata hasta que se cas¨®, respond¨ªa con un lac¨®nico: "Leo y fumo".
Empez¨® a fumar cuando era casi adolescente, angustiada por un accidente de tr¨¢fico cuya sombra todav¨ªa le persigue. Se salt¨® un stop y se incrust¨® en un coche que conduc¨ªa un amigo de su instituto; muri¨® en el acto. No se formularon acusaciones contra ella y siempre se niega a hablar del que una vez calific¨® como "el momento m¨¢s tr¨¢gico de mi vida".
Los cigarrillos los dej¨® hace ocho a?os; la lectura sigue siendo su pasi¨®n. Tiene m¨¢s m¨¦rito al ser la esposa de alguien a quien no le gusta nada leer, "especialmente libros gordos", dijo una vez. A George, por cierto, Laura lo llama "Bushie".
Su relaci¨®n con "Bushie", alterada por los claroscuros en la vida de su marido, pas¨® por el peor momento la noche en la que el hijo del presidente cumpli¨® 40 a?os. Tal era la borrachera con la que lleg¨® a casa que Laura le conmin¨® a elegir entre ella o el alcohol. A la ma?ana siguiente, George prometi¨® no volver a beber, y dicen que lo ha cumplido hasta hoy.
Los tejanos apenas conocen a la mujer de su gobernador, que ha cumplido 54 a?os este fin de semana. Se ha resistido siempre a hacer entrevistas y no ha saltado en ayuda de su marido hasta su aparici¨®n en el estrado durante la Convenci¨®n Nacional Republicana en la que Bush fue nominado candidato a presidente. Reconoce que la ven como "t¨ªmida y solitaria", porque son los rasgos que se ajustan a una bibliotecaria e hija ¨²nica como ella. "Pero los bibliotecarios casi nunca nos ajustamos a ese modelo", asegura Laura. Quienes la conocen dicen que no es retra¨ªda sino prudente, no es solitaria sino reflexiva. Si llega a primera dama, Laura se volcar¨¢ en todo aquello que tenga que ver con la educaci¨®n, pero sin entrar en batallas ni cruzadas.
Tipper es de otra manera. Mientras Laura se hab¨ªa casado con un millonario sin rumbo fijo en la vida, Tipper ve¨ªa en Al Gore a una m¨¢quina pol¨ªtica preparada para el ¨¦xito, un aut¨®mata tan valioso que ella, en ocasiones, lamentaba "pensar en la de dinero que Al ganar¨ªa si no se dedicara al servicio p¨²blico". Espont¨¢nea y apasionada, siempre al borde de una explosi¨®n de carcajadas, a Tipper le encanta presumir de matrimonio. Se conocieron cuando ¨¦l ten¨ªa 17 a?os y ella 16, y ahora son abuelos. Licenciada en psicolog¨ªa y obsesionada con la creaci¨®n de programas de salud mental, Tipper, de 52 a?os, se jacta de ser la principal fuente de consejo de su marido. "Dependemos el uno del otro en todas las opiniones y en todas las grandes decisiones", dice Tipper, que se llama en realidad Mary Elizabeth, pero se qued¨® para siempre con ese apodo salido de la letra de una canci¨®n de cuna.
Aunque fue fot¨®grafa en el Nashville Tennessean cuando su marido era reportero, se puso del lado de los padres de Al para convencer a su marido, tan brillante, de que no malgastara su inteligencia en el periodismo. Al Gore regres¨® a la pol¨ªtica y el resto es historia.
Tipper tiene un lado ambicioso, y nadie sabe hasta qu¨¦ punto ese apetito de ¨¦xito est¨¢ bajo control. Algunos temen lo peor y recuerdan otra de sus obsesiones, una que puede pasar factura si llega a primera dama: en los a?os ochenta luch¨® -y gan¨®- para obligar a las discogr¨¢ficas a incorporar un sello de clasificaci¨®n moral en los discos; "terrorista cultural", la llam¨® el difunto Frank Zappa.
Laura y Tipper, que ni se parecen ni se conocen, sabr¨¢n en la noche de hoy cu¨¢l de las dos es la sucesora de Hillary Clinton.
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