Piano y langostinos
Parecido con Rossini
Ricardo y Elena
M¨²sica, texto, escenograf¨ªa y direcci¨®n: Carles Santos. Direcci¨®n art¨ªstica, vestuario y elementos escenogr¨¢ficos: Mar¨ªa Elena Roqu¨¦. Con Antoni Comas, Mariona Castelar, Ana Criado, Olivier Roustan, Valerie Salon, Claudia Schneider y Carles Santos.Festival de Oto?o, Teatro de La Zarzuela, 16 de noviembre.
Carles Santos (Vinaroz, 1940) debut¨® este verano en el Festival de Peralada en la direcci¨®n de escena oper¨ªstica con una lectura divertida y delirante de El barbero de Sevilla, de Rossini. Por aquellos d¨ªas lleg¨® a decir que "Rossini es tan bueno que podr¨ªa ser valenciano", con lo cual situaba en cierto modo lo valenciano, o lo levantino, en lo m¨¢s alto de la escala de valores art¨ªsticos y, seguramente, vitales. Es algo a no perder de vista.Rossini escribi¨® una ¨®pera llamada Ricardo y Zoraide que, bueno, coincide en la primera mitad del t¨ªtulo con Ricardo y Elena, peque?a ¨®pera (tal como se presenta en los programas) de Carles Santos, estrenada la pasada primavera en el Teatro Nacional de Catalu?a, de Barcelona, y presentada ayer en Madrid dentro del Festival de Oto?o. La ¨®pera es generosa y admite bajo su manto muchas soluciones e incluso muchas definiciones.
Fuerte colorido
Es curioso, adem¨¢s, el parecido f¨ªsico de Carles Santos con Rossini. Y m¨¢s curioso todav¨ªa, la afici¨®n gastron¨®mica de ambos, el sentido del humor y hasta un cierto minimalismo musical, si miramos las cosas con criterio amplio. Todo esto conviene tambi¨¦n tenerlo a mano, por si acaso.La coincidencia en el tiempo de estos dos espect¨¢culos (Ricardo y Elena, El barbero de Sevilla) de Carles Santos -muy complementarios, por otra parte- indica una atracci¨®n del autor por el g¨¦nero oper¨ªstico, m¨¢s acusada que en ning¨²n otro momento de su provocadora carrera. Tal vez sea el gusto por lo excesivo lo que ha llevado al compositor de Vinaroz (Castell¨®n) a esta vinculaci¨®n aparentemente fatal. Sea como fuere, las dos ¨®peras derrochan, a su manera, capacidad transgresora e imaginaci¨®n a pu?ados. Carles Santos sigue m¨¢s vivo que un langostino.
La est¨¦tica de Carles Santos parte de la m¨²sica, pero se apoya de una forma fundamental en la escena. Los elementos escenogr¨¢ficos y conceptuales responden a unas visiones muy enraizadas en un espacio y un tiempo precisos. Lo autobiogr¨¢fico de Ricardo y Elena es una excusa para tener un grado de libertad mayor en la plasmaci¨®n de unas obsesiones y, sobre todo, de unos valores (o contravalores) esc¨¦nicos. Lo escatol¨®gico, lo er¨®tico, lo irreverente, est¨¢n en un primer plano. Y el piano, ese piano que pasa de una obra a otra de Carles Santos como un cord¨®n umbilical, ese piano de donde nace y en donde vive.
La burla del absurdo oper¨ªstico transluce, en cualquier caso, una ternura y una afinidad hacia el g¨¦nero l¨ªrico. Los cantantes se apoyan con micr¨®fonos y quiz¨¢ ello limita algo la cr¨ªtica demoledora. El tenor Antoni Comas, un incondicional de la compa?¨ªa de Carles Santos, es seguramente el m¨¢s perjudicado por esta decisi¨®n, al ser el cantante probablemente m¨¢s solvente.
La escenograf¨ªa es imaginativa y, en muchos momentos, corrosiva. Utiliza la verticalidad con precisi¨®n y el impacto del fuerte colorido de unos langostinos o una ensalada. Las fotograf¨ªas o los cuadros que perfilan los recuerdos de una vida, la cruz y las delicias sexuales en convivencia, las baldosas de un tiempo y un lugar, van conjugando y complementando los elementos de la narraci¨®n, una narraci¨®n que no olvida en ning¨²n momento la importancia de recursos musicales de todo tipo.Importan mucho el ritmo y la sonoridad, especialmente cuando est¨¢n integrados con el aparato y la sorpresa visual. Los gui?os de complicidad son permanentes. Y as¨ª, el espect¨¢culo -de una hora de duraci¨®n; en lat¨ªn- va desgran¨¢ndose, evitando la confusi¨®n y permitiendo que el barroquismo sea m¨¢s humano que estructural.
Carles Santos comparte una vez m¨¢s su personal y original concepci¨®n ling¨¹ista y su en¨¦simo salto al vac¨ªo sin red. No pierde ning¨²n gramo de inventiva y sus seguidores agradecen esta trayectoria sin concesiones. Los bravos sonaron fuertes ayer en el Teatro de La Zarzuela, y tambi¨¦n hubo quien sali¨® asustado sigilosamente por este particular enfoque del teatro musical.
Es Ricardo y Elena, un espect¨¢culo de ¨¦xito garantizado en el marco de la cultura visual que propician muchos festivales. En Edimburgo, en Par¨ªs, revalidar¨¢ sus ¨¦xitos cuando vaya. En Madrid permiti¨® un nuevo reencuento de muchos espectadores con la espontaneidad del disparate y la cultura del piano con langostinos. No es, en cualquier caso, Ricardo y Elena exactamente lo que se entiende, algo displicentemente, por cultura fallera, sino algo mucho m¨¢s matizado e intencionado en su dimensi¨®n de poner en la picota, desde una perspectiva ir¨®nica, absolutamente todo lo que nos rodea.
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