El reinado de Juan Carlos I
Se?alaba Hegel en la Fenomenolog¨ªa del esp¨ªritu que los periodos felices de la humanidad carecen de historia. Vinculaba as¨ª la felicidad con la falta de eventos o sucesos trascendentes, la escasez del cambio social y, en definitiva, la vieja sospecha de que no news are good news. A Toynbee le gustaba repetir la idea y Unamuno la hizo suya al elogiar la intrahistoria. Pues bien, si recuerdo ahora esta vieja idea es para se?alar que la Espa?a moderna, la que se extiende desde la muerte del general Franco y la proclamaci¨®n del rey Juan Carlos hasta este final de siglo, es justamente el contraejemplo de esta tesis. Tanto la profundidad como la extensi¨®n, e incluso el ritmo, del cambio social tienen pocos parangones, ni en la historia de Espa?a ni en la comparada. Los espa?oles mayores de 50 a?os hemos vivido -y protagonizado- un ritmo de cambio vertiginoso en todos los ¨¢mbitos. En muchos sentidos, Espa?a ha pasado de la retaguardia a la vanguardia en poco m¨¢s de un par de d¨¦cadas. Y sin embargo, contra lo que pensaba Hegel, ese intens¨ªsimo cambio social no ha generado una sociedad menos feliz, sino todo lo contrario. Desde 1975 (quiz¨¢s antes, pero ¨¦ste me llevar¨ªa a un debate que no es el momento de abordar), los espa?oles son m¨¢s libres, m¨¢s pr¨®speros, m¨¢s educados, m¨¢s iguales, m¨¢s cultos, y ello en un ambiente de paz, respeto a los derechos humanos, libertad y seguridad, s¨®lo interrumpido espor¨¢dicamente por la violencia asesina de ETA. Es m¨¢s, si intent¨¢ramos buscar un tan largo periodo de libertad y prosperidad comparable en la historia de Espa?a tendr¨ªamos serias dificultades. Quiz¨¢s, pero sin duda menos, la Restauraci¨®n antes de la Gran Guerra. Quiz¨¢s los largos a?os del reinado de Carlos III. Pero ya la dificultad de encontrar alguna comparaci¨®n muestra la excepcionalidad del periodo hist¨®rico que, comenzando en 1975, contin¨²a actualmente.
Hace tres a?os presentaba la Panor¨¢mica social de Espa?a, una publicaci¨®n del INE que recog¨ªa estad¨ªsticas de la sociedad espa?ola y las comparaba sistem¨¢ticamente con similares datos europeos. En todas las series de datos, la posici¨®n de Espa?a se encontraba dentro del abanico de los pa¨ªses europeos. En muy pocas series de datos (desempleo y tasa de actividad eran quiz¨¢s las m¨¢s notorias) est¨¢bamos en cabeza o cola. Espa?a era, es, un pa¨ªs europeo m¨¢s. Como se?alaba el Consejo Econ¨®mico y Social, los profundos cambios de los ¨²ltimos decenios han ido homogeneizando los principales rasgos de la estructura social espa?ola con los de los pa¨ªses europeos occidentales. Pocos meses m¨¢s tarde, un monogr¨¢fico sobre Espa?a de la revista The Economist aseguraba que ¨¦ramos un fairly normal european country. Hab¨ªamos dejado de ser diferentes. La vieja imagen rom¨¢ntica de la Espa?a de inquisidores, bandoleros, anarquistas, curas trabucaires, c¨¢rmenes, generales golpistas, toreadores y p¨ªcaros, la Espa?a frontera sur de Europa, ha quedado hecha a?icos.
Y para una generaci¨®n como la m¨ªa, que se educ¨® acomplejada siempre por la singularidad hist¨®rica de Espa?a, que no hab¨ªa hecho la revoluci¨®n burguesa, que no hab¨ªa llevado a cabo la revoluci¨®n industrial, que no se hab¨ªa incorporado a la ciencia moderna, que carec¨ªa de empresariado, que no hab¨ªa sido capaz de asentar una econom¨ªa capitalista ni una democracia, que hab¨ªa estado sometida a cuarenta a?os de dictadura, y un largo etc¨¦tera de pecados y herej¨ªas hist¨®ricas, es un verdadero alivio comprobar que todo eso se ha desvanecido, los Pirineos no son frontera de nada, no tenemos de qu¨¦ avergonzarnos, hemos hecho las paces con Europa y la modernidad, y somos, finalmente, "normales". Creo que los espa?oles tenemos razones para sentirnos orgullosos de la tarea realizada estos veinticinco a?os del reinado de Juan Carlos I.
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