La ciencia y su circunstancia Juan Carlos Arg¨¹elles
Durante una entrevista concedida en los ¨²ltimos a?os de su vida, el premio Nobel Severo Ochoa fue preguntado por el problema m¨¢s grave que, a su juicio, aquejaba a la ciencia espa?ola. ?l, sin dudarlo, contest¨® que la falta de un ambiente propicio. Como la entrevistadora no entendiera bien la respuesta, Ochoa le explic¨®, como ejemplo, que a principios del siglo XX, la mayor parte de los pintores con ansias de sobresalir viajaban a Par¨ªs, donde reinaba un ambiente ideal para favorecer el aprendizaje, el intercambio de conocimientos y la eclosi¨®n del talento. Un ambiente similar nunca hab¨ªa existido en Espa?a, y la creaci¨®n de esa atm¨®sfera era un componente esencial para que la ciencia espa?ola pudiera alcanzar un alto nivel de desarrollo. Estimo humildemente que su diagn¨®stico era clarividentemente certero hace diez a?os y, lo que es peor, lo sigue siendo hoy d¨ªa.Porque la situaci¨®n actual de nuestra investigaci¨®n cient¨ªfica s¨®lo es entendible en un contexto de desinter¨¦s y apat¨ªa. Empezando con la actitud displicente de la propia Administraci¨®n, que en materia de ciencia sigue una pol¨ªtica err¨¢tica o nula, a remolque de las estrategias que marcan los pa¨ªses m¨¢s avanzados de nuestro entorno, donde la ciencia juega un papel clave como motor del progreso social. Fiel a su rutina pero carente de convicci¨®n, el ministerio de turno destina cada a?o un presupuesto considerable a la ciencia mediante provisi¨®n de becas en distintos niveles: formaci¨®n de personal investigador, estancias de doctores en el extranjero y retorno de doctores reincorporados; sin que antes sepamos qu¨¦ piensa hacer con el n¨²mero creciente de investigadores ya formados, brillantes y competentes que carecen de cualquier expectativa laboral razonable.
?Se imaginan ustedes la crisis de Estado que sobrevendr¨ªa si un gobierno "se olvidara" de cubrir las n¨®minas de los funcionarios, las pensiones de los jubilados o los presupuestos de los hospitales p¨²blicos..? Sin embargo, las convocatorias de proyectos de investigaci¨®n previstas para un a?o se retrasan sine die o, simplemente, se suprimen; las ya terminadas tardan una eternidad en ser evaluadas y resueltas. Mientras tanto, importantes trabajos en curso se malogran, los grupos no pueden hacer una programaci¨®n razonable de su actividad a medio plazo. Los investigadores en formaci¨®n con una beca o contrato a punto de extinci¨®n -quienes soportan el peso del quehacer cotidiano en el laboratorio- viven en completa zozobra, sin saber si se les renuevan sus magros salarios o tienen que buscarse la vida en otro sitio. Semejante caos no provoca ninguna convulsi¨®n social, ni da pie a interpelaciones parlamentarias o reuniones interminables con los responsables en busca de acuerdos. Como mucho, alg¨²n peri¨®dico o medio sensible publica alg¨²n reportaje o art¨ªculo en sus p¨¢ginas especializadas, y aqu¨ª paz y despu¨¦s gloria.
Pero descargar toda la culpa en la Administraci¨®n no ser¨ªa justo. En la falta de ambiente cient¨ªfico, los propios investigadores tienen una cuota significativa de responsabilidad, circunstancia que no suelen contemplar en sus an¨¢lisis; se limitan a echar balones fuera, eludiendo la propia autocr¨ªtica, elemento fundamental del pensamiento cient¨ªfico.
Un entorno nada propicio no justifica la falta de ambici¨®n y de actuaci¨®n. Con un criterio individualista, algunos grupos relevantes se han consolidado en el pasado a base de una lucha feroz por captar el grueso de los escasos recursos disponibles y fomentar la promoci¨®n de sus integrantes en detrimento de otros minoritarios, en lugar de promover una pol¨ªtica de repartos equitativos y de alianzas fuertes para recabar m¨¢s fondos. Todav¨ªa hay cient¨ªficos con un sentido victimista que lo f¨ªan todo a la dependencia de la Administraci¨®n, disimulando su propia incompetencia en la falta de medios, o los que mantienen un esp¨ªritu elitista y siguen considerando la ciencia un asunto no accesible al com¨²n de los mortales. Tal vez, para cambiar estas circunstancias y generar un entorno m¨¢s propicio a la investigaci¨®n, sea imprescindible que los cient¨ªficos abandonen sus reductos, bajen a la arena, participen en foros y debates e ilustren a la opini¨®n p¨²blica, con un lenguaje pedag¨®gico, sobre los pormenores de su trabajo.
Juan Carlos Arg¨¹elles es profesor titular de Microbiolog¨ªa en la Universidad de Murcia.
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