Republicanos SERGI P?MIES
El s¨¢bado por la noche los responsables del programa La R-P¨²blica, de COM R¨¤dio, convocaron a sus oyentes a una fiesta en Luz de Gas. Motivo: celebrar sus primeros 55 d¨ªas de emisi¨®n. En la puerta, el gobierno republicano recib¨ªa a sus s¨²bditos. Joan Barril estrechaba manos arropado por Josep M. Francino, jefe de programas, que, con aspecto de bondadoso guru, regalaba mecheros, caramelos y pins. Las fiestas son, desde hace tiempo, un producto de mercadotecnia. Igual que uno utiliza una camiseta de su programa favorito como pijama, puede desear conocer a los que, de siete a once, le acompa?an desde el dial. En el interior, que no lleg¨® a abarrotarse, la gente intentaba reconocerse entre una oscuridad que desmiente el nombre de la sala. Tras un breve tiempo muerto, alguien cruz¨® la platea y dijo: "En deux minutes on commence".Las luces se fueron apagando (si puede apagarse algo que nunca estuvo encendido) y son¨® la sinton¨ªa del programa, interpretada por el grupo Bratsch, que esperaba para iniciar su actuaci¨®n. Antes era de rigor saludar al personal. Lo hizo Joan Barril, que, con modales de anfitri¨®n casual wear, cit¨® a Saint-Exup¨¦ry y defini¨® su apuesta como "un congreso de madrugadores" amantes de una radio tranquila, que saben que "la verdad es dif¨ªcil" y que vale la pena detenerse en digresiones pedag¨®gicas. Quiz¨¢ por eso acoge secciones tan inusuales como las de Salvat, Ball¨® y Ba?os. Unos espacios que se complementan con la unidad m¨®vil de Adam Mart¨ªn y los reportajes de Anna Guitart y que, en cambio, contrastan con una tendencia a dejarse arrastrar por un tono m¨¢s literario que oral, preso de ramalazos po¨¦ticos m¨¢s id¨®neos para aquellos a los que les gusta escucharse que para los que aspiran a que los dem¨¢s les escuchen. Un tono que, a veces, parece no estar a la altura de la voluntad renovadora de una f¨®rmula que, hija de la misma tradici¨®n, est¨¢ lejos de los grandes maestros de la vanidad radiof¨®nica entendida como una de las Bellas Artes (desde Arribas Castro a Jes¨²s Quintero pasando por Juan Carlos Ortega).
A continuaci¨®n, y como si de una presentaci¨®n de la NBA se tratara, saltaron al escenario los 20 miembros del equipo. Entre ellos Joan Oll¨¦, que anunci¨® el ¨²nico plato de la noche: el grupo Bratsch, responsable del aire musical del programa. Con esa peleona demagogia que tanto cultiva cuando se trata de defender sus provocadoras opiniones, Oll¨¦ reivindic¨® el recurso musical no como descarga de decibelios, sino como b¨¢lsamo. En lugar de la radio despertador, abog¨® por la radio s¨¢bana. Luego habl¨® de los Bratsch, a los que defini¨® como virtuosos que, sin ser gitanos, comparten su ap¨¢trida nomadismo y su gusto por lo que llam¨® "m¨²sica de frontera". Y entonces aparecieron un acordeonista (Fran?ois Castiello), un guitarrista (Dan Gharibian), un clarinetista (Nano Peylet), un violinista (Bruno Girard) y un contrabajista (Pierre Jacquet). Veinticinco a?os de trabajo y ocho discos les contemplaban. En sus rostros pod¨ªan detectarse las cicatrices de un g¨¦nero que funde procedencias de los m¨¢s remotos ¨¦xodos (pariente de Les Vagabonds de Gibolescu o de Pouro Sinto, por ejemplo). Finalmente, son¨® la m¨²sica. Tras un inicio que hac¨ªa presagiar una siesta colectiva, ilustrado con el temible baile de un micr¨®fono l¨²dico y gigante, los Bratsch ofrecieron un concierto que, m¨¢s por intenso que por gratuito, entusiasm¨®. Si uno cerraba los ojos, pod¨ªa pensar que estaba en la Belgrado bombardeada de la memoria de Kusturica o compartiendo aguardiente con el desdentado Aliocha. Desgarro, melancol¨ªa y una urgencia r¨ªtmica que tiene mucho de delirio y que, a medida que el alcohol surte efecto, aumenta la cantidad de c¨ªngaros felices. Los m¨²sicos terminaron entre una merecida ovaci¨®n; pero, tras los bises, aguaron un poco la fiesta con esta cu?a terrenal, pronunciada en ingl¨¦s (supongo que para que, como dijo Gemma Nierga, todos pudi¨¦ramos entenderla): "If you want CD, we have CD".
Barril despidi¨® a los presentes agradeci¨¦ndoles su fidelidad y cada uno sigui¨® la guerra por su cuenta. "La noche es joven", dijo en un ataque de optimismo. Y sin embargo, a m¨ª me pareci¨® que ni los Bratsch, ni Barril, ni Oll¨¦, ni la noche, ni siquiera yo mismo ¨¦ramos especialmente j¨®venes. Y que el sentido de la fiesta y de esta rep¨²blica era una oportunidad para resistirse a la evidencia de que, en ¨¦poca de monopolio de lo inmediato y trepidante y de la radio de corte de voz y "el tiempo se nos echa encima", lo pausado y reflexivo ser¨¢ siempre minoritario. Como ser republicano en la corte del rey EGM.
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