Un museo de armas tomar JACINTO ANT?N
Atraves¨¦ el puente del castillo con ¨¢nimo viril y musitando los versos de Kipling: "El mejor hombre que he conocido / fue el aguador de nuestro regimiento, Gunga Din". La tarde era de un gris p¨¢nzer y la niebla pon¨ªa un toque de irrealidad en el entorno. Por lo que se ve¨ªa, yo pod¨ªa estar asaltando la fortaleza afgana de Bala Hissar al frente del noveno de Lanceros. La ilusi¨®n se desvaneci¨® al cruzarme con una monjita que conduc¨ªa todo un regimiento de p¨¢rvulos. "?Bang, bang!", me salud¨® uno de ellos, con lo que me fue f¨¢cil colegir de d¨®nde ven¨ªan.He visitado otras veces el Museo Militar de Montju?c (la ¨²ltima fue hace un par de meses, con las ni?as, como revulsivo a lo Wilfred Owen -"Let the boy try along this bayonet-blade" [deja al ni?o probar el filo de la bayoneta]-, pero en esta ocasi¨®n, el pasado mi¨¦rcoles, lo hac¨ªa con prop¨®sito de espionaje y bajo identidad y bandera falsas. Hasta ahora no me hab¨ªa fijado mucho en las pegas del museo, fundamentalmente porque no me hab¨ªa planteado que alguien pudiera discutir sobre si es pol¨ªticamente correcto un centro que exhibe mil pistolas. Por no hablar de la afilada panoplia de espadines, alabardas, alfanjes, cimitarras y picas cuya sola observaci¨®n te deja el cuerpo hecho una hamburguesa. Es cierto que me hab¨ªa sobresaltado ya el Franco ecuestre, con su aire a lo Darth Vader, pero me parec¨ªa muy en su ambiente. M¨¢s a¨²n porque est¨¢ encerrado tras una mampara de cristal, rodeado de ca?ones que apuntan al visitante y circundado por retratos estilo Reverso Oscuro de la Fuerza de todos sus generales. Es verdad que se podr¨ªa trasladar la figura a otro sitio, a Botsuana, ya que estamos. En el Kalahari hay un mont¨®n de sitio.
En fin, que haci¨¦ndome pasar por un an¨®nimo turista alem¨¢n -pongamos un tal Clausewitz- yo trataba el mi¨¦rcoles de dilucidar si en realidad, adem¨¢s de obviamente militarista y exaltador de lo marcial, el museo es facha.
Empec¨¦ la visita y al poco -la carne es d¨¦bil- he de reconocer que ya estaba embobado ante un notable casco de drag¨®n digno de una colorista carga de caballer¨ªa con muchos yiiipis y vivelempereur y tal. Hay que ver c¨®mo nos ponen a muchos chicos estas cosas. Bueno, a otros les va el cuero. Quise comentarlo con los ¨²nicos visitantes esa tarde: tres j¨®venes, que resultaron ser checos y haber confundido el museo con la Fundaci¨®n Mir¨®. Pas¨¦ luego ante un firmamento de espuelas y una silenciosa tormenta de arcabuces, mosquetes y trabucos, para detenerme ante los 11.000 soldaditos de la divisi¨®n liliputiense del se?or Llovera, gran miniaturista. Un poco m¨¢s all¨¢ me sorprendi¨® topar con una gran maqueta de Montserrat.
La secci¨®n de espadas era una sucesi¨®n de acero erecto que cortaba lo suyo. En medio, las vitrinas con el armamento ex¨®tico coleccionado por Frederic Mar¨¨s pon¨ªan una nota rom¨¢ntica: dagas, espingardas, katanas y hasta un serpenteante kriss digno de los Tigres de Malasia. Casi da gusto que te maten con eso. Un siniestro yelmo saboyano con pico y lo que parec¨ªa el equipamiento de cuchiller¨ªa de una tociner¨ªa, me devolvieron a la realidad. Por no hablar del arsenal de tokarevs, astras, walthers, mausers, steins, vickers y lee-enfields, que abarrotaban las salas dedicadas a la vida moderna. Hasta vi un lanzallamas. Me sent¨ªa ya como el marchesino del Dongo al salir de Waterloo: "La sangre perdida le hab¨ªa depurado de todo lo novelesco de su car¨¢cter". As¨ª, me fij¨¦ en el semioculto busto de Antonio Galindo Casellas, coronel del Tercio Sahariano Juan de Austria -luego gobernador militar de C¨¢ceres-, moldeado con su bigotito y su camisa abierta. Y empec¨¦ a percibir inquietantes indicios en otros lugares: en aquel rinc¨®n oscuro una placa dedicada a "nuestros m¨¢rtires" y otra a mayor honra de los defensores del alc¨¢zar de Toledo; all¨ª, discretita, la ense?a del apostolado castrense de L¨¦rida...
En la sala de banderas "de la Patria", un letrero del propio director del museo - militar, por supuesto: el coronel Luis Montesinos Espartero- conminaba marcialmente a ofrendar un recuerdo, ar, "para los que bajo su sombra, ador¨¢ndolas, murieron". Dado que, aparte de algunos estandartes del XIX, casi todo el pa?o que se expone es de 1938 y luce el aguilucho franquista, pues ya me dir¨¢n. En la misma sala se exhibe, eso s¨ª, una intimidada gorra de cabo de la Guardia de Asalto. El paseo reporta, entre otras cosas, un uniforme de Falange y de las JONS (cierto que tambi¨¦n los hay de Highlander, pero no es lo mismo), un cuadro con los distintivos de todas las unidades del Ej¨¦rcito de Franco en 1939 y sus jefes, medalleros de ilustres militares muy patrios, entre los que invariablemente figuran cruces de hierro alemanas, de la Divisi¨®n Azul y del as¨ª llamado Alzamiento. La sala dedicada a Catalu?a y el Ej¨¦rcito versa sobre la guerra de la Independencia y sobre Prim, pero incluye, disimuladilla, una foto de los nacionales entrando en Barcelona. Con el Moscard¨® detr¨¢s de la oreja, no pude evitar la sospecha de que el caos expositivo casi surrealista de varias salas -intent¨¦ infructuosamente discernir la relaci¨®n entre la foto de los Reyes viendo un desfile y un vecino frasquito con arena de El Alamein- era premeditado y serv¨ªa para camuflar la quinta columna de reliquias predemocr¨¢ticas atrincheradas en el museo.
Finalmente, fui al bar, donde hice gala de acento extranjero y silb¨¦ Horst Wessel. En la terraza, acarici¨¦ los ca?ones poniendo cara de saber apreciar sus calibres. Entonces, bien perfilado mi personaje, pas¨¦ a la tienda de recuerdos. Husme¨¦ entre la ampl¨ªsima oferta kitsch en busca de material franquista o filonazi de ese cuya venta hab¨ªa puesto en un brete pocas semanas antes al museo. No quedaba nada, aunque, por si acaso, tom¨¦ nota de que hab¨ªa encendedores del Real Madrid. Fiel a mi misi¨®n, me acerqu¨¦ con aire misterioso a la dependienta y le pregunt¨¦ forzando el acento: "?Tenerrrr vasssos Waffen SS?". A lo que ella reaccion¨® sin ni siquiera mirarme gritando hacia la puerta: "?Chicos, otro periodista!".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
Archivado En
- Declaraciones prensa
- ?ngel Acebes
- Pilar Urbano
- Sogecable
- Indulto
- Caso Lia?o
- Baltasar Garz¨®n
- VII Legislatura Espa?a
- Francesc de Carreras
- Ministerio de Justicia
- Magistratura
- Javier P¨¦rez Royo
- Jordi Sol¨¦ Tura
- Francisco Rubio Llorente
- Javier G¨®mez de Lia?o
- Opini¨®n
- Archivos
- Presidencia Gobierno
- Guerra digital
- Constituci¨®n Espa?ola
- Pol¨ªtica justicia
- Prevaricaci¨®n
- Televisi¨®n digital
- Fuerzas armadas
- Barcelona