Pablo Iglesias
Las sociedades se nutren de olvidos y de recuerdos. Pero no es inocente lo que, en cada caso, se recuerda y lo que se olvida. No hace mucho, y bajo los auspicios entusiastas del Gobierno, pudimos asistir a la conmemoraci¨®n de una figura hist¨®rica como la de C¨¢novas. Y en estos d¨ªas, al parecer, alguna instituci¨®n bancaria patrocina una no menos justificada recuperaci¨®n del legado de Sagasta. Son felices iniciativas que merecen el aplauso sincero. Pero conviene no olvidar que, al mismo tiempo que daba sus primeros pasos la Restauraci¨®n, Francisco Giner de los R¨ªos pon¨ªa en marcha la Instituci¨®n Libre de Ense?anza y Pablo Iglesias fundaba el Partido Socialista Obrero Espa?ol. Y forzoso es recordar que ambos articularon una idea de Espa?a m¨¢s acorde con los ideales y los valores de nuestra Espa?a constitucional y moderna que la representada por el sistema canovista.Hoy precisamente hace setenta y cinco a?os que falleci¨® Pablo Iglesias, una buena ocasi¨®n de recordar su vida, que, como dijera Ortega, merece ser contada -como ejemplo que solicita la imitaci¨®n- cualquiera que sea la aquiescencia que a sus opiniones se preste. No fue Pablo Iglesias un te¨®rico del socialismo: no era ¨¦ste el papel que le correspond¨ªa a un obrero autodidacta que se hab¨ªa alimentado casi en exclusiva de la visi¨®n esquem¨¢tica que del marxismo diera Jules Guesde. Tampoco fue un hombre de gobierno: su m¨¢ximo cargo p¨²blico fue diputado a Cortes. Ni fue ¨²nicamente -con ser mucho- un estilo moral de vida. Si Pablo Iglesias es una las figuras egregias de nuestra historia es porque supo formar y organizar a los trabajadores de Espa?a, fundar un partido y un sindicato obrero, lograr que la clase trabajadora superara la llamada a la acci¨®n directa y canalizara a trav¨¦s de las instituciones todo un programa de urgentes reformas sociales. Es as¨ª como termin¨® conquistando la admiraci¨®n de los mejores pensadores de su tiempo, Unamuno, Machado, Valle-Incl¨¢n, Ortega y Gasset, Luis de Zulueta, Aza?a o Mara?¨®n, quienes no dudaron en compararlo a Giner de los R¨ªos. Dos hombres han revolucionado por igual la conciencia espa?ola: don Francisco Giner y Pablo Iglesias. ?No lo cree usted?, preguntaba Fernando de los R¨ªos a Prieto mientras segu¨ªan el cortejo f¨²nebre de Iglesias. Han sido muchos los que desde entonces han respondido afirmativamente a esta pregunta que dej¨® en el aire don Fernando.
Representante, Giner, de lo mejor del liberalismo espa?ol, y expresi¨®n genuina, Iglesias, del socialismo en Espa?a, ambos ten¨ªan, no obstante, caracter¨ªsticas en com¨²n. La primera y fundamental, la de ser educadores. Educador el primero de la ¨¦lite intelectual -la generaci¨®n del 14-, que contribuy¨® decisivamente a forjar aquella edad de plata que supusieron las tres primeras d¨¦cadas del siglo XX. Del segundo, Pablo Iglesias, educador de muchedumbres en feliz expresi¨®n de Morato. Si Giner de los R¨ªos supo ilusionar a los j¨®venes universitarios de su tiempo con el proyecto de regenerar Espa?a a trav¨¦s de la educaci¨®n, para Pablo Iglesias, "la fuerza de un partido popular depende de la educaci¨®n que d¨¦ a la masa que le forma". Los disc¨ªpulos de uno y los seguidores de otro, respectivamente, terminaron por compartir un similar proyecto de superaci¨®n del sistema de la Restauraci¨®n; los unos desde las universidades, los otros desde las escuelas de muchedumbres que fueron las casas del pueblo. Y ambos, Giner e Iglesias, fueron vistos como modelos del ciudadano virtuoso en que hab¨ªa de mirarse la Espa?a moderna y europea a construir. "Si hoy consideramos como aspiraci¨®n profunda de la democracia hacer laica la virtud", dec¨ªa Ortega, "tenemos que orientarnos buscando con la mirada, en las multitudes, los rostros egregios de los santos laicos. Pablo Iglesias es uno, don Francisco es otro, ambos, los europeos m¨¢ximos de Espa?a".
El instrumento de ambos "santos laicos" fue la palabra. Si algo de Pablo Iglesias impresion¨® a sus coet¨¢neos fue su voz. Recuerda as¨ª Machado el primer mitin al que asisti¨® con trece a?os: "Al escucharle hac¨ªa yo la ¨²nica honda reflexi¨®n que sobre la oratoria puede hacer un ni?o: parece que es verdad lo que ese hombre dice. La voz de Pablo Iglesias ten¨ªa para m¨ª el timbre inconfundible -e indefinible- de la verdad humana". Fue su palabra la que cautiv¨® tambi¨¦n a Ram¨®n Mar¨ªa del Valle-Incl¨¢n: "Todav¨ªa me parece verle y o¨ªrle con el calor y el entusiasmo de un hombre convencido. Desde el primer d¨ªa me sent¨ª atra¨ªdo por aquel ap¨®stol que no vacilar¨¦ en llamar grande". O a Gregorio Mara?¨®n, que siempre record¨® la voz de Pablo Iglesias escuchada desde Alemania: "?Con cu¨¢nto entusiasmo o¨ªamos aquella voz lejana que aterr¨® a los esp¨ªritus mezquinos de la sociedad espa?ola; pero que desde all¨ª, lejos, se ve¨ªa bien que era la voz de la verdad!".
Pero si lo que dec¨ªa era la verdad, forzoso es recordar qu¨¦ es lo que dec¨ªa; cu¨¢l era la verdad de Pablo Iglesias; aquella verdad que moviliz¨® a los miles y miles de espa?oles que, de una u otra clase o condici¨®n social, recogieron total o parcialmente su legado. Pablo Iglesias denunci¨® con dureza -como hiciera buena parte del liberalismo espa?ol no integrado en el r¨¦gimen canovista- las limitaciones e insuficiencias del sistema pol¨ªtico de la Restauraci¨®n; se opuso a las aventuras colonialistas de Espa?a, clam¨® contra la injerencia del poder militar y eclesi¨¢stico sobre la vida civil, rechaz¨® la soberan¨ªa nacional limitada que representaba la Monarqu¨ªa restaurada, critic¨® la actitud de los gobiernos en la Gran Guerra, exigi¨® una pol¨ªtica social que atendiera a las necesidades econ¨®micas y educativas de la clase trabajadora e hiciera innecesaria una revoluci¨®n en Espa?a. No, no era s¨®lo el adem¨¢n ni el tono o la fuerza de su voz lo que impresionaba. Si las intervenciones p¨²blicas de Pablo Iglesias impresionaron siempre a sus oyentes es porque sus palabras representaron tambi¨¦n la verdad de cuantos le escucharon. Unos y otros -liberales que vivieron extramuros del r¨¦gimen de la Restauraci¨®n y seguidores de Pablo Iglesias- compartieron, especialmente a partir de 1910, una misma visi¨®n de los problemas de Espa?a; y tambi¨¦n de sus soluciones.
El recuerdo, obligado por dem¨¢s, de los hombres de la Restauraci¨®n no puede significar ni su mitificaci¨®n interesada ni el olvido de aquella otra Espa?a que, en muy buena parte, simbolizan los nombres de don Francisco Giner y de Pablo Iglesias. Hoy, cuando se cumplen setenta y cinco a?os de la muerte de este ¨²ltimo, la necesidad de cultivar ciertos olvidos no puede ser la disculpa para dar una visi¨®n estr¨¢bica de nuestra historia, recuperando el legado de los C¨¢novas y Sagasta y olvidando el legado de los Giner o Pablo Iglesias. Al visitar Su Majestad el Rey Juan Carlos la Exposici¨®n que sobre Pablo Iglesias ha organizado la UGT, el partido socialista y la Fundaci¨®n Pablo Iglesias, con la ayuda de los ayuntamientos de Madrid y La Coru?a, ha dado un ejemplo de c¨®mo ha de cultivarse la memoria en un pa¨ªs con una historia tan turbulenta.
Recordar, dec¨ªa M. B. Coss¨ªo, es lo mismo que acordarse, y el recuerdo tiene que ser algo como el acuerdo entre los esp¨ªritus y el acorde entre los sonidos y la concordia entre los hombres, ya que todas esas palabras tienen un mismo fondo e id¨¦ntico origen, pues todas -recordar, acordar y concordar- vienen de coraz¨®n en su forma latina: cor, cordis. Tal es el sentido del homenaje que hoy, setenta y cinco a?os despu¨¦s de su muerte, se dedica a la memoria de Pablo Iglesias. Es recuerdo, es acuerdo y es concordia.
Virgilio Zapatero es comisario de la exposici¨®n Pablo Iglesias. 1850-1925.
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