?Deshojar la margarita?
Una de las flores m¨¢s expresivas ha sido elegida para descubrir la ¨²ltima verdad. Ciertamente, todo ser vivo puede ofrecer resquicio a la duda y bien se comprende que, en nuestro af¨¢n de descubrir la ¨²ltima realidad, se recurra a la m¨¢s abierta de las flores.Los humanos somos, ciertamente, harto m¨¢s impenetrables que las flores. No as¨ª, sin embargo, en el caso de Margarita. Nuestra amistad era lejana. Hab¨ªamos estado en el mismo colegio modestamente modernizante, el Instituto-Escuela, sin llegar a tratarnos hasta los posteriores comunes estudios en la madrile?a Facultad de Derecho. Quiz¨¢s tuve ocasi¨®n ya de disfrutar del primer efluvio sentimental (recurriendo a t¨¦rmino tan evasivo) cuando, caminando por nuestra com¨²n calle madrile?a hacia el colegio, pude apreciar el buen tipo de Margarita y de su joven hermana, Carmencho.
Coincidimos posteriormente, en cuanto alumnos de la Facultad de Derecho, alternando con estudiantes de Ciencias y, m¨¢s asiduamente, con los de Filosof¨ªa y Letras. Quiere decirse que disfrut¨¢bamos de ocasiones para discutir lo humano y lo divino y, lo que es m¨¢s importante, indagar algo de lo ajeno. En tal actitud de conservar el meollo de la formaci¨®n familiar, aunque no cerrilmente, coincid¨ªamos Margarita y yo. Por lo dem¨¢s, mientras ella era cortejada, como atractiva y estudiosa, yo me distingu¨ªa ¨²nicamente de la muchedumbre varonil en cuanto hermano de uno de nuestros profesores. A ninguno de los dos nos atra¨ªan las profesiones jur¨ªdicas y s¨ª, en cambio, las ocupaciones y temas sociales y, sobre todo, culturales.
Se cuaj¨® as¨ª una verdadera y profunda amistad, con su consabido acompa?amiento sentimental, dada nuestra diferencia sexual, lo que me permiti¨® franquear las puertas de su hogar, ya que no la confianza de sus padres. Una amistad fue la nuestra intensa, y por supuesto, como dec¨ªa, tambi¨¦n de cariz sentimental.
La preparaci¨®n por Margarita de la carrera diplom¨¢tica, desechada, en cambio, por m¨ª como algo fr¨ªvola, nos distanci¨® ya antes de la guerra civil, hasta reencontrarnos, cuando yo tambi¨¦n hab¨ªa ya pasado el aro diplom¨¢tico.
Al terminar ella su misi¨®n profesional en Londres, junto con la de su marido, Jaime Arg¨¹elles, Margarita me convoc¨®, a su paso por Par¨ªs, donde yo era secretario de embajada, a una reuni¨®n fraternal, con recuerdo del pasado y promesa del futuro.
Desde entonces alternamos frecuentemente con la mayor impunidad. Reunidos en Madrid, disfrut¨¢bamos de su hogar en Puerta de Hierro, as¨ª como de sus fincas campestres. Nuestra reuni¨®n m¨¢s entra?able fue, sin embargo, en Turqu¨ªa, donde yo era embajador. En aquella ocasi¨®n fue decisivo disfrutar de la compa?¨ªa asesora del padre Bouyer, as¨ª como de nuestro hijo Miguel, dominico en la Iglesia francesa. Descubrimos as¨ª los atractivos y el futuro del primer cristianismo.
Proseguimos nuestra amistad, acompa?ando a Margarita durante la enfermedad y muerte de su esposo, as¨ª como recientemente en la suya propia. Nos satisface saber que pudiese confesarse meses antes con nuestro hijo sacerdote, as¨ª como saber que su final fue religioso e indoloro.
A fin de terminar, no s¨¦ si demasiado pronto o tarde, quede constancia de que se trataba por parte de Margarita de una suave e inteligente comprensi¨®n de los dem¨¢s, lo que la permiti¨® ser una cumplida esposa, madre, abuela y hasta tatarabuela y, tambi¨¦n, amiga.
En cuanto amiga afable y comprensiva, nos ha permitido conocerla y quererla sin necesidad de deshojarla...
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