El drama de Gore
En el oto?o de 1999, Daniel Patrick Moynihan, el veterano senador neoyorquino cuyo esca?o ocupa ahora Hillary Clinton, declar¨®: "No apoyo a Al Gore porque jam¨¢s podr¨¢ ganar las presidenciales". Fue una premonici¨®n. Gore, el hombre que naci¨® para ser presidente de EE UU, el pol¨ªtico inteligente y preparado, el leal y eficaz vicepresidente de Bill Clinton durante ocho a?os, el esposo y padre ejemplar, no suceder¨¢ a su jefe en la Casa Blanca el 20 de enero.A¨²n m¨¢s, Gore se quedar¨¢, literalmente, sin trabajo. Lleva 24 a?os desempe?ando cargos (congresista, senador y vicepresidente) de elecci¨®n popular y ahora no tiene ninguno. ?Qu¨¦ har¨¢? ?Volver¨¢ al periodismo, la profesi¨®n que ejerc¨ªa en Nashville (Tennessee) antes de lanzarse a su primera campa?a electoral? ?Se incorporar¨¢ a una universidad? ?Se dedicar¨¢ a los negocios? Y, sobre todo, ?aspirar¨¢ en 2004 a la candidatura dem¨®crata a la presidencia? ?Le aceptar¨¢ entonces su partido?
Si Gore hubiera ganado en Tennessee, el Estado del que procede su familia, ser¨ªa el 43? presidente de EE UU. Pero el 7 de noviembre perdi¨® en Tennessee, y, curiosamente, tambi¨¦n en Arkansas, la patria chica de Clinton. Sus esperanzas quedaron depositadas en la larga y salvaje guerra de trincheras contra Bush que ha librado en Florida durante m¨¢s de un mes.
Lo que le ha ocurrido a Gore es todo un drama. Cuando naci¨® en Washington hace 52 a?os, hijo del senador por Tennessee Albert Gore, se puso en marcha una formidable maquinaria familiar para convertirlo en el perfecto candidato a la presidencia. Demasiado perfecto para el gusto de m¨¢s de la mitad de los 103 millones de estadounidenses que votaron el 7 de noviembre. Por maquinal, pedante y exagerado no conquist¨® el coraz¨®n de muchos de sus compatriotas. Por oportunista, perdi¨® el voto de muchos de los 2,7 millones que optaron por el ecologista Ralph Nader. Por darle la espalda a Clinton durante la campa?a, no entusiasm¨® por completo a los fieles militantes dem¨®cratas.
Y, sin embargo, Gore consigui¨® el mayor n¨²mero de sufragios de cualquier candidato dem¨®crata en la historia de las presidenciales norteamericanas, 50 millones. Y Gore le gan¨® en voto popular, por una diferencia de 300.000 en todo el pa¨ªs, al gobernador de Tejas. Pero eso no le sirvi¨® para nada, porque lo que cuenta para conquistar la Casa Blanca es el Colegio Electoral, decidido Estado por Estado. Y en el Estado clave, Florida, Gore, seg¨²n ha quedado sentenciado tanto por el Ejecutivo como por los tribunales, perdi¨® oficialmente por unos cientos de papeletas.
Drama sobre drama, es horroroso para Gore que ese pu?ado de votos podr¨ªan haber sido contrarrestados y superados si miles de jubilados no se hubieran equivocado en Palm Beach optando por el ultraderechista Buchanan en vez de Gore, a causa del c¨¦lebre dise?o confuso de las papeletas mariposa. O si en otros condados muchos dem¨®cratas hubieran presionado a fondo las cartulinas.
En el ¨²ltimo mes de batalla por Florida, Gore exhibi¨® lo mejor y lo peor de s¨ª mismo. A diferencia de Bush, trabaj¨® de sol a sol en su cruzada y dirigi¨® personalmente sus m¨¢s m¨ªnimos detalles legales, pol¨ªticos y propagand¨ªsticos. Defendi¨® su posici¨®n de modo berroque?o, jam¨¢s mostr¨® duda o debilidad. Al final, parec¨ªa Hal, el ordenador del filme 2001, odisea del espacio, y el 60% de sus compatriotas ped¨ªa que alguien lo desenchufara.
De momento, Gore pasa a la historia como el pol¨ªtico en el poder que no transform¨® en mayor¨ªa aplastante en las urnas la mejor situaci¨®n de paz y prosperidad de la historia norteamericana. Y como el perdedor que prolong¨® ag¨®nicamente una batalla electoral. ?Resucitar¨¢ Gore? Todo es posible. Pero en el fondo del escenario empieza a dibujarse la posibilidad de oponer a la restauraci¨®n din¨¢stica de los Bush otra de los Clinton a trav¨¦s de Hillary, el m¨¢s claro ganador de los electrizantes comicios del a?o 2000.
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