Recelo
Los hombres y mujeres de las clases pobres de anta?o le ten¨ªan terror a la firma, pues no sab¨ªan lo que firmaban y tem¨ªan ser enga?ados. Huelga decir que razones para la desconfianza no les faltaban. Si nos retrotraemos a los tiempos de Quevedo encontramos que el recelo hacia jueces, curas, escribanos, m¨¦dicos, etc¨¦tera, era una constante digna de figurar entre los factores de la vida cotidiana a los que Braudel otorga tanta importancia. No s¨®lo el plebeyo viv¨ªa esta angustia. El propio Quevedo, am¨¦n de otros autores de su tiempo, odiaba los papeles y los diagn¨®sticos. Se cuenta que cuando en su lecho de muerte el m¨¦dico le dijo que le quedaban dos d¨ªas de vida, el feroz sat¨ªrico le replic¨® sarc¨¢sticamente: "?Dos d¨ªas? ?Ni dos horas!".Hoy algunos leen bien; y aunque los m¨¢s lo hacen de aquella manera, el miedo a que nos hagan firmar el embargo de nuestros bienes creyendo que firmamos una bicoca, est¨¢ en v¨ªas de extinci¨®n. La desconfianza se ha trasladado, de las instituciones y los profesionales, al Gobierno y organismos afines. (Obviamente, no hablo en t¨¦rminos absolutos). Aunque existe en la sociedad, ya que no en todos sus miembros, un cierto poso reverencial de cara el poder.
As¨ª, las televisiones estatales (incluyo, c¨®mo no, las auton¨®micas) producen una informaci¨®n sesgada, sondeos dixit, pero, con todo, son las que cuentan con mayor n¨²mero de televidentes. As¨ª fue con el PSOE y as¨ª lo sigue siendo. Las encuestas del organismo gubernamental "aut¨®nomo", el CIS, gozan tambi¨¦n de amplia repercusi¨®n, por m¨¢s que se las acuse de estar "cocinadas". El PSOE, ante la obligatoriedad de hacer entrega de los datos al Parlamento, las suprimi¨® durante todo el periodo electoral. Si no son s¨®lo para m¨ª, no son para nadie. Pero escuchando los informativos de hoy y recordando c¨®mo el PSOE arrim¨® el ascua a su sardina, ?por qu¨¦ regla de tres hemos de pensar que las encuestas del actual Gobierno son un paradigma de objetividad? ?Porque nos lo dijo Pilar Castillo, a la saz¨®n directora del CIS? ?Acaso porque todos los manipuladores est¨¢n en un solo bando mientras que en el otro impera el esp¨ªritu de Cat¨®n El Viejo? No me f¨ªo de la mitad de la cuadrilla, dijo el hijo y eran padre e hijo. Por mi parte, yo nunca me he fiado tampoco de la otra mitad. Espero que no se me tome a mal.
Al partidismo de las entidades p¨²blicas -que el Gobierno actual no ha inventado, pero s¨ª ha perpetuado-, cabe a?adirle el escaso rigor de las mismas, achacable a factores como la escasez de medios, la ineficacia burocr¨¢tica y la ausencia de convicci¨®n. Son carencias cr¨®nicas. De modo que ni el censo conocemos con exactitud. Qu¨¦ decir, por ejemplo, de la inflaci¨®n, cuya cifra parece obtenida a ojo de buen cubero. Preg¨²ntesele a un pensionista si es cierto que su poder adquisitivo est¨¢ en alza o al menos se mantiene. El error tiene su origen en el singular modo con que el ministerio echa cuentas. O es que los consumidores no entendemos de n¨²meros, por m¨¢s que comprobemos en los respectivos bolsillos que cada vez los ingresos nos cunden menos. Le pido disculpas al se?or Montero por lo rudimentario de mis c¨¢lculos estad¨ªsticos.
La ¨²ltima encuesta social del CIS revela, sin embargo, que el recelo general est¨¢ en ascenso. Pero el Gobierno mantiene su tesis o eso dice. Nada que temer. Tan pronto como el precio de la energ¨ªa vuelva a su mejor cauce -el descenso actual a¨²n lo desborda- bajar¨¢ la inflaci¨®n y la econom¨ªa reemprender¨¢ su ritmo. La culpa del bache la ha tenido el mercado internacional del petr¨®leo. Casi me produce rubor, de puro obvio, mencionar que cuando las cosas van bien, el m¨¦rito es atribuible al Gobierno de turno y, m¨¢s recientemente, tambi¨¦n a "la sociedad", factor este ¨²ltimo que sirve para parecer modestos sin que cueste un duro y de paso hacernos la pelota al pueblo. Si pintan bastos siempre la culpa es del malvado mundo exterior. Algunos replicar¨¢n que para las cuestas arriba quiero mi burro, que las cuestas abajo yo me las subo.
Yo me abrir¨ªa las carnes si el CIS formulara una pregunta como la siguiente: "?Cree usted que cuanto m¨¢s sube la inflaci¨®n m¨¢s aumentan los beneficios de los grandes y no tan grandes consorcios?" Pero el CIS conoce la respuesta a pies juntillas y piensa, con loable buen sentido, que la conocemos todos; de ah¨ª que evite insultar nuestra inteligencia con preguntas tan extremadamente obvias. En la encuesta a que me refiero, que es de septiembre, el CIS nos lanza una pregunta ante cuya astucia me quito el sombrero. "?Cu¨¢les son los tres problemas que a usted personalmente le afectan m¨¢s?" El terrorismo sale segundo y muy atr¨¢s la inseguridad ciudadana. El 23 contra el 8%. Va bene. Pero antes se ha preguntado "cu¨¢les son los tres problemas principales que existen actualmente en Espa?a". El terrorismo se sube aqu¨ª al centro del podio, con un 70% de las respuestas. Suena un tanto extra?o. El quid, naturalmente, est¨¢ en la ambig¨¹edad de la primera pregunta, que provoca un fen¨®meno de traslaci¨®n, por solidaridad ciudadana. "A m¨ª, personalmente -afirma el bravo ciudadano- el terrorismo no me preocupa, pero reconozco que es el problema nacional n¨²mero uno". Sin embargo, form¨²lese la segunda pregunta de un modo m¨¢s crudo: "?Qu¨¦ teme usted m¨¢s, el tiro en la nuca o el coche bomba, o que le roben, violen o maten delincuentes comunes?". Punto arriba o abajo, quedar¨¢n invertidos los porcentajes. No descubro la p¨®lvora al decir que seg¨²n se formule una pregunta cambiar¨¢ la respuesta. Recelamos.
Los pol¨ªticos se quejan amargamente de ser tenidos en poco por la ciudadan¨ªa. Y es cierto que son tenidos en poco, individual y colectivamente. Muchos ministros del PP (y antes del PSOE) ni siquiera alcanzan el aprobadillo raspado. El pueblo los tiene incluso por vagos, cuando generalmente no lo son y abundan los que pecan de lo contrario. Tocando este art¨ªculo a su fin, dejo para otro d¨ªa el listado de las razones (y de la raz¨®n de fondo) de lo que a mi parecer es la causa del desplazamiento del recelo p¨²blico de unas instituciones a otras. Pero termino diciendo que la instituci¨®n pol¨ªtica paga culpas que no tiene a cambio de no pagar las que s¨ª tiene. No somos precisamente los ciudadanos quienes hemos creado esta situaci¨®n an¨®mala. De la que por cierto tambi¨¦n salimos damnificados sin comerlo ni beberlo.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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