De Carolus a ETA
A estas alturas del a?o, lo normal es que yo estuviera en un pueblo guipuzcoano, asistiendo al disfraz colectivo que tiene lugar el d¨ªa de Santo Tom¨¢s. El 20 de diciembre era tradicionalmente el d¨ªa en que los arrendatarios pagaban la renta a los due?os de los caser¨ªos, pero aun ahora, cuando ya el sector agrario ha desaparecido pr¨¢cticamente, la celebraci¨®n se mantiene a fuerza de un consumo masivo de chistorra y de la adopci¨®n mayoritaria de las vestimentas de baserritarras o casheros para los adultos y de caseritos y poxpoli?as para los menores. La modernidad renuncia a su primac¨ªa y se esconde detr¨¢s de un imaginario ruralizante. El Olentzero, personaje grotesco, entra?able emblema de la Navidad vasca, se pasea por las calles y ante el Ayuntamiento tal vez hay concurso de villancicos. S¨®lo que no vale la pena incrementar el riesgo de un accidente, por el simple hecho de manifestar las propias opiniones pol¨ªticas en un peri¨®dico democr¨¢tico, y resulta preciso escoger entonces otros destinos.Si las preferencias del interesado se orientan hacia el surrealismo, una buena opci¨®n consiste en desplazarse a Toledo para contemplar en el bell¨ªsimo museo-hospital de la Santa Cruz la exposici¨®n Carolus, uno de los momentos cenitales de la conmemoraci¨®n del V Centenario de Carlos I de Espa?a y quinto de Alemania. Nada mejor para olvidar las preocupaciones del presente y para desentenderse de los condicionamientos de la historia. El modelo Iglesias de Exposici¨®n Real alcanza aqu¨ª su apogeo. El visitante sigue el supuesto itinerario vital del rey-emperador desde sus comienzos como incipiente caballero borgo?¨®n hasta el recinto de la muerte, coronado sobre fondo negro por lucecitas rojas que configuran un extra?o ¨¢rbol de Navidad. En el ingreso del mismo, la asociaci¨®n entre el retrato mortuorio de la reina y el hermoso cuadro de La Dolorosa, de Tiziano, invita a depositar imaginarias tarjetas de p¨¦same. M¨¢s all¨¢, a modo de ep¨ªlogo, un retrato del joven Felipe II anuncia el happy end din¨¢stico.
En la vida del tal Carolus, seg¨²n la exposici¨®n, todo han sido glorias, confundiendo la importancia del ritual con su protagonismo exclusivo. Los reveses y los conflictos desaparecen -no hubo al parecer derrotas ante turcos o protestantes alemanes, ni guerra de las Comunidades- o son convenientemente enmascarados: Reforma, controversia sobre las Indias. As¨ª, el saco de Roma fue un choque de "culturas" (sic) protestante y cat¨®lica. Carlos es definido como "pr¨ªncipe erasmista", pero la persecuci¨®n de los erasmistas resulta omitida. Todo se subordina a la voluntad de comunicar una imagen de grandeza con unas notas explicativas colocadas en lo alto que nada tienen que ver con los criterios informativos que en todo el mundo acompa?an hoy a cualquier exposici¨®n de calidad; incluso contienen ambig¨¹edades sobre las dos coronaciones y errores de bulto (Carlos V es calificado de "emperador de Bolonia"). Otras veces, para qu¨¦ complicarse la vida, vac¨ªo absoluto: la proyecci¨®n imperial sobre Am¨¦rica es evocada mediante tres hermosas figuritas, dos de las cuales ni siquiera son identificadas. No importa. El espectador tiene ante s¨ª una nueva muestra, disfrazada de alta cultura, de exaltaci¨®n del pasado mon¨¢rquico. Y van...
La memoria oficial sirve de este modo, como si de un costoso pero inevitable ritual se tratara, a la Espa?a oficial. ?Con qu¨¦ fin, podemos preguntarnos, si la popularidad de Juan Carlos se debe en buena medida a la carga de humanidad que ha sabido introducir en el personaje real? Los ¨²nicos beneficiarios de semejante orientaci¨®n pueden ser los nuevos aspirantes a cortesanos, burocr¨¢ticos o intelectuales, de un Rey que por fortuna no tiene Corte. En cualquier caso, al volver a la vida, vamos a parar a las ant¨ªpodas de ese ensue?o mon¨¢rquico arcaizante. No estamos ante la culminaci¨®n de un Estado mon¨¢rquico que puede ser celebrada a los acordes del Rule Britannia, sino ante la puesta en cuesti¨®n -por el terror y por ciegos voluntarios del tipo Gonz¨¢lez de Txabarri- de ese Estado, cuyas ra¨ªces hist¨®ricas los ciudadanos deben comprender, sin nuevos mitos, precisamente para apuntalar su forma democr¨¢tica actual.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.