El progreso SERGIO MAKAROFF
A unos cien metros del bar del Hivernacle, en la intersecci¨®n de las calles de la Princesa y del Comer?, se halla el restaurante El Foro. El otro d¨ªa com¨ª all¨ª con uno de sus due?os, Claudio Weinberg, antiguo compa?ero del colegio Cornelio Saavedra.Claudio y yo somos pr¨¢cticamente id¨¦nticos: argentinos de Buenos Aires radicados en Barcelona, origen jud¨ªo centroeuropeo, 48 a?os, guapos, calvos y muy dados a la filosof¨ªa de sobremesa.
No s¨¦ c¨®mo sali¨® el tema, pero entre sorbo y sorbo de caf¨¦ Claudio record¨® que en nuestros primeros a?os escolares escrib¨ªamos con plum¨ªn. No se hab¨ªa inventado el bol¨ªgrafo ni el rotulador y las plumas estilogr¨¢ficas eran un lujo de potentado. Los tinteros de cer¨¢mica se guardaban en un armario y cada ma?ana la maestra los repart¨ªa entre los alumnos. El papel secante era un ¨ªtem absolutamente indispensable. Los pupitres ten¨ªan un agujero para colocar el tintero. Un poco despu¨¦s aparecieron los tinteros involcables de pl¨¢stico, una verdadera revoluci¨®n tecnol¨®gica. El nombre de esos impresionantes artilugios era una provocaci¨®n para mi naturaleza rebelde: yo consegu¨ªa volcarlos y luego me regodeaba contemplando con qu¨¦ avidez absorb¨ªa la tinta el papel secante.
Cuando Claudio y yo ¨¦ramos chicos, a¨²n recorr¨ªan las calles de Buenos Aires unos carros tirados por magn¨ªficos percherones, generalmente blancos, cargados de leche, sifones de seda o -mis favoritos- escobas, plumeros, canastas y hasta sillas de madera y paja.
Las calles estaban empedradas y recuerdo perfectamente el clac-cataclac de los cascos de los caballos y el crujido de las ruedas de los carros. Como no engrasaba los ejes, lo llamaban abandonado. Si a ¨¦l le gustaba que sonaran, ?para qu¨¦ los iba a engrasar?
Cuando ten¨ªa 13 a?os comenc¨¦ el bachillerato en el colegio Nicol¨¢s Avellaneda. A tres calles de sus magnas aulas, en una esquina, hab¨ªa una herrer¨ªa. Aquellos percherones necesitaban cierto mantenimiento, claro. El herrero golpeaba su yunque a la vida de quien quisiera recrearse con tan tradicional y viril menester. Todo lo que se ve¨ªa y ol¨ªa era tajantemente decimon¨®nico, a pesar de estar promediando entonces el siglo veinte.
Me imagino ahora qu¨¦ pasar¨ªa si de pronto apareciera mi hija Miranda en aquella herrer¨ªa porte?a, con sus crenchas rastas te?idas de negro azabache, sus bambas japonesas con im¨¢genes de manga, su tel¨¦fono m¨®vil rosa fucsia y su cuidado desali?o cyberpunk. No causar¨ªa mayor impresi¨®n un enanito verde con antenas que emitiera telep¨¢ticamente: "Venimos en son de paz. Queremos hablar con su jefe".
Nunca antes el mundo hab¨ªa cambiado tanto en tan poco tiempo. Es un v¨¦rtigo que a m¨ª me resulta agradable. Superman ten¨ªa un amigo, el periodista pelirrojo Jaime Olsen, que ten¨ªa un reloj con el que pod¨ªa llamar al hombre de acero en caso de emergencia. Apretaba un botoncito y Superman acud¨ªa, estuviera donde estuviera. Aquello era pura ciencia-ficci¨®n. Actualmente esos relojes transmiten im¨¢genes v¨ªa sat¨¦lite y sirven para navegar por Internet. Con ellos puedes apropiarte de canciones sin pagar derechos de autor, comprar entradas para ver a Radiohead en Melbourne y consultar la Enciclopedia Brit¨¢nica. Miranda no tardar¨¢ en reclamar uno, esgrimiendo la mort¨ªfera argumentaci¨®n de "en el colegio todos lo tienen".
A pesar de estas evidencias superelocuentes, a¨²n hay gente que descree del progreso. Suelen ser ec¨®lagras aquejados de ligeras tendencias paranoico-apocal¨ªpticas. Para demostrar que el progreso existe mentas la muy contundente prueba de los avances medicinales. En pocas generaciones la expectativa de vida se ha duplicado: de 40 a 80 tacos. ?Qu¨¦ gran ¨¦xito de la ciencia! Los iletrados admiradores de Unabomber te regalan una mueca despectiva y preguntan: "?Para qu¨¦ quieres vivir 40 a?os m¨¢s, para respirar toxinas y ver c¨®mo se derriten los casquetes polares mientras los rayos c¨®smicos nos queman la piel a trav¨¦s del agujero de ozono? Yo les pido que supongan que un antiguo poblador de la Tierra de 40 a?os est¨¢ a punto de morir. Aparece un m¨¦dico del futuro y le ofrece 40 a?os m¨¢s de vida. Pero le advierte que tendr¨¢ que usar protector solar factor 28 y que quedan solamente 29 rinocerontes blancos trotando por la sabana. ?El terr¨ªcola dir¨ªa "ah, no, doctor, as¨ª no vale la pena, prefiero morir". Evidentemente saltar¨ªa en una pata, besar¨ªa la mano del m¨¦dico y correr¨ªa a apuntarse a Greenpeace.
Todo esto me surgi¨® la sobremesa con Claudio Weinberg. Otro d¨ªa hablaremos de Claudia Faimberg, argentina de Buenos Aires radicada en Barcelona, origen jud¨ªo centroeuropeo, 45 a?os, guapa, ojazos celestes, profesora de yoga y otras t¨¦cnicas corporales.
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