Par¨ªs y sus ex colonias
Los cad¨¢veres sienten en estos ¨²ltimos tiempos una frecuente tendencia a escaparse con estr¨¦pito de los armarios. Una de las m¨¢s reputadas osamentas de ayer, pero que no ha dejado de tener vigencia, es la que se deriva de las m¨¢s que irregulares andanzas del Estado franc¨¦s, as¨ª como las de algunos de sus ciudadanos por cuenta propia, en sus antiguas colonias africanas, donde se han aliado secularmente la obligaci¨®n -los presuntos intereses nacionales- y la devoci¨®n -el seguro lucro personal-.Esa particular hidra africana saca ahora su ominosa cabeza para preocupaci¨®n de los guardianes de la memoria del anterior presidente, Fran?ois Mitterrand, y de otros personajes todav¨ªa en activo, sin excluir, quiz¨¢ un d¨ªa, al actual jefe del Estado, el gaullista Jacques Chirac. Jean Christophe, hijo del presidente fallecido, se halla bajo investigaci¨®n judicial -paso previo a un eventual procesamiento- por un caso de venta ilegal de armas a Angola. El v¨¢stago Mitterrand, conocido en lo que familiarmente muchos llaman Fran?afrique -los antiguos dominios coloniales- como Papa m'a dit (Pap¨¢ me ha dicho), de tanto que hac¨ªa de missi dominici del presidente socialista, incluso lleg¨® a ejercer un cargo junto a su padre, con responsabilidades sobre la pol¨ªtica africana de Francia.
Pero no fue Mitterrand, sino De Gaulle, el fundador de la V Rep¨²blica en 1958, quien institucionaliz¨® con mucha nocturnidad y alguna alevos¨ªa la continuidad del poder franc¨¦s en las ex colonias del ?frica negra, que accedieron a la independencia en el periodo 1958-1960, y todos los presidentes sucesivos, por su parte, han desempe?ado su papel en la trama, con menci¨®n especial para el gaullista Chirac, a quien los fastos y las maniobras de pasillo vinculadas al antiguo imperio siempre han resultado particularmente gratas.
Es hasta parad¨®jico, sin embargo, que sea la venta de armas a Angola, que como ex colonia portuguesa no figura en la n¨®mina directa de r¨¦gimenes clientes de Par¨ªs, lo que haya puesto en alerta a la justicia. Pero el r¨¦gimen de Luanda, en cambio, s¨ª ocupa un lugar destacado en esa nunca reconocida pugna entre Estados Unidos y Francia por influir en un continente, por lo dem¨¢s francamente olvidado por la nueva y la antigua econom¨ªa, as¨ª como, en general, por los designios estrat¨¦gicos de Occidente, en el pos-sovietismo y la unipolaridad norteamericana actuales.
Pero si los cad¨¢veres africanos empiezan ya a emerger de sus sepulcros, lo que parece muy positivo para la higiene social y pol¨ªtica, ello se debe, precisamente, a que hoy vivimos un tiempo muy distinto del de la guerra fr¨ªa; un tiempo en el que los armarios revientan de viejas cuentas pendientes, porque hoy existe una opini¨®n p¨²blica que esgrime una nueva y formidable exigencia de que sus l¨ªderes expliquen cada minucia de su ejecutoria, no s¨®lo del presente, sino tambi¨¦n del no tan lejano pasado.
Para Chirac, sobrado de posibles amenazas judiciales por su longevo paso por la alcald¨ªa parisina, donde los fondos p¨²blicos se manejaban como los de Al¨ª Bab¨¢ y los cuarenta ladrones, o para la cohorte p¨®stuma de Mitterrand, cualquier menci¨®n de ese proceloso ayer ha de hacer pensar que, al menos para ciertas cosas, cualquier tiempo pasado fue mejor. Y no hay ning¨²n motivo para lamentar que as¨ª sea.
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