Oteiza se alza de nuevo
?Es un hecho probado que Jorge Oteiza y sus esculturas aparecen ¨²ltimamente con reiterada asiduidad en los medios de comunicaci¨®n? Es cierto, pero no es menos cierto que durante muchos a?os, demasiados a?os, acapar¨® el desprecio m¨¢s rotundo por quienes ostentaban el poder, sea cual fuere el tinte ideol¨®gico gubernamental de cada momento. Nadie le entendi¨® o no quisieron entenderle. Molestaban sus denuncias, sus diatribas, sus contra esto y aquello. Vivi¨® entre nosotros y estuvo existiendo sin que se le hiciera el m¨¢s m¨ªnimo caso.A partir de 1988, cuando La Caixa decide exponer la obra de Oteiza bajo el t¨ªtulo Prop¨®sito experimental, con la colaboraci¨®n inestimable de Txomin Badiola y el clarificador texto de Margit Rowell, empieza a tomarse en serio lo que Oteiza hab¨ªa investigado creativamente treinta a?os atr¨¢s. Nueve a?os m¨¢s tarde le vienen de fuera dos reconocimientos personales. Uno por parte de Frank Gehry, el creador del Museo Guggenheim de Bilbao, al proclamar que para ¨¦l Oteiza es como Picasso y Le Corbusier. El otro es del escultor estadounidense Richard Serra, tal vez el m¨¢s cualificado de los escultores en activo, al se?alar a Oteiza como el mejor escultor vivo del mundo.
Poco a poco le llegan peticiones para que alguna de sus esculturas, dise?adas en reducidas dimensiones, fueran agrandadas e instaladas en lugares p¨²blicos. Se montan algunas muestras de sus trabajos. Oteiza es noticia casi permanente.
Ahora se ha organizado una exposici¨®n en el Kursaal donostiarra. Es una muestra con un poco de aquello de lo que est¨¢ compuesto el corpus oteiciano. Aparecen las primeras esculturas, es decir, su mundo figurativo (retratos, escultura religiosa, la pieza fundamental, como es la unidad triple liviana, entre otras); sus escarceos experimentales con alambres, hojalatas y tizas; las maclas, m¨¢s las desocupaciones de la esfera y sus portentosas cajas metaf¨ªsicas. Lo dicho, un poco del todo Oteiza en estado puro.
El montaje est¨¢ realizado con una evident¨ªsima admiraci¨®n por el escultor de Orio, aunque con algunos descuidos; por ejemplo, el que determinadas obras est¨¦n colocadas en baldas junto a la pared. Es imperdonable que a esas esculturas se les prive de la tercera dimensi¨®n. Al quitarles una dimensi¨®n se les est¨¢ quitando el tiempo. Cuando una escultura se ve en su plenitud -entera en sus tres dimensiones, tal como se concibi¨®-, no es que se pierda el tiempo, sino que con ello es el tiempo lo que se gana.
Creemos que, en la puesta general, la colocaci¨®n en vitrinas de las tizas, hojalatas y alambres gravita sobre las dem¨¢s esculturas. Aparece todo supeditado a ese sentido vitrinesco. Y se debe separar lo que es c¨²mulo de bocetos, acertadamente ubicados en vitrinas, de lo que son piezas conclusivas, que deben poseer sus territorialidades espec¨ªficas para que obtengan cada una su m¨¢ximo esplendor.
Resultan formidables las paredes repletas de paneles con textos del propio Oteiza. Por aquel ¨¢mbito, en fotograf¨ªas ampliadas en negativo, discurren un sinf¨ªn de ideas oteicianas: fragmentos de su mundo po¨¦tico, retazos investigatorios, su compromiso civil, lecciones de arte, lo que fue su vida siempre en movimiento pendular; y hasta se alza suavemente, casi desapercibido, un aforismo clave en su quehacer est¨¦tico: "El vac¨ªo no se ocupa, no se pinta, se piensa".
Es excelente el desplegable editado y no tan acertada la elecci¨®n de textos para la confecci¨®n de lo que es el cat¨¢logo de la muestra. Le falta hondura y le sobra un pel¨ªn de folcloridad.
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