Los miserables
A cuatro d¨ªas del fin del siglo coincidieron en el peri¨®dico tres fotograf¨ªas relacionadas con ?frica: la primera, rutinaria ya, nos mostraba el cotidiano goteo de cad¨¢veres africanos en la frontera meridional de Europa; la segunda, casi tan rutinaria como la primera, reflejaba las enormes colas de inmigrantes, a la espera de m¨¢gicos papeles de legalizaci¨®n, alrededor de la Subdelegaci¨®n del Gobierno en Barcelona; la tercera, por ¨²ltimo, nos recuerda una escena, muy pr¨®xima a la anterior, en la que varios manifestantes, partidarios del Frente Polisario, protestaban contra el itinerario saharaui del Rally Par¨ªs-Dakar.
En realidad, estas im¨¢genes, pese a su concreci¨®n, ten¨ªan algo de fantasmag¨®rico. ?No son, acaso, fantasmagor¨ªas los desarmados ej¨¦rcitos de sombras que cruzan la noche del estrecho de Gibraltar? Siluetas grabadas fugazmente en nuestras retinas antes de desvanecerse en la bruma de la repetici¨®n. A fuerza de a?os de ver la misma sombra infinitamente repetida ya hemos olvidado su consistencia individual. S¨®lo una compasi¨®n et¨¦rea persiste a la rutina.
Aunque m¨¢s pr¨®ximas, visibles casi todos los d¨ªas, ?son menos fantasmag¨®ricas las multitudes en busca del triste talism¨¢n que la polic¨ªa ordena sin demasiadas contemplaciones? Tampoco, en este caso, las identidades personales superan, a nuestros ojos, el impacto de una presencia extra?a y masiva. ?Qui¨¦nes son estos que se han constituido en una mancha gris pegada a un edificio oficial m¨¢s bien s¨®rdido? Espectros, ¨²nicamente, que han acabado conformando un trazo inquietante en el paisaje de la ciudad.
Si opacos fantasmas son esos seres que viven y mueren entre nosotros, ?a qu¨¦ categor¨ªa pertenecer¨¢n aquellos otros que s¨®lo existen cuando necesitamos de su existencia para nuestros placeres, turismos o juegos? Enviamos turistas hacia fortalezas protegidas del caos protagonizado por esta humanidad marginal o, como indicaba la tercera fotograf¨ªa, pilotos de coches y motos hacia rutas trazadas en un supuesto vac¨ªo. ?Debemos, quiz¨¢, alterar nuestros juegos tan s¨®lo porque el itinerario elegido choque con el testimonio fantasmag¨®rico de unos cuantos miles de miserables acampados en pleno desierto del S¨¢hara desde hace 25 a?os?
Al empezar el siglo XX ?frica era, seg¨²n los europeos, misteriosa. Ahora, m¨¢s que misteriosa, es espectral. Un mundo que aparece y desaparece en las esquinas de nuestras vidas, te?ido de corrupci¨®n y sangre, fuente de invasores poco deseados, carne de amnesia. El exotismo y el misterio del ?frica colonial -p¨¢lidamente evocados en las fortalezas tur¨ªsticas- han sido sustituidos por difuminados horizontes de temor. Como ning¨²n otro continente, ?frica parece haber quedado al margen de toda expectativa de futuro. Al menos a nuestros ojos, o a los ojos educadores de nuestros ojos: los medios de comunicaci¨®n.
Muchas de las circunstancias que conducen a esta desolaci¨®n las explica admirablemente Ryzard Kapuscinski en su ?bano (Anagrama, Barcelona, 2000). Es un libro que, en cierto modo, gira alrededor del mapa de ?frica, una morfolog¨ªa que siempre me ha fascinado: el mapa todav¨ªa colonial de mi infancia en el que a¨²n se pod¨ªan ver algunos de los huecos verdes, territorios inexplorados que tanto hab¨ªan gustado a Baudelaire y Rimbaud; el mapa de la fulminante descolonizaci¨®n y el desorientado cambio de nombre de pa¨ªses y ciudades con el que se hab¨ªa pretendido devolver a ?frica sus esencias africanas; el mapa evocado por los peri¨®dicos para informar de golpes de Estado, guerras y masacres. Por encima de todos ellos, ese mapa geom¨¦trico, de trazos rectil¨ªneos y distribuciones perfectas, con que Europa se reparti¨® ?frica leg¨¢ndole, en parte gracias a ¨¦l, la semilla de la brutalidad futura.
En Kapuscinski he le¨ªdo nuevos detalles sobre esta cartograf¨ªa bella y maldita. La Francia colonial y el Imperio Brit¨¢nico estaban obsesionados con aplicar la perfecci¨®n del mapa a la dominaci¨®n pol¨ªtica. Los brit¨¢nicos quer¨ªan el eje vertical que iba de El Cairo hasta Ciudad del Cabo y los franceses, el horizontal que transcurr¨ªa entre Dakar y Djibuti. Al mismo tiempo, unos y otros estaban convencidos de que quien poseyera el punto de intersecci¨®n entre ambos ejes tendr¨ªa una clara hegemon¨ªa. El cruce result¨® encontrarse en una peque?a aldea de pescadores al sur de Sud¨¢n, Fashoda, y hacia aquel objetivo delirante lanzaron en 1898 las expediciones de los respectivos imperios. Al parecer, la mejor tajada se la llev¨® Gran Breta?a.
El mapa de ?frica resume bien el drama de ?frica. Kapuscinski analiza cuidadosamente esta relaci¨®n y de sus palabras podemos deducir, al menos en parte, por qu¨¦ la misteriosa ?frica colonial pudo llegar a convertirse en la espectral ?frica del presente. De hecho, ya era espectral cuando Europa difund¨ªa que era misteriosa. Kapuscinski da datos estremecedores sobre el saqueo esclavista entre los siglos XV y XX, y sobre el consiguiente saqueo espiritual: el mapa perfecto trazado en las canciller¨ªas europeas encerraba un universo despoblado, roto en pedazos, una piel arrancada a jirones por las sucesivas explotaciones. Pero lo peor fue el robo del alma.
Lo peor, hist¨®ricamente, cuando los cuerpos en apariencia se liberaron. Kapuscinski afronta con el conocimiento del que ama y el rigor del que comprende el tenebroso rumbo del ?frica descolonizada. El alma de ?frica ha sido tan profundamente violentada que la violaci¨®n deb¨ªa mostrar largo tiempo sus huellas. La mayor¨ªa de los dirigentes de la independencia se volvieron con rapidez visionarios y desp¨®ticos; los militares usurparon los poderes; los funcionarios se pertrecharon en la corrupci¨®n; los nuevos ricos se aliaron con los viejos ricos de las metr¨®polis; los sacerdotes y brujos convocaron a desconocidos fanatismos. Y del c¨ªrculo vicioso de un organismo roto y una conciencia envilecida s¨®lo pod¨ªa brotar una miseria quiz¨¢ peor que la antigua.
Los honrados ciudadanos que no entienden por qu¨¦ vienen esos (los del estrecho de Gibraltar), qu¨¦ hacen esos (los de las colas en la Subdelegaci¨®n del Gobierno) o qu¨¦ quieren esos (los que protestan contra un rally) deber¨ªan hojear el libro de Kapuscinski. O contemplar detenidamente el mapa de ?frica. Quiz¨¢ lleguen a oler la sangre que est¨¢ impregnada en ¨¦l.
Rafael Argullol es escritor y fil¨®sofo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.