LA JUSTICIA FLEXIBLE
Todo es flexible en M¨¦xico. Desde los sueldos de los funcionarios hasta el manual con el que un juez imparte justicia en la sala del Tribunal. Tan flexible como la corrupci¨®n secular de la autoridad que quiere erradicar de la sociedad el presidente Vicente Fox.
El empresario espa?ol protagonista de aquel asombroso sucedido todav¨ªa evoca, entre pasmado y divertido, la vista celebrada en Ciudad de M¨¦xico contra un empleado al que debi¨® despedir por z¨¢ngano. Ejecutivo y litigante acudieron al juzgado correspondiente en defensa de sus respectivas posiciones. No era mucho el dinero en juego, pero la disputa les hab¨ªa enemistado de tal manera que debieron dirimirla ante los tribunales.
El d¨ªa de autos, acomodadas las partes en sus bancos, terciando en las alturas la majestad del poder judicial, el ¨¢rbitro encargado del caso escrut¨® al elegante espa?ol, y le llam¨® al estrado. 'No, usted no. Usted qu¨¦dese donde est¨¢', orden¨® al abogado, que se levant¨® con su defendido por si era menester sus oficios. Aquel se acerc¨® al juez, y escuch¨® al o¨ªdo un cr¨ªptico comentario. 'Me gusta su corbata'. 'Muchas gracias, se?or juez', le agradeci¨® el espa?ol, ajeno a las intenciones en curso. Poco despu¨¦s, el magistrado dictaba sentencia. 'No ha lugar'. No hubo lugar a la reclamaci¨®n del empleado mexicano, derrotado por la corbata de coloristas animalitos del empresario. La prenda pas¨® a manos, y despu¨¦s al cuello, del magistrado de pacotilla.
La miscel¨¢nea exhibida por la picaresca mexicana es rica, asombrosa, y tragic¨®mica, en el sector judicial, donde los trucos para expugnar el imperio de la ley son variados, originales y homologados como derecho consuetudinario en muchos pa¨ªses de Am¨¦rica Latina. El cajuelazo es uno de ellos. La cajuela es el maletero de los autom¨®viles, en los que l¨®gicamente se desplazan la mayor¨ªa de los testigos abocado a juicio. El d¨ªa fijado para el careo, el testigo o el propio titular de la reclamaci¨®n salen de casa, abordan su coche, o un taxi, y enfilan hacia los juzgados indicados. Ignoran los cuitados que sus contrarios en la citaci¨®n han contratado a la mafia para impedir su llegada.
El coche, o la camioneta de los sicarios, seg¨²n el tonelaje aconsejado por la operaci¨®n, les embiste violentamente en un punto determinado del recorrido simulando un accidente. Llega la polic¨ªa, el atestado y los gritos prolongan los tr¨¢mites, y las v¨ªctimas pierden el juicio por incomparecencia. Es frecuente, no obstante, que no sea necesario el traslado de los testigos pues en los portales de no pocos palacios de justicia abundan testimonieros de pago, dispuestos a declarar que vieron al autor del asesinato del torero espa?ol Manolete, que como sabr¨¢ el lector muri¨® empitonado en un coso ib¨¦rico. Y conviene estar atentos a la redacci¨®n de la sentencia por el funcionario oficiante, pues ha ocurrido que un pu?ado de pesos cause en aqu¨¦l dislexia, y donde el juez dijo 'Diego' escriba 'digo', convirtiendo al inocente en culpable. Desfacer el entuerto es complicado una vez que el dictamen queda torcidamente redactado.
Ahora bien, algunos episodios son dram¨¢ticos. El catal¨¢n Jos¨¦ Alberto Areste Giralt, de 20 a?os, que lleg¨® hace pocos meses a M¨¦xico, ingres¨® en la prisi¨®n de Villahermosa (Tabasco) el pasado d¨ªa 16. Pas¨® la Nochebuena y el d¨ªa de Navidad entre rejas, sigui¨® en la c¨¢rcel en Nochevieja, A?o Nuevo y Reyes all¨ª contin¨²a por orden de una justicia bajo sospecha. Su padre, propietario en vida de una peque?a empresa de aires muri¨® sin testar en un accidente de tr¨¢fico, y su reciente amante, mexicana, disputa a Jos¨¦ Alberto las propiedades del difunto ejecutando todo tipo de tejemanejes, comprando y enga?ando, seg¨²n su novia, Gloria G¨®mez, tambi¨¦n catalana. Logr¨® encarcelarlo.
El pleito no pasar¨ªa de ser uno m¨¢s entre deudos de no tenerse la presunci¨®n fundada de que en su desarrollo interviene uno de los c¨¢nceres que el gobierno de Vicente Fox pretende reducir durante su mandato: la corrupci¨®n judicial. Jos¨¦ Alberto Areste, que fue declarado judicialmente albacea de los bienes de su padre, fue puesto bajo grilletes por el supuesto robo de una de las cuatro furgonetas de la empresa de aquel.
La imaginaci¨®n de la autoridad, judicial o policial, no conoce l¨ªmites, y otro espa?ol fue multado con un cargo que a la fecha no ha podido ser descifrado: 'rebasar el tr¨¢fico existente'. Una madrile?a lo fue por 'exceso de velocidad', mientras permanencia detenida en un embotellamiento. Comprobar lo contrario en comisar¨ªa puede conducir a la locura, o al crimen, a quien lo intente. La ri?a acaba generalmente con el pago de la preceptiva mordida. Pero como casi todo es flexible en M¨¦xico y los salarios de los funcionarios, muy bajos, una pareja de intr¨¦pidos ejecutivos espa?oles convenci¨® a un motorista de tr¨¢fico de que les alquilase su Harley por 200 pesos (3000 pesetas) para dar un paseo. 'Sin las sirenas, eh', advirti¨® el polic¨ªa. 'S¨ª, s¨ª, no se preocupe'. A la vuelta de la esquina, y en una aventura inolvidable, las encendieron perdi¨¦ndose en la llamada jungla de asfalto.
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