En la historia de Espa?a
Desde comienzos del reinado de Isabel II, la percepci¨®n de Espa?a como Estado nacional comenz¨® a articular la interpretaci¨®n del pasado. Este sentimiento constituy¨® uno de los elementos m¨¢s caracter¨ªsticos de los estudios hist¨®ricos durante el siglo XIX. El proceso de identificaci¨®n entre pueblo y naci¨®n, que se llev¨® a cabo durante el periodo del Romanticismo, provoc¨® que ¨¦sta se presentara resumida en su expresi¨®n estatal y que se constituyese en el nuevo sujeto del proceso hist¨®rico. Para los historiadores liberales, el proceso de unificaci¨®n del Estado-Naci¨®n era lo que m¨¢s preocupaba, de ah¨ª que insistieran en los logros y fracasos de los monarcas en su empuje hacia la uni¨®n nacional. Desde este presupuesto, los Reyes Cat¨®licos constitu¨ªan el paradigma de monarcas que hab¨ªan comprendido esta idea; a ellos se les atribu¨ªan unas cualidades humanas excepcionales y una clarividencia pol¨ªtica inigualable. No obstante, la 'gloriosa evoluci¨®n nacional' se hab¨ªa visto truncada con la llegada de un rey extranjero, Carlos I.
El hecho de que el imperio carolingio abarcara diversos reinos no permite concluir que no tuviera unidad
En los libros de historia del siglo XIX, Carlos I aparece como un monarca que quebr¨® la evoluci¨®n pol¨ªtica de la nueva monarqu¨ªa que hab¨ªan unificado los Reyes Cat¨®licos. Pero adem¨¢s, fue considerado como el monarca que inici¨® la pol¨ªtica de represi¨®n de las libertades hispanas tradicionales, que culmin¨® su hijo Felipe II. No hubo mayor inter¨¦s por la figura del emperador durante la Restauraci¨®n. Ciertamente, la historia de Espa?a y la imagen negativa que se ten¨ªa de la dinast¨ªa de los Austrias cambi¨® sustancialmente. C¨¢novas influy¨® decisivamente en esta nueva creaci¨®n; concretamente, su esfuerzo intelectual consisti¨® en nacionalizar a los Austrias, present¨¢ndolos como el 'apogeo mismo de nuestra historia', al mismo tiempo que las corrientes m¨¢s conservadoras centraron las nuevas bases interpretativas de nacionalizaci¨®n en el catolicismo hispano como se?a de identidad y en la labor beneficiosa del Santo Oficio en este sentido.
Con todo, en la coyuntura entre siglos comenz¨® un lento encuentro entre los historiadores y Carlos V de la mano de un peque?o grupo de investigadores profesionales (archiveros como Paz o Rodr¨ªguez Villa), suscitado por sus relaciones con colegas extranjeros. Por otra parte, las contradicciones en que se sumi¨® la monarqu¨ªa (primero, con la dictadura de Primo de Rivera, y despu¨¦s, con la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica) propiciaron que prendiera con fuerza la idea de imperio; si bien, el resurgimiento de estos estudios ya hab¨ªa comenzado en Alemania, donde tambi¨¦n se buscaba la manera de explicar una formaci¨®n pol¨ªtica superestatal que justificase su evoluci¨®n pol¨ªtico-institucional. En este sentido, Carlos V aparec¨ªa como el personaje m¨¢s id¨®neo para encontrar la soluci¨®n al problema. Fue en esta ¨¦poca cuando Karl Brandi escribi¨® su gran obra (1937), que tanto influjo ha tenido en Espa?a, si bien, en el mismo a?o, fue contestada por Men¨¦ndez Pidal, tratando de demostrar la inspiraci¨®n hispana de la idea imperial carolina. La r¨¦plica no obedec¨ªa a simples cuestiones de erudici¨®n; lo que Pidal pretend¨ªa era insertar a Carlos V dentro de su concepto de historia de Espa?a, soldando definitivamente el hiato que los historiadores liberales del siglo XIX hab¨ªan producido entre los Reyes Cat¨®licos y la evoluci¨®n hist¨®rica posterior del siglo XVI. Para lograrlo, no reparaba en que los personajes que consideraba como los creadores de la idea imperial nunca gozaron de la confianza plena de Carlos V. Tal planteamiento llev¨® a que otro historiador, Doussinague, tratase de demostrar la asimilaci¨®n que Carlos hizo de las ideas pol¨ªticas del rey Fernando, cayendo en los mismos errores que Pidal. La originalidad de esta afirmaci¨®n radica -a mi juicio- no en afirmar que el emperador abandon¨®, ya en su juventud, su educaci¨®n borgo?ona para asumir las ideas pol¨ªticas y costumbres hispanas, sino en atribuir al ideal de Carlos las mismas inquietudes que la tradici¨®n historiogr¨¢fica liberal conservadora ven¨ªa asignando a los Reyes Cat¨®licos como forjadores de la unidad de Espa?a y defensores de la religi¨®n. A partir de aqu¨ª, el camino se encontraba expedito para escribir sobre Carlos V y, adem¨¢s, para hacerlo con sentido dentro de la evoluci¨®n de la historia de Espa?a. Efectivamente, la siempre escasa bibliograf¨ªa sobre el emperador, realizada por espa?oles, comenz¨® a aumentar desde mitad del siglo XX; a ello contribuy¨®, sin duda, la coincidencia de la conmemoraci¨®n del IV centenario de su muerte (1958).
No obstante, para estas fechas, los estudios sobre Carlos V entraban en una nueva problem¨¢tica fruto de la historiograf¨ªa del momento. El nuevo modelo interpretativo se encontraba con la dificultad de dar cuenta de los elementos que hicieron posible el denominado 'Estado moderno', lo que encajaba mal con el concepto de imperio. Fue Vicens Vives quien plante¨® con m¨¢s radicalidad las contradicciones de semejantes interpretaciones. Vives afirm¨® que no hab¨ªa logrado descubrir una estructura administrativa com¨²n en el imperio carolino, por lo que se impon¨ªa el estudio por separado de la evoluci¨®n pol¨ªtico-administrativa de cada uno de los territorios que estuvieron bajo su dominio. A partir de entonces, ¨¦sta ha sido la manera de enfocar el reinado del emperador en los diferentes pa¨ªses de Europa. Ahora bien, tal enfoque ha producido tantos Carlos V como naciones actuales existen dentro de los territorios que compusieron sus dominios. Por otra parte, el hecho de que el imperio carolino estuviera formado por un conglomerado de reinos con desigual organizaci¨®n y diferente administraci¨®n no permite concluir que careciese de unidad. Existieron otros organismos (como la Casa, la Corte, etc.) que dieron entidad y uni¨®n al imperio. En mi opini¨®n, solamente desde estos planteamientos se lograr¨¢ presentar la aut¨¦ntica imagen que tuvo Carlos V, y solamente entonces su figura podr¨¢ tomarse como s¨ªmbolo de unidad europea sin que los gobiernos actuales del continente incurran en contradicci¨®n entre sus deseos y la realidad hist¨®rica.
Jos¨¦ Mart¨ªnez Mill¨¢n es profesor de Historia Moderna en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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