De bruces con la posmodernidad
Primero fue el Incansable, embarrancado en Gibraltar, amenazando con su latencia radioactiva. Inmediatamente se alzan tambaleantes las vacas locas con una amenaza mayor a la salud p¨²blica. Sobre ello se superpone el fantasma de la leucemia causada por la munici¨®n cargada con uranio empobrecido. Y todo ello mientras una y otra vez nos amenazan petroleros errantes, alimentos preparados con dudosos conservantes, materiales de construcci¨®n perniciosos, medicinas iatrog¨¦nicas, extra?os virus que moran en los conductos del aire acondicionado, manchas solares, lluvia ¨¢cida, poluci¨®n generada por los autom¨®viles o las calefacciones y un largo etc¨¦tera.
En 1986 un hasta entonces desconocido soci¨®logo alem¨¢n, Ulrich Beck, public¨® un libro que pronto fue best-seller en toda la comunidad sociol¨®gica. Se llamaba La sociedad del riesgo (Risikogeselschaft) y detectaba la emergencia de amenazas crecientes vinculadas al proceso mismo de modernizaci¨®n avanzado. El ejemplo arquet¨ªpico del que usaba y abusaba era la nube t¨®xica de Chernobil o Harrisburg. Sus tesis me parecieron no poco exageradas, pero el tiempo, sin embargo, le est¨¢ dando la raz¨®n.
?Qu¨¦ tienen en com¨²n todos estos fen¨®menos? La humanidad ha vivido hist¨®ricamente atenazada por la naturaleza. Enfermedades, sequ¨ªas, plagas, inundaciones, erupciones, cuyo impacto local era considerable sobre sociedades que viv¨ªan aisladas y muy dependientes de su entorno inmediato. Pero ya no vivimos en entornos naturales sino sociales, dependemos m¨¢s de las largas cadenas de interacciones que nos vincula con todo el mundo que de las cortas que nos atan al entorno inmediato. Y as¨ª, sobre los antiguos peligros, en buena medida controlados, aparecen los nuevos riesgos que son consecuencia indirecta de nuestra propia conducta. Y que, por lo tanto, podr¨ªan haber sido evitados. Esta es la gran diferencia: no es la naturaleza la que nos agrede; somos nosotros los agresores de ella y, de rebote, de nosotros mismos.
Y en segundo lugar, son casi siempre consecuencias no intencionadas de la propia ciencia y la tecnolog¨ªa. Como aprendices de brujo, tras comer del ¨¢rbol de la ciencia hemos desatado fuerzas que no somos capaces de prever. La ciencia, remedio para todos los males, se transforma ella misma en fuente de males y el mito de Frankenstein se reverdece. El uranio como fuente de energ¨ªa at¨®mica fue la gran esperanza de los a?os sesenta; hoy es un serio problema y lo que iba a ser una 'guerra limpia' -?lo recuerdan?- resulta ser la m¨¢s sucia que pod¨ªamos imaginar. No es de sorprender pues que la poblaci¨®n desconf¨ªe m¨¢s y m¨¢s de la ciencia. Hace pocos a?os se les pregunt¨® a los espa?oles si comer¨ªan patatas transg¨¦nicas; un 60% dijo que no. Se les pregunt¨® entonces si comer¨ªan esas patatas si fueran mucho m¨¢s baratas. Los 'no' subieron casi al 90%.
Todo ello es bastante cierto aunque tambi¨¦n bastante discutible y el terremoto de El Salvador muestra que estamos lejos de controlar la naturaleza. Pero lo que no es discutible es la complejidad de los nuevos problemas, pre?ados de componentes cient¨ªficos o t¨¦cnicos que dan lugar a oscuros informes contradictorios con soluciones que se parecen demasiado al problema original, lo que acrecienta la desconfianza del ciudadano e inhibe la acci¨®n de los gobiernos. La tentaci¨®n de negar la evidencia o arrojar la culpa al de al lado es as¨ª manifiesta. Junto a la globalizaci¨®n, de la que son consecuencia, los nuevos riesgos incrementan el d¨¦ficit de gobernabilidad y la desconfianza hacia los pol¨ªticos que, simplemente, no saben bien qu¨¦ hacer.
De modo que acabamos de terminar la modernizaci¨®n de Espa?a y cuando aun estamos celebrando (sin parar, por cierto) el jolgorio de haber llegado, henos aqu¨ª que nos topamos de frente, no ya con los problemas de la modernidad ausente sino con los de la postmodernidad bien presente. Bienvenidos sean si con ellos recuperamos el nervio, dejamos de celebrar el pasado y comenzamos a mirar el futuro. Esto tambi¨¦n es Europa, se?ores.
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