Bella galer¨ªa de rostros
El mejor cine lo crearon Michael Caine, Juliette Binoche, Geoffrey Rush, Kate Winslet y Judi Dench
A punto de cruzar su ecuador, las pantallas de la primera Berlinale del siglo XXI siguen todav¨ªa sin encontrar esa pel¨ªcula con aroma de cine imperecedero que siempre se espera de la programaci¨®n de un festival de esta envergadura, que sobre el papel se alimenta del mejor cine que se hace ahora en todo el mundo. Salvo dos fr¨¢giles, peque?as obras primerizas muy vigorosas -la argentina La ci¨¦naga y la danesa Italiano para debutantes-, el cine visto hasta ahora aqu¨ª es com¨²n, no excepcional.
Pero si no hay hasta ahora rastro de una pel¨ªcula realmente grande, en cambio s¨ª hay dentro del cine de vuelo bajo que estamos viendo algunas interpretaciones muy solventes, complejas, arriesgadas y, a veces, con rasgos contagiosos verdaderamente conmovedores. Una de estas creaciones es la de la actriz brit¨¢nica Emma Thompson en la plana, artificiosa y tremendista Wit, dirigida por el estadounidense Mike Nichols, que se inspira en una obra de teatro convertida en gui¨®n cinematogr¨¢fico por la propia Emma Thompson, que vuelve a dar otro recital de su archiconocida solvencia profesional, aunque esta vez lo hace sobre el vac¨ªo. Su trabajo es de alta precisi¨®n, un mecanismo de relojer¨ªa, pero con el reloj parado, en estado de mortal quietud.
M¨¢s vida, mucho m¨¢s y mejor cine hay en Chocolate, dirigida por el sueco Lasse Hallstr?m. Pero las calidades de esta curiosa y a ratos muy tierna y divertida f¨¢bula no hay que buscarlas esta vez en la bien probada competencia y el buen gusto del director de Mi vida como perro y Las normas de la casa de la sidra; ni tampoco en la escritura de Robert Nelson Jacobs, que se escora abusivamente hacia el empleo po¨¦tico calculado de la ingenuidad y del socorrido y f¨¢cil choque metaf¨®rico entre moral libre y moral puritana. Hay que buscar estas calidades en el reparto, en dos esquinas del m¨¢gico reparto.
Contagio emocional
En la bonita y superficial pantalla de Chocolate estalla por su cuenta, una vez m¨¢s, el talento insuperable de la gran actriz brit¨¢nica Judi Dench, en estado de gracia, llena de arrolladora capacidad de contagio emocional. Y, frente a ella, otro milagro interpretativo, el de Juliette Binoche. La actriz francesa ha dejado atr¨¢s con humilde sagacidad, y con un inteligente ejercicio de disciplina y de autoconocimiento, el arsenal expresivo de su larga etapa de joven eterna, que la hizo c¨¦lebre en todo el mundo, y que abarca desde Los amantes de Pont-Neuf a Azul, casi d¨¦cada y media. En la imagen de Juliette Binoche han aparecido sin avisar, cogiendo desprevenido al espectador, los rasgos de una mujer no a medio hacer, sino hecha, enteramente adulta. Son rasgos inesperadamente lejanos de los del rostro ani?ado que esta actriz pod¨ªa proponernos sin ning¨²n forzamiento, con total naturalidad, casi ayer; y ha sabido ajustar los resortes de su oficio a los de la mutaci¨®n que ha experimentado, lo que es un indicio firme de la permanencia de su talento completamente intacto.
Y m¨¢s y mejor cine que en Chocolate hay en Quills, pel¨ªcula de gran formato y muy rica producci¨®n dirigida por el estadounidense Philip Kaufman, que hace un trabajo muy limpio, de buen, viejo y curtido profesional, pero nada m¨¢s. No hay, por tanto, que buscar en sus ojos las glorias de una pel¨ªcula que efectivamente las tiene, pero que son obra de otros. Como tampoco hay que buscarlas en la escritura de Doug Wright, que ha convertido en un ¨¢gil y muy preciso gui¨®n su propia obra teatral, en la que representa con conocimiento y seriedad, pero sin destellos de excepcionalidad, los ¨²ltimos a?os de la vida del Marqu¨¦s de Sade, encerrado -y no precisamente por su locura, sino por su lucidez, por su terrible, insoportable cordura- por Napole¨®n en el manicomio de Charenton, en los alrededores de Par¨ªs, donde muri¨® el 14 de diciembre de 1814.
Las glorias del relato de las ¨²ltimas turbulencias de la vida y del genio de Sade hay que buscarlas de nuevo en otro m¨¢gico reparto, desde el que saltan de la pantalla tres formidables trabajos, de esos que se pegan a la memoria y borran o cuando menos difuminan el resto del filme. Los v¨¦rtices de ese asombroso tri¨¢ngulo de int¨¦rpretes superdotados, que se adue?an por completo de las hermosuras de Quills, est¨¢n ocupados nada menos que por el australiano Geoffrey Rush, que aqu¨ª hace olvidar el prodigio de Shine; la inglesa Kate Winslet, que convierte en su prehistoria profesional a lo que hizo en Sentido y sensibilidad y Titanic, interpretaciones que le valieron un Oscar y la candidatura a otro; y el gran Michael Caine, actor eminente, que vuelve a dar otra vuelta de tornillo a su talento sin igual para la representaci¨®n del exceso, de la desmesura en estado puro, ese fr¨ªo y flem¨¢tico energ¨²meno que est¨¢ siempre acechando, a punto de estallar, detr¨¢s de sus ojos como ascuas. La combinaci¨®n de estos tres talentos en las im¨¢genes de Quills es cine inolvidable.
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