Clinton abre despacho en Harlem
El ex presidente instala su oficina entre la pobreza del barrio negro m¨¢s famoso de Nueva York
Ha sido 'el primer presidente negro', seg¨²n la escritora Toni Morrison, y mantiene una popularidad extraordinaria entre la poblaci¨®n negra. No es extra?o que Bill Clinton, acosado a¨²n por la prensa republicana y por algunos poderes econ¨®micos, todav¨ªa en el centro de la atenci¨®n informativa pese a haber abandonado la Casa Blanca, haya buscado refugio en Harlem. Clinton va a instalar su oficina entre la pobreza del barrio negro m¨¢s famoso del mundo. Y el barrio le vitorea.
Clinton necesita sentirse acorralado para exhibir su cintura pol¨ªtica. Ahora lo est¨¢, y el quiebro de Harlem, que ha emocionado a los negros e impresionado a muchos blancos que jam¨¢s se atrever¨ªan a poner el pie m¨¢s all¨¢ de la calle 100, demuestra que sigue siendo un maestro del regate. Su despedida de la Casa Blanca ha sido tormentosa. El pol¨¦mico perd¨®n concedido al financiero Marc Rich en sus ¨²ltimas horas de mandato es investigado por la Fiscal¨ªa de Manhattan; los republicanos le acusan de haberse llevado muebles y regalos oficiales; y los enemigos acumulados durante sus ocho a?os de mandato no dejan de perseguirle.
El encono contra Clinton se hizo patente cuando la sociedad de inversiones Morgan Stanley le invit¨® a pronunciar su primera conferencia como ex presidente. Clinton acudi¨® a la reuni¨®n de ejecutivos financieros en Florida, habl¨® y percibi¨® 100.000 d¨®lares (18 millones de pesetas), un emolumento bastante habitual para conferenciantes de su categor¨ªa. Decenas de clientes de Morgan Stanley, entre ellos directivos de corporaciones petroleras y farmac¨¦uticas, bombardearon de inmediato la firma de Wall Street con mensajes de protesta. Y en Morgan Stanley se sintieron obligados a pedir disculpas: 'La firma', dijeron, 'deb¨ªa haber sido mucho m¨¢s sensible a los profundos sentimientos de nuestros clientes respecto a la conducta personal del se?or Clinton como presidente'. Warburg, otra sociedad financiera que deseaba contratar a Clinton como conferenciante, cambi¨® de planes y le borr¨® del programa.
Otro aspecto de la venganza contra Clinton es el inmobiliario. El ex presidente reside en Chappaqua (Nueva York) e intent¨® instalar su oficina en Carnegie Tower, un selecto rascacielos de 54 plantas en la calle 57 junto a la Octava Avenida, justo encima del Carnegie Hall. El presupuesto federal se hace cargo de los gastos de oficina de los ex presidentes, pero, en este caso concreto, se decidi¨® que la oficina era demasiado cara. Costaba un dineral, efectivamente: Clinton quer¨ªa ocupar la ¨²ltima planta, con un alquiler anual de casi 144 millones de pesetas.
Entonces Clinton pens¨® en Harlem. Concretamente en el 55 Oeste de la calle 125, un edificio de oficinas de 14 pisos enclavado en una de las 'zonas de desarrollo econ¨®mico' creadas durante su presidencia. Toda una planta all¨ª cuesta 200.000 d¨®lares, bastante menos de lo que paga Ronald Reagan por sus oficinas de Los ?ngeles.
La distancia econ¨®mica y social entre la calle 57 y la 125 puede equivaler a la que separa la Castellana de Vallecas, o la Diagonal de Nou Barris. Del caviar de Russian Tea Room y Petrossian, dos de los establecimientos que rodean Carnegie Tower, el ex presidente salt¨® al McDonald's que flanquea el edificio de Harlem. Si en la calle 57 est¨¢ la sede de la revista The Economist, en la 125 est¨¢n la peluquer¨ªa Nabou Salam, Nefertiti Fashion y Ethiopian Outfitters, adem¨¢s de un viejo santuario del jazz como el teatro Apollo. El edificio es aseado, pero nada lujoso, y la recepci¨®n est¨¢ decorada con un mural aleg¨®rico sobre la raza negra. Acoge varios servicios sociales y un centro de reclutamiento militar. Desde los pisos altos se divisan el norte de Central Park, el puente de Triboro y cientos de azoteas destartaladas. Cuando Clinton fue a visitar su futura oficina, el pasado lunes, una multitud se congreg¨® para vitorearle. A Clinton le esperan con los brazos abiertos: 'Es uno de los nuestros', dijo Washington Johnson, un jubilado que jugaba al ajedrez en un caf¨¦. 'Un hermano, un hermano', le secundaron varios parroquianos.
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