La lucidez y el coraje
Fernando Savater no entiende su vocaci¨®n, la filosof¨ªa, como un ejercicio acad¨¦mico, sino como un esfuerzo intelectual permanente de comprensi¨®n de la vida y una b¨²squeda de soluciones realistas para los problemas con que ella enfrenta, a cada paso, a los seres humanos. Esta pasi¨®n con que reflexiona sobre lo vivido, aun cuando parezca estar fantaseando o inventando, hace que todo lo que escribe, sean ensayos, ficciones, art¨ªculos o comentarios h¨ªpicos (una de sus debilidades), tenga un aire empecinadamente realista y actual, adem¨¢s de chisporrotear de ideas estimulantes y traslucir un irremediable optimismo, aun cuando los temas que aborde sean siniestros o terribles, como los de la recopilaci¨®n de textos que acaba de aparecer: Perdonen las molestias. Cr¨®nica de una batalla sin armas contra las armas.
Es un libro que deber¨ªan leer todos aquellos a quienes preocupa el llamado 'problema vasco' y tienen el sano deseo de entenderlo a cabalidad, y, tambi¨¦n, quienes quieren saber, con un ejemplo concreto, en qu¨¦ consiste la responsabilidad del escritor -lo que, anta?o, se llamaba 'el compromiso'- y la manera c¨®mo, en nuestros d¨ªas, en Espa?a, ella se puede asumir y el valioso servicio que un escribidor responsable, sobre todo si tiene la lucidez y el coraje de Savater, puede prestar a sus contempor¨¢neos. En uno de sus ensayos confiesa que padece 'el vicio de tomarme las ideas en serio', algo que es muy comprensible en quienes, como ¨¦l, est¨¢n convencidos de que la historia, el acontecer humano, no es gratuito, sino una consecuencia de convicciones y creencias que se traducen en conductas, y ¨¦stas, a la postre, en hechos hist¨®ricos. S¨ª, no hay duda de que, con los caballos, otra debilidad de Savater son las ideas. Pero, su debilidad principal, su vicio m¨¢s expl¨ªcito, y en este caso punible -pues hay fan¨¢ticos para los que esto resulta intolerable- es su amor a la libertad.
Esta libertad est¨¢ seriamente amenazada desde hace algunos a?os en el Pa¨ªs Vasco por culpa de ETA, una banda terrorista que pretende, mediante el asesinato, la extorsi¨®n y la intimidaci¨®n, forzar la secesi¨®n de Euskadi del resto de Espa?a. Cerca de novecientas v¨ªctimas del terrorismo etarra se cuentan ya desde la muerte de Franco, es decir, desde que Espa?a se convirti¨® en una sociedad democr¨¢tica, en un Estado de Derecho cuyo Estatuto de Autonom¨ªas ha conferido al Pa¨ªs Vasco un r¨¦gimen extraordinariamente amplio de autogesti¨®n, de irrestricta libertad cultural para el euskera -desde la educaci¨®n biling¨¹e hasta la televisi¨®n regional en aquella lengua- hasta el control pleno de la fiscalidad, algo que, por otra parte, nunca tuvo en toda su historia. De hecho, desde la democratizaci¨®n de Espa?a hasta ahora, el Gobierno vasco ha estado siempre en manos de los partidos nacionalistas no violentos.
Desde luego que este r¨¦gimen de autonom¨ªa puede ser insuficiente para los nacionalistas a ultranza, los soberanistas, a quienes s¨®lo la secesi¨®n simple y total satisfar¨ªa. Esa aspiraci¨®n es un derecho que nadie puede retacearles en un pa¨ªs democr¨¢tico, y lo cierto es que nadie se las retacea ahora en Espa?a. De modo que la vocaci¨®n independentista de sectores importantes de la sociedad vasca no es 'el problema vasco', como quieren hacer creer los militantes etarras y sus c¨®mplices. Y ni siquiera lo es la delirante aspiraci¨®n de algunos extremistas de construir una Patria vasca racialmente impoluta, limpia de espa?oles y otros extranjeros. Esta vocaci¨®n puede parecer a muchos, como a Savater o como a m¨ª, un lamentable anacronismo, un peligroso s¨ªntoma de estrechez ideol¨®gica y de xenofobia y racismo, pero es un principio democr¨¢tico incuestionable que todas las ideas pueden ser expuestas, debatidas y sometidas a la oferta electoral en una sociedad libre. Y que corresponde a los electores aceptarlas o rechazarlas. Hasta ahora, en Espa?a, incluido el Pa¨ªs Vasco, esta versi¨®n intransigente, racista y violenta del nacionalismo ha sido abrumadoramente rechazada en todas las consultas electorales, sin excepci¨®n.
De modo que el 'problema vasco' no es el nacionalismo, sino el terrorismo. Muchos creemos, desde luego, por razones que los art¨ªculos de Savater exponen luminosamente, que en todo nacionalismo, aun en el de semblante m¨¢s benigno y civilizado (el catal¨¢n, digamos) anidan, a largo plazo, los g¨¦rmenes de la exclusi¨®n social y la discriminaci¨®n, es decir, de la violencia. Y que, por eso, el nacionalismo debe ser combatido como un peligro para la cultura democr¨¢tica. Pero ¨¦ste es un peligro larvado en toda ideolog¨ªa pol¨ªtica cuyo sustento no es la raz¨®n sino la fe, y puede ser atenuado dentro de las reglas del juego democr¨¢tico, siempre que los nacionalistas las acepten y se sometan a ellas. ETA no las acepta, salvo en determinadas circunstancias, en que la legalidad democr¨¢tica favorece sus objetivos, y esto lo hace a trav¨¦s de su brazo legal, el menos significativo e importante de la banda, pues en ella, como en toda organizaci¨®n terrorista, quien manda y fija la estrategia es el brazo militar. Es verdad que ETA representa una peque?a minor¨ªa, en t¨¦rminos num¨¦ricos, dentro de las varias corrientes del nacionalismo vasco, las que, por lo dem¨¢s, ni siquiera es seguro ahora que constituyan una mayor¨ªa sobre el electorado vasco no nacionalista, el que siempre signific¨® por lo menos la mitad de la poblaci¨®n votante. Pero, gracias al uso del terror f¨ªsico, y del chantaje psicol¨®gico, que ha ido neutralizando y, a menudo, convirtiendo en c¨®mplices pasivos de sus actos a sectores importantes del nacionalismo 'moderado' (que, de este modo, deja de serlo), ETA ha llegado a tener una influencia monstruosamente desproporcionada con lo que representa en t¨¦rminos estrictamente electorales en la vida de la sociedad vasca. Y eso le permite ir impulsando 'su proyecto totalitario de secesi¨®n violenta', como lo llama Savater, mediante el miedo y la coerci¨®n.
El miedo es el m¨¢s humano y comprensible de los sentimientos, y para sentirlo se necesita nada m¨¢s que un poco de imaginaci¨®n. Cuando se lee la lista de las v¨ªctimas del terrorismo etarra, que, con imparcialidad que podr¨ªamos llamar democr¨¢tica, ha sembrado de cad¨¢veres todos los estamentos de la estructura social -de militares a obreros, de profesores a funcionarios, de pol¨ªticos a deportistas-, con la sola excepci¨®n de los curas, uno entiende muy bien las reticencias de muchos ciudadanos, en el Pa¨ªs Vasco y en el resto de Espa?a tambi¨¦n, a manifestarse claramente contra los criminales etarras y solidarizarse de manera expl¨ªcita, e inequ¨ªvoca, como lo hace Savater, con quienes, en nombre de la ley y la convivencia, se les enfrentan para que Espa?a siga siendo una sociedad civilizada y no retorne a la barbarie de la dictadura. Porque la verdadera opci¨®n que representa ETA, debido a sus m¨¦todos, que es lo que en verdad define a un partido pol¨ªtico mucho m¨¢s que sus ideas, no es el socialismo patriotero de sus esl¨®ganes, sino, simplemente, el fascismo y el totalitarismo.
Varios de los art¨ªculos de Perdonen las molestias se refieren a las almas bienpensantes que, desde una perspectiva que se empe?a en ser neutral y equidistante, reclaman "el di¨¢logo" con ETA. ?Qui¨¦n podr¨ªa estar en contra del di¨¢logo sin aparecer como un obtuso y un fan¨¢tico? Ahora bien, ser¨ªa indispensable, para que las cosas quedaran claras, que quienes exigen ese di¨¢logo con los etarras, explicaran de qu¨¦ hablan cuando dicen "dialoguemos". Porque no es di¨¢logo lo que se entabla entre dos personas cuando una de ellas empu?a un rev¨®lver o una bomba y la otra est¨¢ inerme: es un mon¨®logo abusivo, no entre dos interlocutores, sino entre un verdugo y una v¨ªctima. La democracia es di¨¢logo, dice Savater, desde luego. ?Pero, c¨®mo se dialoga con quien, si no le das la raz¨®n de entrada, antes siquiera de empezar a dialogar, te quema tu casa, te vuela tu auto, o te descerraja un tiro en la nuca? Pedir "di¨¢logo" contra asesinos convictos y confesos, que no est¨¢n dispuestos a hacer la menor concesi¨®n en lo que se refiere a renunciar a sus m¨¦todos criminales, no es un signo de progresismo o de moderaci¨®n, sino demagogia que sirve para disimular la indefinici¨®n cobarde, o la complicidad con los violentos. Savater los llama, en uno de los arranques de humor que aparecen de tanto en tanto en el libro, "los equilibristas".
No es abusivo hablar de humor en este caso. Porque, aunque parezca incre¨ªble, en un libro en el que su autor, por escribir cada uno de los art¨ªculos, se ha jugado la tranquilidad y tambi¨¦n el pescuezo, Perdonen las molestias no s¨®lo rebosa de inteligencia, convicciones democr¨¢ticas y valent¨ªa. Tambi¨¦n de gracejo e iron¨ªa y de desternillantes hallazgos de buen humor, como en el art¨ªculo titulado "El culo del lehendakari", digno de figurar por s¨ª solo en una antolog¨ªa de piezas maestras del humor negro, y que he le¨ªdo y rele¨ªdo, sacudido por las carcajadas.
Savater naci¨® en San Sebasti¨¢n y entiendo que ha vivido buena parte de su vida en su ciudad natal, por cuyas calles y tabernas bulliciosas impregnadas de olor a fritura y a pescado me pase¨®, hace de esto bastantes a?os, con F¨¦lix de Az¨²a y Javier Fern¨¢ndez de Castro, quienes en ese tiempo ense?aban tambi¨¦n, como ¨¦l, en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Es la ¨²nica vez que estuve varios d¨ªas en esa bella ciudad, cuya magn¨ªfica playa recuerdo siempre, as¨ª como sus restaurantes suculentos, y sus cafecitos humosos y atestados, tan agradables para sentarse a conversar. Ahora, mientras le¨ªa este libro admirable que acaba de publicar, el inconsciente me ha devuelto las im¨¢genes de aquella visita, tan pl¨¢cidas y pac¨ªficas, y algo se me revolv¨ªa en las tripas cuando las cotejaba con las que emerg¨ªan de su libro, tan llenas de injusticia, de sangre, de intolerancia, de brutalidad y cerraz¨®n.
Aunque ¨¦l est¨¢ "Contra las Patrias" -t¨ªtulo de uno de sus ensayos-, porque sabe que las fronteras nacionales son siempre, en todos los casos, un cierto obst¨¢culo para la fraternidad y la solidaridad entre individuos y pueblos, no hay duda que tiene un enorme apego por "su pueblo", como ¨¦l llama a San Sebasti¨¢n, pues, pese a sus esfuerzos, un ramalazo de nostalgia se infiltra siempre en lo que dice, cada vez que lo cita y evoca. Es un sentimiento que consigue contagiar a sus lectores, en estas p¨¢ginas tan persuasivas y conmovedoras, tan dignas y sensatas, de un ciudadano del mundo universal de la cultura, de un espa?ol intransigente en cuestiones de libertad, de un vasco dem¨®crata hasta los tu¨¦tanos, de un intelectual ejemplar.
? Mario Vargas Llosa, 2001. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2001.
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