Las menores de Balthus
Alguien muy cercano a m¨ª tiene un balthus en su casa y todos los d¨ªas se arrodilla un rato delante de la obra. Es devoci¨®n art¨ªstica, naturalmente, y picard¨ªa de hereje, pues para esta persona pr¨®xima la ni?a tambi¨¦n arrodillada que cuelga en su pared no est¨¢ rezando a Dios. La ni?a -yo mismo, cuando la veo en esa casa amiga, me detengo a mirarla- tiene el rostro evanescente, lavado o harinoso, de tantos personajes del pintor, pero no hay dudas sobre su culo, que despunta poderosamente bajo la faldita, realzado por la flexi¨®n de las rodillas. Junto a la ni?a, encima de dos sillas, el mont¨®n impreciso de unas prendas de vestir; a Balthus, m¨¢s que el desnudo le gustaba lo que supone quitarse la ropa.
En 1949, el hijo de Matisse, que ten¨ªa una galer¨ªa de arte en Nueva York con el tiempo legendaria, hizo una exposici¨®n de Balthus y le pidi¨® a Albert Camus un texto para el cat¨¢logo. El autor de La peste, despu¨¦s de referirse al inestable estilo realista del pintor, a sus retratos fijados fuera del tiempo, no elude entrar en la cuesti¨®n palpitante siempre que se habla del artista que acaba de morir: la sexualidad de sus ni?as. Est¨¢ ah¨ª, reconoce, pero es un erotismo 'negligente'. Todas las figuras femeninas l¨¢nguidas o adormecidas en los cuadros son v¨ªctimas, dice Camus, pintadas sin el menor patetismo por Balthus; 'no es el crimen lo que le interesa, sino la pureza. Unas v¨ªctimas demasiado sangrantes conservar¨ªan la huella de los asesinos'. Se trata, a?ade el escritor en una frase afortunada, de 'degolladas decentes'.
La decencia. La circunspecci¨®n o decoro del noble con instintos libertinos. Desde sus 20 a?os, desde que ilustra con plumilla morbosa la novela Cumbres borrascosas o pinta se?orialmente a Derain y detr¨¢s la muchachita desali?ada mostrando las tetas, desde que en la famosa Lecci¨®n de guitarra de 1934 (que los hipersensibles antipederastas de hoy volver¨ªan a perseguir) reinterpreta femeninamente el tema de la Piet¨¤ y pone la mano de la ni?a medio desnuda tan cerca del pez¨®n de la madre como la mano de ¨¦sta cerca del mostrado sexo de la ni?a, Balthus no dej¨® nunca de estar entre lo sagrado y lo procaz. 'La t¨¦cnica del tiempo de David al servicio de una inspiraci¨®n violenta, moderna, y que es desde luego la inspiraci¨®n de una ¨¦poca enferma', dijo de ¨¦l uno m¨¢s desequilibrado que ¨¦l, Artaud, precisamente en 1934. Para Artaud, Balthus 'invita al amor pero no disimula sus peligros'.
La imposible inocencia. Siempre he tenido a mi novelista favorito del siglo XX, Gombrowicz, como pariente de Balthus. Los dos adoraban temerosamente a los adolescentes, aunque guardaron, creo, las formas. Tanto los cuadros del mundo infantil de Balthus como los libros del polaco, sobre todo Ferdydurke y Pornograf¨ªa, son pedag¨®gicos m¨¢s que paid¨®filos. Nos ense?an a nosotros, mayores que no vamos ya a m¨¢s escuela que la de la cordura y el resabio, a ver a los muy j¨®venes como lo que son: v¨ªctimas de una inocencia que est¨¢n deseando dejar de tener. Culpables del delito de su imp¨²dica visibilidad.
Los dos, Balthus, Gombrowicz, fueron grand¨ªsimos mirones del arte. Ren¨¦ Sch¨¦rer, otro sospechoso de las edades prohibidas, nos dice en su libro La pedagog¨ªa pervertida que lo que define al ense?ante es la pulsi¨®n esc¨®pica; la obligaci¨®n de ver al pupilo, de vigilar su crecimiento, puede transformarse en una dependencia. Y Sch¨¦rer cita la memorable lecci¨®n de sabidur¨ªa c¨ªnica del profesor en el cap¨ªtulo segundo de Ferdydurke: 'Empezar¨¦ por observar a los alumnos y les dar¨¦ a entender que los considero como a inocentes e ingenuos. Eso naturalmente los provocar¨¢, van a querer demostrar que no son inocentes, y es entonces cuando caer¨¢n en la verdadera ingenuidad e inocencia tan sabrosa para nosotros los pedagogos'.
Balthus no lleg¨® a pecar, y estoy seguro de que era, como le gustaba a ¨¦l decir, un pintor religioso. ?No es, al fin y al cabo, la religi¨®n el ejercicio de una mirada fija y persistente a un punto inalcanzable? El culo misterioso de las ni?as.
Cantante y granjero
Tras escuchar una larga presentaci¨®n, Russell Crowe sentenci¨®: '?sa es una introducci¨®n muy larga para alguien que no necesita introducci¨®n'. El actor abr¨ªa por primera vez la boca, con la ceja levantada, el cigarrillo en la mano y una voz y una mirada de quitar el hipo. El director Taylor Hackford, a pesar de no hablarse con el actor neozeland¨¦s, lo reconoc¨ªa m¨¢s tarde: 'No le hace falta hablar, tiene la inteligencia en la mirada'.
Crowe, que adem¨¢s de actor es cantante -ayer anunci¨® que el 26 de febrero se pondr¨¢ a la venta en Internet su nuevo disco- dice que no puede vivir en Los ?ngeles ('ser¨ªa como dormir en la oficina') y por eso huye a su granja de Australia 'para desconectar entre pel¨ªcula y pel¨ªcula'. 'Me equilibra estar all¨ª. Es saludable estar fuera, necesito esa distancia con el trabajo, me hace tomarme las cosas con menos desesperaci¨®n'. 'Los ?ngeles', contin¨²a el actor, 'es una ciudad extra?a, peligrosa y dif¨ªcil de conocer'.
Crowe levanta otra vez la ceja: 'De momento tengo mi granja, est¨¢ a siete horas de Sydney'. Se toca la barba: 'Tengo 350 vacas'. Mira directo: 'Todas muy guapas y puras'. Levanta la barbilla y medio sonr¨ªe: 'Ellas tambi¨¦n se vuelven locas, pero s¨®lo cuando yo me voy'.
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