La muerte de una antigua maravilla
Hubo gente en el pasado que vio caer el Coloso de Rodas, desmoronarse el Faro de Alejandr¨ªa o arder el templo de Diana en ?feso bajo la antorcha de un desquiciado que persegu¨ªa la gloria. A nosotros nos ha tocado coincidir con el fin de los Budas de Bamiy¨¢n, otras no menos maravillosas grandes creaciones del mundo antiguo. ?sa es ya una marca negra de nuestra ¨¦poca. Para muchos se da la desconcertante circunstancia de que la noticia de la existencia de los Budas gigantes afganos ha precedido en apenas d¨ªas a la necrol¨®gica de los monumentos. Es posiblemente a¨²n m¨¢s triste saber que te han arrebatado algo fascinante cuando apenas alcanzabas a descubrirlo, pero el despojamiento afecta a todos los seres humanos por igual. Toda la humanidad es hoy m¨¢s pobre. Tambi¨¦n los talib¨¢n, aunque ellos no lo sepan. Recientemente, un diario franc¨¦s publicaba una foto de una mujer afgana velada de pies a cabeza, recordando que el empe?o por defender a los Budas no deb¨ªa hacer olvidar que los seres humanos eran prioritarios. Es evidente que el sufrimiento de la carne nunca podr¨¢ ser comparado al de la piedra. Pero es esperanzador que la gente tambi¨¦n pueda hermanarse en rabia y desolaci¨®n, como ahora, por la p¨¦rdida de unas estatuas.
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