Obispos
Siempre ha habido, incluso en los momentos m¨¢s pac¨ªficos, un grado de din¨¢mica tensa entre las instituciones en el juego del poder. En la ¨¦poca actual, dos grandes instituciones cl¨¢sicas, la familia y la Iglesia, han perdido mucha savia. Una tercera, el gremio, hace ya tiempo que desapareci¨® de la escena en este juego de tensiones. Un sindicato se parece ya muy poco a un gremio medieval, y encima, tambi¨¦n el sindicalismo est¨¢ an¨¦mico y no se le ve futuro. De las grandes instituciones ha quedado un magma en el que se mezclan, sin contornos fijos, dos poderes: el pol¨ªtico y el econ¨®mico. El resto son adherencias m¨¢s o menos en peligro de convertirse en mera zurrapa.
Ocioso es decir que esta evoluci¨®n hist¨®rica no ha alcanzado el mismo desarrollo en todos los pa¨ªses llamados -ech¨¢ndole cinismo al asunto- civilizados. Pero la tendencia es la misma, es inequ¨ªvoca y casi con plena certeza, irreversible. S¨®lo una ciencia institucionalizada podr¨ªa poner de rodillas a ese mestizaje, absurdo y eficaz, de pol¨ªtica y dinero. Me temo que el racionalismo cient¨ªfico-tecnol¨®gico crear¨ªa un mundo que estallar¨ªa en las manos de todos, pero no es esa la cuesti¨®n que ahora me mueve.
En Espa?a, la Iglesia conserva un cierto poder reconvertido en influencia. Pero en declive, que no somos una excepci¨®n en el mundo occidental. (En realidad, de ser una excepci¨®n, mal podr¨ªamos incluirnos en ese club). Gobierno e Iglesia se sorprenden desagradablemente uno a otro, por m¨¢s que un Gobierno como el actual sea cat¨®lico en el sentido convencional del t¨¦rmino. No es que la Iglesia sea inmovilista ni siquiera por estos predios. El inmovilismo de la instituci¨®n eclesi¨¢stica es un concepto para andar chapuceramente por casa. Ha cambiado tanto la Iglesia que est¨¢ irreconocible. No se ha tocado el dogma (?todav¨ªa?) pero ha sido puesto al d¨ªa de tal modo que muchos agradecer¨ªamos con toda el alma que eso se hubiera hecho s¨®lo unas d¨¦cadas antes, o sea, en tiempo hist¨®rico, una bagatela. Si de ni?o y preadolescente ten¨ªa pesadillas con las llamas del infierno, ahora resulta que el infierno no es m¨¢s que la privaci¨®n de Dios. 'Enga?ado he vivido hasta aqu¨ª', dijo don Quijote. Ciudadanos hay de mi quinta que jam¨¢s han observado la presencia activa de Dios y que, consecuentemente, dir¨¢n que si eso es el infierno, ah¨ª se las den todas.
Con toda su enorme capacidad de adaptaci¨®n, la Iglesia no s¨®lo ha tenido que ceder mucho terreno, sino que dif¨ªcilmente sobrevivir¨¢, como instituci¨®n secundaria, al gran remolino. La amenaza no tiene nada que ver con la guerra que le hizo Voltaire desde la f¨¢brica de Ferney, de donde salieron multitud de op¨²sculos anticlericales que inundaron Europa. El enemigo de hoy no tiene nombre ni cabeza visible. Es un cambio social tan vertiginosos y a menudo impredecible y contradictorio, que no existe materialmente tiempo de trazar una frontera coherente. Que el Papa convoque a los j¨®venes, que acudan centenares de miles a escucharle hablar, entre otras cosas, de castidad, cuando la mitad de ellos vulneran ese mandamiento en el sentido que lo interpreta el Sumo Pont¨ªfice, es s¨®lo sintom¨¢tico. En Estados Unidos, prelados y feligres¨ªa entran a menudo en conflicto con Roma, por cuestiones de tanta enjundia como el aborto. Todos sabemos que habr¨¢ manipulaci¨®n de c¨¦lulas madre, y que si no la hubiere ser¨¢ porque la ciencia habr¨¢ encontrado una soluci¨®n m¨¢s viable y menos conflictiva. Y tantas otras cosas que, en su conjunto, crean un nuevo estado de conciencia social que est¨¢ desbordando todo camaleonismo.
Un ejemplo muy de hoy. A m¨ª personalmente, me disgusta la promiscuidad sexual y el sexo entre casi ni?os, fen¨®meno promovido por el cambalache pol¨ªtica-dinero. El sexo promiscuo es un gran instrumento de deshumanizaci¨®n, o sea, de dominio, am¨¦n de fuente de grandes ingresos. (Y no me refiero a las redes de prostituci¨®n). La gran izquierda incorrupta siempre estuvo en contra de este pan y circo creador de alienaci¨®n y de grandes y menos grandes fortunas. Pero de ah¨ª a arremeter con argumentos jur¨¢sicos y a todas luces falsos contra las uniones de hecho, media un abismo. Las uniones de hecho no subvierten nada, antes al contrario, ponen un poco de orden en la sexual jungle, al evitar en buena medida encuentros s¨®rdidos en cualquier lugar. No da?an en modo alguno el matrimonio tradicional, que por cierto tiene una historia compartida con otras f¨®rmulas familiares; f¨®rmulas que se est¨¢n multiplicando quiz¨¢s m¨¢s all¨¢ de lo que jam¨¢s haya so?ado un Alvin Toffler. La prueba la tienen los obispos en las naciones de nuestro entorno, donde las uniones de hecho ya son tradici¨®n, con resultados que, si hubi¨¦ramos de juzgar s¨®lo por ellos, aventajan en mucho a los nuestros, los de la familia tradicional. Espa?a es el pa¨ªs por excelencia de los vientres est¨¦riles. A ver si va a resultar que homosexuales y lesbianas tienen la culpa de que nuestra familia mod¨¦lica no cumpla con su funci¨®n reproductora; y de que esta familia mod¨¦lica no tenga acceso a una vivienda protegida a causa de la competencia de los enemigos de la 'dignidad de la persona'. Los Ferrusola de la religi¨®n.
Dice monse?or Reig, obispo de Segorbe-Castell¨®n, que 'si la libertad es lo primero y casi lo ¨²nico a tener en cuenta, ?por qu¨¦ condenar el robo, el homicidio o el terrorismo?'. Yo le dir¨ªa que, para gentes sensibles, libertad y vida son inseparables y que ser¨ªa deseable que eso fuera v¨¢lido para todos. Pero, ?de d¨®nde se ha sacado monse?or que matar sea un acto libre? En realidad es todo lo contrario, es la privaci¨®n de libertad de la v¨ªctima y, por extensi¨®n, de la sociedad entera. El obispo confunde libertad con libertad sin l¨ªmites, que es la negaci¨®n de la misma. Sin ir m¨¢s lejos, no existe tal libertad sin l¨ªmites en las leyes que rigen las uniones de hecho.
Los obispos, como se ve, ya no pueden ser ¨¢rbitros de los contenidos de la televisi¨®n, y menos de Internet, un medio que ni sus propios t¨¦cnicos han domesticado todav¨ªa. Los obispos, adem¨¢s, a menudo se pronuncian distintamente sobre esto y aquello. Lo entiendo, es el frenes¨ª del cambio. La Iglesia vive la m¨¢s peliaguda de sus encrucijadas hist¨®ricas. Pienso que necesita urgentemente, intelectos y obediencia a los mismos. Con trasnochadas razones de caf¨¦, el sue?o de Voltaire puede estar a la vuelta de la esquina.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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