Edward C. Riley, cervantista
La muerte, enfrentada con valerosa dignidad, se ha llevado a Edward C. Riley
(1923-2001)
cuando sal¨ªan de la imprenta los primeros ejemplares de La rara invenci¨®n (Cr¨ªtica), donde hab¨ªa reunido medio siglo de Estudios sobre Cervantes y su posteridad literaria (as¨ª el subt¨ªtulo), para mostrar, por encima de 'variaciones de enfoque, m¨¦todo y asuntos', que 'Cervantes es casi inagotable' y que ¨¦l, Ted Riley, hab¨ªa siempre sabido hacer justicia tanto a los grandes rasgos como a los m¨¢s gr¨¢ciles matices de su genio.
Nadie dud¨® nunca, desde sus primeras publicaciones, que Riley era uno de los dos o tres supremos cervantistas de nuestro tiempo. Estudiante en Oxford, bajo la diestra tutela de sir Peter Russell, profesor en Dubl¨ªn y en Edimburgo, en 1962 sac¨® a la luz un libro capital que marcaba y sigue marcando rumbos a la investigaci¨®n y a la cr¨ªtica: La teor¨ªa de la novela en Cervantes (traducci¨®n espa?ola de Carlos Sahag¨²n, Taurus).
La teor¨ªa en cuesti¨®n la exploraba Riley por dos caminos, ambos igualmente provechosos. Por un lado, contemplando la obra de Cervantes desde fuera (dig¨¢moslo as¨ª), a la luz de la est¨¦tica renacentista tal como la formulaban en especial las po¨¦ticas del neoaristotelismo, y en puntos tan cruciales como las ideas sobre la imitaci¨®n o las relaciones de literatura e historia y de verosimilitud y asombro. Por otra parte, Riley indagaba desde dentro, desde los m¨¢s significativos recovecos de esa obra fascinante, las implicaciones del modo de narrar cervantino, de su trama y su textura, en tanto arte nuevo de hacer novelas, replanteamiento cabal de las doctrinas de la mimesis y, en definitiva, pila de bautismo de toda la ficci¨®n moderna.
Por fecunda que resulte la primera perspectiva, la segunda es, naturalmente, m¨¢s dilatada y delicada, y despu¨¦s de 1962 Riley se aplic¨® a ella con preferencia, con trabajos tan bien pensados y escritos como su Introducci¨®n al Quijote (Cr¨ªtica) o los magistrales ensayos que componen La rara invenci¨®n.
No le falt¨® curiosidad para intimar con autores m¨¢s cercanos en el tiempo, tal en algunas de las mejores p¨¢ginas que pueden encontrarse sobre El Jarama o El esp¨ªritu de la colmena, ni tampoco generosidad para guiar a otros estudiosos, j¨®venes y maduros. Yo recuerdo con singular gratitud un largu¨ªsimo anochecer y trasnochar en Toledo, con la excelente compa?¨ªa de su mujer, Judy, y de Chomin Yndur¨¢in, en que Ted me fue resolviendo lac¨®nica y sabiamente las incontables perplejidades, preguntas y aprietos que me suscitaba la gestaci¨®n del magno Quijote del Instituto Cervantes. Es una deuda peque?a para la que cualquier buen lector tiene contra¨ªda con Edward C. Riley.
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