Novela y rascacielos
La pr¨¢ctica totalidad de mis novelas han sido escritas bajo la protecci¨®n de un determinado fondo musical, repetido insistentemente, vez tras vez, a lo largo del d¨ªa. El tipo de m¨²sica ha variado seg¨²n las ¨¦pocas, aunque a la larga han terminado por imponerse, por ser particularmente propicios, dos compositores, Haydn y Mozart. Supongo que tal h¨¢bito no pod¨ªa dejar de reflejarse de alg¨²n modo en lo escrito; de ah¨ª las alusiones musicales expl¨ªcitas que aparecen en la mayor parte de mis obras y, sobre todo, la inspiraci¨®n musical de determinados p¨¢rrafos y fragmentos. Algo parecido es posible encontrar en gran n¨²mero de novelas del siglo XX -entre las anteriores, as¨ª de pronto, no se me ocurre m¨¢s que un conocido relato de Tolstoi-, empezando por Proust, Mann y Joyce. Y eso sin dar por buenas las equivalencias en exceso mec¨¢nicas entre novela y m¨²sica, como las que establece Milan Kundera.
Lo cierto, sin embargo, es que, si para dar mejor expresi¨®n de lo que es -o fue- la novela del siglo XX, hubiera que establecer un paralelismo con alguna de las artes, no es la m¨²sica la que yo elegir¨ªa, sino la arquitectura. Desde luego que la capacidad de despertar emociones de la arquitectura no se puede comparar a la de la m¨²sica; ni siquiera la novela o la poes¨ªa pueden hacerlo. Pero tampoco es eso lo que se han propuesto ni el novelista ni el arquitecto del siglo XX. Lo que las grandes novelas del siglo han pretendido - Ulises, En busca del tiempo perdido- es meter todo el mundo y a todo el mundo en sus p¨¢ginas, mientras que el paradigma arquitect¨®nico de ese mismo siglo, el rascacielos, es propuesto como un edificio en el que multitud de personas puedan desarrollar su vida, expresi¨®n simb¨®lica de ese edificio ideal susceptible de acoger a la humanidad entera. ?C¨®mo han sido satisfechas semejantes exigencias de totalidad? Dando a la novela una estructura adecuada, significativa en s¨ª misma, equivalente a la que crea un arquitecto seg¨²n dise?a un rascacielos. Conozco seguramente mejor que nadie hasta qu¨¦ punto es eso exacto en lo que a mis novelas se refiere, pero a¨²n sin ser capaz de hablar sobre Ulises o En busca del tiempo perdido como hubieran podido hacerlo sus autores, el hecho de que la estructura sea en ellas argumento es una de las primeras caracter¨ªsticas que destacar¨ªa.
La novela del siglo XX, cuyo periodo central se extiende desde la d¨¦cada de los veinte hasta la de los setenta, parece definirse como respuesta a una situaci¨®n nueva, a esa modernidad invocada por Rimbaud unos a?os antes, cuando proclam¨® la necesidad de ser absolutamente moderno. Pero aunque adopte la prosa como forma suprema de la poes¨ªa, Rimbaud no parece sino estar dando la raz¨®n a Proust, para quien, mientras que el poeta hace de la realidad algo distinto de lo que es para los dem¨¢s, el novelista, como un emperador, esclaviza esa realidad y a cuantos en ella habitan. La novela del siglo XX se revela, en efecto, como un g¨¦nero invasor, que hace suyos cuantos recursos literarios se encuentran a su alcance.
Con todo, donde la respuesta a las exigencias de la modernidad se dio de forma m¨¢s manifiesta fue en el ¨¢mbito arquitect¨®nico: edificios p¨²blicos, comerciales, industriales y residenciales acordes a los nuevos requerimientos de la sociedad, realizados conforme a una concepci¨®n estructural totalmente nueva y empleando materiales asimismo nuevos, hormig¨®n, cristal, acero. Similarmente, el novelista, en su b¨²squeda de la totalidad, estructuraba sus obras conforme a un armaz¨®n en el que todo cupiera, incluidos el propio autor -con su nombre, en forma de alter ego, de testigo infantil a veces-, as¨ª como el lector, todos y cada uno de los lectores. Y, a fin de captar la vida en todas sus manifestaciones, hac¨ªa suyos una serie de recursos tomados de otras formas de expresi¨®n, de otros descubrimientos innovadores. La descomposici¨®n de la realidad en porciones menores (en la novela decimon¨®nica no hay descripciones equivalentes a un primer plano). O la velocidad de las asociaciones verbales en el discurso, que nos remite directamente a la velocidad en s¨ª, a la velocidad de la comunicaci¨®n, a la velocidad del transporte. O la planificaci¨®n global de la obra conforme a reglas muy semejantes a las que llevan al urbanista a dise?ar una ciudad o al arquitecto a dise?ar un rascacielos.
Hoy, gracias a la perspectiva que otorga el encontrarnos en otro siglo, ya es posible afirmar que tanto la novela como la arquitectura del siglo XX han fracasado en sus prop¨®sitos. La arquitectura, lejos de conseguir un solo ejemplo de esa ciudad integradora y humana, capaz de hacer que el individuo se sienta m¨¢s persona, que figuraba en sus enunciados te¨®ricos, ha terminado siendo c¨®mplice de la construcci¨®n de todos esos habit¨¢culos dise?ados por ordenador que se derraman sobre el paisaje. Mientras que la novela, tras fracasar en su empe?o de convertirse en un g¨¦nero capaz de cambiar el mundo por el procedimiento de cambiar (o de mejorar, o de enriquecer) la vida de sus lectores, se ha visto sepultada por una avalancha de narraciones que tambi¨¦n parecen dise?adas por ordenador. Quedan, eso s¨ª, una serie de grandes novelas -las de Proust y Joyce, Musil, Kafka, Faulkner, por citar s¨®lo sus autores m¨¢s conocidos- y una serie de edificios que no parecen sino so?ados, especialmente si se les aprecia en un mismo plano, como sucede en Nueva York. La gente contempla esos edificios no ya como curiosos monumentos sino como postales de monumento. Y con parecida ignorancia y cort¨¦s indiferencia oye hablar de las grandes novelas del siglo XX sin enterarse no ya de lo que las distingue de toda narrativa anterior, sino tambi¨¦n de cu¨¢l es su valor y de cu¨¢les son sus caracter¨ªsticas. El grado de certeza presente en sus p¨¢ginas, por ejemplo, s¨®lo comparable al contenido en una obra de pensamiento puro, pero con la ventaja de que, a diferencia de ¨¦sta, la realidad concreta evocada por las palabras empleadas no puede ser rebatida.
El certificado oficial de ese fracaso lo se?ala, mejor que nada, la mera aparici¨®n del postmodernismo. Ni lo kitsch, ni lo pop, ni lo camp eran compatibles con la arquitectura moderna, como la novela g¨®tica o rom¨¢ntica o, simplemente, la narratividad decimon¨®nica, tampoco lo eran con la novela vigente hasta entonces. La creaci¨®n art¨ªstica o literaria nunca han estado al alcance de todos. Hoy sabemos, aunque sus secuelas subsistan, que el postmodernismo fue la ¨²ltima de las vanguardias. Pudo llamar a enga?o inicialmente que, a diferencia de ¨¦stas, el postmodernismo no diese lugar a un manifiesto previo; pero eso era, de hecho, lo que sus heraldos estaban esbozando al definir los rasgos del fen¨®meno. Se trataba, en suma, de vertebrar el arte y la creaci¨®n literaria con planteamientos te¨®ricos ajenos a lo propiamente art¨ªstico y literario. De ah¨ª que sus manifestaciones, m¨¢s que culminaci¨®n de la modernidad, fuesen excrecencias degenerativas propias de la fase final de esa modernidad. Lo que se nos ven¨ªa encima era otra cosa.
Luis Goytisolo es escritor.
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