?Educar o domesticar?
En nuestro pa¨ªs se viene discutiendo mucho ¨²ltimamente acerca de las humanidades en los planes de ense?anza, por lo cual resulta tanto m¨¢s chocante la atenci¨®n casi meramente anecd¨®tica que se ha prestado al ensayito de Peter Sloterdijk Normas para el parque humano (editorial Siruela). De hecho lo m¨¢s comentado fue el enfrentamiento no s¨®lo ideol¨®gico sino tambi¨¦n personal entre Habermas y Sloterdijk que provoc¨®, as¨ª como las mutuas acusaciones y los remolinos acad¨¦micos de esta querella. A lo que yo s¨¦, s¨®lo procuraron ir m¨¢s all¨¢ de la trivial cotiller¨ªa algunas p¨¢ginas de Revista de Occidente y desde luego el excelente dossier ?Y si fracasara el humanismo?, publicado en el reci¨¦n aparecido n? 45 de la revista Archipi¨¦lago. Pero ser¨ªa una verdadera l¨¢stima no aprovechar la ocasi¨®n brindada por este escrito para profundizar en un debate que trasciende con mucho el t¨®pico de los textos de historia en el bachillerato o el n¨²mero de horas que deben dedicarse semanalmente al estudio de las letras y las ciencias. M¨¢s all¨¢ de la opini¨®n que nos merezcan los planteamientos de Sloterdijk, es justo y urgente reconocer que ha puesto el dedo en una llaga que sangra desde mucho antes de que ¨¦l tuviese la bienaventurada osad¨ªa de tocarla.
?Qu¨¦ dice Peter Sloterdijk? Comienza record¨¢ndonos que hemos llamado humanismo a 'una telecomunicaci¨®n fundadora de amistades que se realiza por medio del lenguaje escrito. (...) Los pueblos se organizaron a modo de organizaciones alfabetizadas de amistad forzosa, unidas bajo juramento a un canon de lectura vinculante de cada espacio nacional. (...) ?Qu¨¦ otra cosa son las naciones modernas sino eficaces ficciones de p¨²blicos lectores que, a trav¨¦s de unas mismas lecturas, se han convertido en asociaciones de amigos que congenian?'. La finalidad fundamental de esas lecturas seleccionadas y compartidas era amansar la innata ferocidad humana, socializar humanamente a la bestia de presa cortocircuitando su perenne inclinaci¨®n hacia la violencia y la sangre. En esta tarea domesticadora, la lectura sosegante de los cl¨¢sicos siempre ha encontrado adversarios temibles: ayer fue la efervescencia sensorial del circo y del estadio, m¨¢s tarde el teatro, luego los campos de f¨²tbol, etc¨¦tera.
Actualmente vivimos, seg¨²n Sloterdijk, tiempos posliterarios, es decir, poshumanistas: los libros van siendo sustituidos por los espect¨¢culos audiovisuales, cuyas gratificaciones sensuales -llenas de estruendo y furia- se aproximan m¨¢s a los contentos del Coliseo que a los del gabinete del bibli¨®filo. ?En qu¨¦ basaremos entonces las normas del urbanizado parque humano? ?C¨®mo las transmitiremos y legitimaremos? ?Habr¨¢ que aprender a criar hombres mansos de otro modo, quiz¨¢ por medios biogen¨¦ticos, que configuren ab ovo los rasgos del nuevo arquetipo de humanidad?
En el fondo, la tarea educativa -que Sloterdijk estudia en su teorizaci¨®n inicial por Plat¨®n y en el desencanto p¨®stumo heideggeriano- siempre ha pretendido reproducir generacionalmente las pautas reguladoras del autosostenimiento humano. Tal es el proyecto que el siglo XX vio entrar en una crisis que nuestra cultura actual basada en los videojuegos e Internet no ha hecho sino agravar. La cuesti¨®n quiz¨¢ no consiste en c¨®mo salvar contra viento y marea el modelo humanista tradicional sino m¨¢s bien c¨®mo reinventar lo humano -es decir, una sociabilidad amistosa que repudie mayoritariamente la tentaci¨®n feroz de la violencia intraespec¨ªfica- a partir de un nuevo planteamiento persuasivo, de otra forma de doma de alta escuela...
La provocativa conferencia de Sloterdijk debe ser valorada a partir de las m¨²ltiples perspectivas excitantes (en el sentido mejor y en el peor de este adjetivo trepidante) que abre, no desde las obvias objeciones puntuales que se le pueden hacer. La primera de las que se me ocurren es que abundan textos cl¨¢sicos en nuestra tradici¨®n humanista -?y no de los menores!- cuya eficacia para apaciguar la irascibilidad resulta poco evidente: la Il¨ªada, la Biblia, Shakespeare... No sin raz¨®n fueron puestos en entredicho por educadores ilustrados del exigente siglo dieciocho, como Voltaire. ?Asegurar¨ªamos sin vacilaci¨®n que Macbeth amaestra convenientemente a sus espectadores mientras que Reservoir dogs los desboca? Salvando las abismales distancias de calidad est¨¦tica, ?dulcifica m¨¢s el car¨¢cter familiarizarse con la c¨®lera de Aquiles que practicar un videojuego? ?No pueden obtenerse lecciones tan intransigentes y horrendas de La Celestina o La duquesa de Malfi como de ciertas proclamas heter¨®fobas berreadas por los fascistas o incluso como de ciertos demenciales antagonismos deportivos? Quienes no estamos dispuestos a renunciar a tales obras maestras sostendremos que esas consecuencias negativas derivan de una lectura superficial, porque todas ellas encierran una profunda caracterizaci¨®n de lo humano indispensable para cualquier formaci¨®n aut¨¦ntica. Pero esta respuesta viene a dar por supuesto algo as¨ª como un c¨ªrculo vicioso, es decir, que hace falta una verdadera educaci¨®n humanista para obtener lecciones humanistas de muchas obras fundamentales en las que se basa nuestra concepci¨®n del humanismo. Si tal es el caso, ?no cabr¨ªa tambi¨¦n postular que quienes disfrutan de semejante adiestramiento consolidador de la humanidad compartida podr¨ªan de igual modo ampliar su disposici¨®n a la concordia incluso por medio de partidos de f¨²tbol o pel¨ªculas gore?
Cuando en Espa?a se habla de revisar el plan de humanidades en el bachillerato, la cuesti¨®n se centra en el temario que debe impartirse en tal o cual asignatura y en evitar que los libros de historia que van a servir como texto escolar contengan tergiversaciones de bulto o incitaciones abiertas a la discordia civil, lo cual incontrovertiblemente ocurre con algunos utilizados en las autonom¨ªas de nuestro pa¨ªs. Se sigue aspirando as¨ª, al modo cl¨¢sico, a una 'telecomunicaci¨®n fundadora de amistad basada en el lenguaje escrito'. Nada que objetar a este bienintencionado proyecto, todo lo contrario. Pero el factor m¨¢s importante de la educaci¨®n sigue intacto pese a tales modificaciones; y tampoco se remediar¨ªan nuestras deficiencias multiplicando en las aulas los elementos de apoyo audiovisuales o conectando a Internet a todos los bachilleres desde su tierna infancia. Porque el elemento no s¨®lo humanista sino humanizador por excelencia de la transmisi¨®n cultural no es el texto, ni la imagen, ni el sonido sino la palabra viva, es decir, el verbo encarnado, hecho hombre (y m¨¢s frecuentemente, hecho mujer). No los libros, por buenos que sean, no las pel¨ªculas ni la telepat¨ªa mec¨¢nica (otra cosa no es la famosa 'red'), sino el semejante que se ofrece cuerpo a cuerpo a la devoradora curiosidad juvenil en busca de un alma: ¨¦sa es la educaci¨®n humanista, la que desentra?a cr¨ªticamente en cada mediaci¨®n escolar (libro, filmaci¨®n, herramienta comunicativa) lo bueno que hay en lo malo y lo malo que se oculta en lo m¨¢s excelso. Porque el humanismo no se lee ni se aprende de memoria, sino que se contagia. Y mal pueden contagiar la enfermedad divina quienes no la padecen. Ah¨ª est¨¢ el verdadero problema.
En el parque humano ('tocan a cierre en los parques de Occidente' citaba Cioran al comienzo de uno de sus ¨²ltimos libros...) restalla el l¨¢tigo, pero no es el maestro quien lo empu?a. A diferencia del arrogante y atrevido domador, el maestro sabe que debe dejarse devorar para que las fieras inocentes se conviertan en ciudadanos conscientes. Muchos est¨¢n dispuestos a este sacrificio sobre el que reposa el autosostenimiento de la civilizaci¨®n, pero probablemente no son bastantes. Se sienten solos, desconcertados por un dogmatismo imb¨¦cil que celebra el pintoresquismo de lo irreductible y desde?a la racionalidad com¨²n. ?O acaso no hay una racionalidad com¨²n? Sea como fuere, los libros ni tienen la culpa ni son la soluci¨®n.
-Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense.
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