Una exposici¨®n en Roma refleja el poderoso influjo de Caravaggio en el arte de su tiempo
El Palazzo Giustiniani re¨²ne por primera vez obras del artista y sus seguidores
Caravaggio era un delincuente trotamundos que pintaba cuadros tan tenebristas como tenebrosa fue su vida, s¨®lo iluminada, como sus obras, por una luz lateral, pastosa y amarillenta, donde conviven el halo del genio y su descarada sensualidad, con el da?ino humor del camorrista homicida.
Hasta han querido que Caravaggio sea esp¨ªa al servicio de Francia, urdidor o al menos c¨®mplice de un compl¨® para asesinar a Enrique IV de Navarra; y su muerte, seg¨²n una reciente investigaci¨®n liderada por el arque¨®logo italiano Stefano Sieni, tambi¨¦n fue el resultado de una orden dada por Espa?a o la Santa Sede, pues el artista sab¨ªa demasiado. Son teor¨ªas y acaso leyendas. Lo que es realidad son sus cuadros y las sorpresas ¨ªntimas que depara el arte cuando es eterno.
Descubrimientos
Hace un a?o se descubri¨® un nuevo tondo como la Medusa Medicea, y en 1996, tras 400 a?os de oscuridad, un lienzo de su mano, Joven pelando una manzana. Una vida de sobresaltos que sigue dando que hablar a trav¨¦s de sus obras. En el Palazzo Giustiniani se han reunido los cinco cuadros de Caravaggio que proceden de las coloecciones originarias de esa casa, y a la que se han sumado otras excepcionales piezas como El triunfo del amor (Berl¨ªn), el San Jer¨®nimo (Montserrat), La incredulidad de Santo Tom¨¢s (Potsdam) o La coronaci¨®n de espinas.
Y tanto inter¨¦s como estas obras despiertan a su vez las de una serie de pintores a los que la historia del arte considera caravaggistas de pro. Caravaggio goz¨® de fama y prestigio en su ¨¦poca a la vez que despleg¨® una notable influencia sobre sus contempor¨¢neos o inmediatamente posteriores, como en Vel¨¢zquez. El sevillano le homenaje¨® coquetamente y con mucha evidencia en Los borrachos, tal como lo hizo tambi¨¦n Artemisia Gentileschi en su Judith y Holofernes.
La confrontaci¨®n de algunas de estas pinturas en una misma sala resulta una aventura fascinante tanto para el espectador ilustrado como para el profano que se acerca a una personalidad que ha dado pie hasta para el cine de aventuras (recordar el controvertido filme hom¨®nimo de Derek Jarman).
Caravaggio, que se cree naci¨® en B¨¦rgamo o Mil¨¢n en 1571 y muri¨® en Porto Ercole, Grosseio, en turbias circunstancias en 1610, con una obra hoy indiscutida, pero irregular y compleja, nadie le niega su puesto entre los divinos de la pintura italiana del seiscientos. Y Roma era, sin duda, la ciudad de sus cuitas y de sus desamores, de sus aventuras y de sus fugas, de su ¨¦xito y sus controvertidos manejos pol¨ªticos.Su vida y su obra han proporcionado materia de discusi¨®n y de especulaci¨®n. En la exposici¨®n del Giustiniani quedan patentes algunas de sus obsesiones, su capacidad para convertir lo profano en sagrado y viceversa; su predilecci¨®n por los j¨®venes marginales a los que convert¨ªa en santos, arc¨¢ngeles o personajes mitol¨®gicos sin apenas darles un ba?o antes; la constante comparaci¨®n generacional, una manera barroca de mostrar el amor ef¨¦bico con santos ancianos y ¨¢ngeles adolescentes que se le precipitan desde el cielo, siempre oscuro, como un entorno de presagio que es la impronta, el sello particular de su dramatismo. Pero con todo, lo m¨¢s apasionante de Caravaggio siguen siendo sus autorretratos maculados, cuando aparece repetidamente como Goliath, una cabeza sangrante que un muchacho muestra con desprecio.
El itinerario romano se completa con la visita al Palazzo Barberini, donde se puede contemplar Narciso, tambi¨¦n recientemente restaurado, o la iglesia Santa Maria del Popolo con sus dos caravaggios (Conversi¨®n de San Pablo, Martirio de San Pedro), el Museo Capitolino con su San Juan Bautista joven o en la vecina iglesia de San Luis de los Franceses con su San Mateo y el ¨¢ngel, El martirio de San Mateo o La vocaci¨®n de San Mateo, para muchos su obra m¨¢s impresionante y perfecta.
Huida y pasi¨®n
Caravaggio era un lombardo que amaba el sur, el sol y el bullicio mediterr¨¢neo (la luz que sal¨ªa de su mano lo atestigua). Los bi¨®grafos se afanan en justificar sus constantes viajes a N¨¢poles, a Roma, a la isla de Sicilia. A veces iba en busca de encargos, otras veces hu¨ªa, quiz¨¢s le arrastraba la pasi¨®n.
El subt¨ªtulo de la exposici¨®n del Giustiniani, Tocar con la mano una colecci¨®n del seiscientos parece hacer una menci¨®n figurada del cuadro La incredulidad de Santo Tom¨¢s. Las recoletas y decoradas salas del actual Senado italiano se vuelven ¨ªntimas y reveladoras ante el temblor de esos escorzos, ante tanta carne tr¨¦mula y tanta victoria del deseo sobre cualquier otro argumento pl¨¢stico.
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