JOE LOUIS, S?LVAME
Cr¨®nica de una de las ¨¦pocas de EE UU m¨¢s vitales y vertiginosas, con Cassius Clay como h¨¦roe definitivo de la liberaci¨®n de los negros norteamericanos a trav¨¦s del boxeo
El libro de David Remnick sobre Muhammad Al¨ª, el m¨ªtico Cassius Clay, que irrumpi¨® en 1964 como campe¨®n del mundo de los pesos pesados derrotando estrepitosamente al tambi¨¦n m¨ªtico Sonny Liston, es una deliciosa cr¨®nica sobre el 'nuevo hombre negro' que en poco tiempo transformar¨ªa la pol¨ªtica racial, la cultura popular y las nociones de hero¨ªsmo de EE UU. Ofremos un extracto de uno de los cap¨ªtulos de esta biograf¨ªa novelada, editada por Debate.
LA ERA DE LA BLANCURA INFINITA LLEG? A SU FIN CON JOE LOUIS, QUE DERROT? A BRADDOCK EN 1937
En Estados Unidos, el boxeo naci¨® de la esclavitud. Al modo de los emperadores romanos, que acud¨ªan al Coliseo a contemplar peleas entre personas de su propiedad, los plantadores sure?os se divert¨ªan juntando a sus esclavos m¨¢s fuertes y haci¨¦ndolos enfrentarse por juego y para apuesta. Los esclavos llevaban collares de hierro y sol¨ªan pelear hasta el borde de la muerte. Frederick Douglass se opon¨ªa al boxeo y a la lucha no s¨®lo por lo que ten¨ªan de cruel, sino tambi¨¦n porque sofocaban el esp¨ªritu de rebeld¨ªa.
El propio Al¨ª, que ganar¨ªa millones de d¨®lares en el cuadril¨¢tero y que se har¨ªa famoso y se granjear¨ªa el cari?o de la gente por su talento para pegar a otras personas, ve¨ªa con cierta prevenci¨®n el espect¨¢culo de dos negros peleando: 'Se te quedan mirando y te dicen: 'Buena pelea, chico. Eres un buen chico. Muy bien', dijo Al¨ª en 1970. 'No consideran que los p¨²giles puedan tener cabeza. No consideran que puedan ser hombres de negocios, ni seres humanos, ni inteligentes. Los boxeadores no son m¨¢s que brutos que vienen a entretener a los blancos ricos. Pegarse entre ellos, y romperse la nariz, y sangrar, y actuar como monitos para el p¨²blico, y matarse por el p¨²blico. Y la mitad del p¨²blico son blancos. En lo alto del ring no somos m¨¢s que esclavos. Los amos escogen a dos esclavos grandes y fuertes y los ponen a pelear, mientras ellos apuestan: 'A que mi esclavo machaca al tuyo'. Eso es lo que veo cuando veo a dos negros peleando'.
El primer campe¨®n norteamericano reconocido fue un esclavo nacido en Virginia y llamado Tom Molineaux. Muchos caballeros virginianos adquirieron su entusiasmo por el boxeo en sus visitas a Inglaterra, donde este deporte era extremadamente popular. Molineaux, tras haber vencido a todos los dem¨¢s p¨²giles de Virginia, se traslad¨® a Nueva York, ya libre, y sigui¨® derrotando, en los muelles del r¨ªo Hudson, a todo el que le pon¨ªan por delante, nacional o extranjero. A continuaci¨®n lo enviaron a Londres, a desafiar al gran Tom Cribb, campe¨®n oficioso del Imperio Brit¨¢nico, de raza blanca. Se enfrentaron en Copthorne (Sussex) en diciembre de 1810. Seg¨²n pasaban los asaltos se hizo evidente que Molineaux estaba destrozando a Cribb, pero los seguidores de ¨¦ste no pod¨ªan tolerar que lo derrotase un negro. De modo que optaron por apuntalar -literalmente- a su campe¨®n para que no cayera, provocando con ello grandes dilaciones en la pelea y dando lugar a que Cribb tuviera tiempo de recuperarse del vapuleo. Hubo incluso quien la emprendi¨® a golpes con Molineaux, rompi¨¦ndole alg¨²n dedo. Al final, Cribb resucit¨® lo suficiente como para ganar en el cuarto asalto.
El hedor de la esclavitud, de los ricos brutos explotando a los m¨¢s fuertes y m¨¢s desesperados, no se desvaneci¨® tras la proclamaci¨®n oficial de la emancipaci¨®n. John L. Sullivan, primer campe¨®n de la era moderna, traz¨® la barrera de color en el boxeo, neg¨¢ndose a pelear con aspirantes negros. 'Nunca pelear¨¦ con un negro', declar¨® Sullivan. 'Nunca lo he hecho y nunca lo har¨¦'. El sucesor de Sullivan, Jim Jeffries, tambi¨¦n afirm¨® que se retirar¨ªa cuando ya no quedasen blancos con quienes pelear. Y as¨ª lo hizo. Pero luego consiguieron sacarlo de su retiro para enfrentarse a Jack Johnson, que acababa de arrebatar el t¨ªtulo a un p¨²gil blanco, Tommy Burns.
Jeffries reconoci¨® que su regreso al cuadril¨¢tero no se deb¨ªa tanto al deseo de recuperar el t¨ªtulo como al de redimir a la raza blanca. 'Acudo a este combate con el ¨²nico prop¨®sito de demostrar que un blanco es mejor que un negro', dijo. Naturalmente, cont¨® con el pleno apoyo -a voz en grito- de la prensa, incluido un corresponsal espor¨¢dico de The New York Herald llamado Jack London. ?ste se consideraba un verdadero revolucionario, amigo de los trabajadores, pero su racismo no pod¨ªa ser m¨¢s evidente. 'Jeff tiene que salir de sus campos de alfalfa y borrar esa sonrisa de la cara de Johnson', escribi¨®. 'De ti depende, Jeff'. Los responsables de la popular revista Collier's declararon que Jeffries ten¨ªa que ganar por su larga trayectoria de coraje. A fin de cuentas, 'el hombre blanco tiene detr¨¢s treinta siglos de tradici¨®n: todos los esfuerzos supremos, los inventos y las conquistas, as¨ª como, seamos o no conscientes de ello, Bunker Hill y las Term¨®pilas, Hastings y Agincourt'. Era sencillamente imposible que Jeffries perdiera. Una tal Dorothy Forrester compuso una canci¨®n en alabanza de Jeffries, d¨¢ndole estas indicaciones:
'Ponte al asunto sin tardanza alguna / y p¨¦gale de noche y p¨¦gale de d¨ªa, / y en cuanto se presente la suerte oportuna, / le arreas una torta que se pierda de vista. / ?Qui¨¦n le va a dar a Jack la m¨¢s tremenda tunda, / qui¨¦n lo va a hacer dormir como una marmotilla, / qui¨¦n va a borrar del mapa la africana bravura? / Ser¨¢ Jim, ser¨¢ Jeffries, ser¨¢ la maravilla'.
Cuando por fin Johnson subi¨® al cuadril¨¢tero para enfrentarse con Jeffries en Reno (Nevada) el 4 de julio de 1910, la multitud se puso a cantar '?mata al negro, mata al negro!'. La orquesta tocaba All coons look alike to me (todos los mapaches -despectivo para 'negro'- me parecen iguales). Puede que todo ello disgustara profundamente a Johnson, pero lo cierto es que en el cuadril¨¢tero no se le not¨® nada. Johnson destroz¨® a Jeffries, humill¨¢ndolo tanto f¨ªsica como verbalmente, mof¨¢ndose de ¨¦l y de sus cuidadores a todo lo largo de la pelea. 'A¨²n no hab¨ªamos cruzado un golpe cuando ya supe que Jeffries estaba en mis manos', escribi¨® Johnson en su autobiograf¨ªa.
Cuando se anunci¨® en todo el pa¨ªs la victoria de Johnson hubo disturbios callejeros en Illinois, Misuri, Nueva York, Ohio, Pensilvania, Colorado y el distrito de Columbia. En Houston, un blanco le reban¨® el pescuezo a un negro llamado Charles Williams por poner demasiado entusiasmo en sus gritos a favor de Johnson. En la ciudad de Washington, un grupo de negros apu?al¨® de muerte a dos hombres blancos. En la localidad de Uvalda (Georgia), una pandilla de blancos abri¨® fuego contra un grupo de negros que celebraba la victoria de Johnson: hubo tres muertos y cinco heridos entre los negros. En Manhattan, la polic¨ªa rescat¨® a un negro cuando estaba a punto de ser linchado. Miles de blancos se congregaron en la Cuarta Avenida amenazando con moler a golpes a todo negro que se les pusiera por delante. Hasta el asesinato de Martin Luther King, en 1968, ning¨²n otro acontecimiento racial provocar¨ªa semejante reacci¨®n de violencia. Aterrorizado, el Congreso aprob¨® una ley por la que se prohib¨ªa la distribuci¨®n interestatal de filmaciones box¨ªsticas. Varios grupos religiosos y de extrema derecha que jam¨¢s hab¨ªan evidenciado inter¨¦s alguno en el boxeo propugnaron en aquel momento su prohibici¨®n.
Ni que decir tiene que Johnson se ve¨ªa acuciado con gritos de '?vamos a lincharlo! ?Vamos a matar al negro!' cada vez que se dejaba ver en p¨²blico. A pesar de que corr¨ªan los tiempos de Booker T. Washington y de las t¨¢cticas de concesi¨®n y gradualismo, Johnson estuvo desafiante. Fue probablemente el negro m¨¢s vilipendiado de su ¨¦poca, y trat¨® de no mostrarse afectado. Lleg¨® incluso a desafiar de modo ostensible la variante sexual del odio que recib¨ªa: tuvo relaciones con j¨®venes blancas y con prostitutas de la misma raza. Su esposa, que se llamaba Etta Dureya y que era blanca, se suicid¨® en 1912, tras un a?o de matrimonio. Cuando sab¨ªa que iba a haber periodistas en una sesi¨®n de entrenamiento se envolv¨ªa el pene en gasa y exhib¨ªa toda su grandeza en un calz¨®n muy ce?ido. Johnson era magn¨ªficamente desafiante y desafiantemente magn¨ªfico. Pose¨ªa autom¨®viles absurdamente caros y beb¨ªa con pajita los vinos de las mejores cosechas. Le¨ªa mucho, tanto en ingl¨¦s como en espa?ol y franc¨¦s (le gustaban mucho las novelas de Dumas), y tocaba la viola. Cuando abri¨® el Cabaret de Champion, en Chicago, dot¨® el local de escupideras de plata.
Pero el establishment blanco acab¨® por ajustarle las cuentas a Johnson, oblig¨¢ndolo a un prolongado destierro. Johnson fue acusado por la ley Mann, cuyo prop¨®sito consist¨ªa en evitar la prostituci¨®n comercial y el traslado interestatal de mujeres con fines contrarios a la moral. Johnson evit¨® la c¨¢rcel desplaz¨¢ndose por Canad¨¢ y por Europa. Al final volvi¨® a Estados Unidos y cumpli¨® condena en Leavenworth. En 1915, en La Habana, perdi¨® su t¨ªtulo ante Jess Willard, aunque luego aleg¨® que se hab¨ªa tirado. Acab¨® su carrera como promotor de su propio legado y haciendo de narrador en un museo de objetos estrafalarios. Muhammad Al¨ª era extremadamente consciente de los paralelos entre su vida y la de Johnson. A?os m¨¢s tarde, hablando con James Earl Jones, que hac¨ªa el papel de Johnson en La gran esperanza blanca, Al¨ª afirm¨® que su apartamiento del cuadril¨¢tero, tras su negativa a incorporarse a filas, era 'la historia que se repite'.
'Me encari?¨¦ con la imagen de Johnson desde peque?o', ha dicho. 'Quer¨ªa ser duro, intratable, arrogante, el tipo de negro que no les gusta a los blancos'.
Tras el eclipse de Johnson, la corona estuvo en manos de blancos hasta principios de los a?os treinta. Era tan evidente el modo en que los campeones evitaban por sistema a los aspirantes de raza negra que los m¨¢s relevantes pesos pesados negros peleaban entre ellos por el honor de convertirse en campeones de su raza. Cuando Jack Dempsey le arrebat¨® el t¨ªtulo a Jess Willard, en 1919, lo primero que hizo -presionado al respecto por Tex Rickard- fue tranquilizar al pa¨ªs garantizando que nunca pondr¨ªa el t¨ªtulo en juego ante ninguno de los grandes boxeadores negros del momento; es decir, Sam McVey, Sam Langford y Harry Wills. Estos dos ¨²ltimos se vieron obligados a pelear entre ellos hasta dieciocho veces, mientras el campeonato oficial del mundo iba pasando de p¨²gil blanco en p¨²gil blanco durante dos decenios: Willard, Dempsey, Gene Tunney, Max Schmeling, Jack Sharkey, Primo Carnera, Max Baer y Jim Braddock.
La era de la blancura infinita lleg¨® a su fin con Joe Louis, que derrot¨® a Braddock en 1937, alz¨¢ndose con el campeonato de los pesos pesados. Louis conserv¨® el t¨ªtulo hasta el momento de su primera retirada, en 1948. Determinados ¨®rganos de la prensa deportiva quedaron tan conmocionados ante el desarrollo de los acontecimientos que llegaron a la conclusi¨®n de que Louis hab¨ªa ganado precisamente porque era negro, como si ello hubiera implicado alguna ventaja no ajustada a la ¨¦tica. Un editorial del Daily Mirror de Nueva York afirmaba: 'En ?frica hay decenas de miles de j¨®venes salvajes que, con un poco de adiestramiento, podr¨ªan aniquilar a Mr. Joe Louis'. Paul Gallico, del Daily News de Nueva York, otro legendario cronista deportivo, famoso por lo ilustrado de sus puntos de vista, ten¨ªa a Louis en la consideraci¨®n de un bruto ignorante -cargado de gloria, eso s¨ª-, una bestia 'que vive como un animal, pelea como un animal, posee toda la crueldad y la fiereza de lo salvaje'.
'Me sent¨ª fuertemente dominado por la impresi¨®n de hallarme ante un hombre malo', escribi¨® Gallico, 'un individuo verdaderamente salvaje, un ser que apenas llevaba encima una leve capa de civilizaci¨®n, a punto de desprend¨¦rsele en cualquier momento... En pocas palabras: me hallaba ante el primer luchador perfecto que surg¨ªa en muchas generaciones. Era como estar encerrado en una habitaci¨®n con una fiera'.
Louis era hijo de un aparcero de Alabama cuya familia rota lleg¨® a Detroit en 1926. En el colegio no pas¨® del sexto grado, hecho que autoriz¨® a todos los periodistas a dar por sentado que era un est¨®lido ignorante. Apenas hablaba en p¨²blico, pero, de hecho, ello era fruto de los cuidadosos c¨¢lculos de las personas de raza negra que lo llevaban. El equipo compuesto por Jack Chappie Blackburn, entrenador y confesor, y los managers John Roxborough y Julian Black cuid¨® de Louis no s¨®lo como p¨²gil, sino tambi¨¦n en su aspecto de personaje p¨²blico. No quer¨ªan que su boxeador se ganase la enemiga de la Norteam¨¦rica blanca. El nivel de racismo ordinario era tan alto en los a?os treinta que hasta la prensa blanca del Norte segu¨ªa refiri¨¦ndose a los negros en t¨¦rminos como 'oscuritos', 'animales' y 'sambos'. Al final, el equipo le dict¨® a Louis las siguientes normas:
1. No permitir jam¨¢s que lo fotografiaran con una mujer blanca al lado.
2. No ir nunca solo a los clubes nocturnos.
3. No aceptar ninguna pelea blanda.
4. No aceptar ninguna pelea arreglada.
5. No adoptar posturas arrogantes ante un rival ca¨ªdo.
6. Mantenerse impasible ante las c¨¢maras.
7. Llevar una vida limpia y pelear del mismo modo.
En otras palabras: Louis ten¨ªa que ser el anti-Jack Johnson. Pose¨ªa una talento tan innegable y se comportaba de un modo tan sumiso que al final acab¨® gan¨¢ndose hasta a la prensa blanca del Sur, que llev¨® su amabilidad hasta el extremo de llamarlo 'buen negrito' y 'ex pickaninny'. A diferencia de Johnson, Louis parec¨ªa saber cu¨¢l era su sitio. No ofend¨ªa a nadie. No huy¨® del pa¨ªs, como Johnson, sino que se puso a su servicio. Se enrol¨® en el Ej¨¦rcito durante la Segunda Guerra Mundial y don¨® al Gobierno las ganancias de sus peleas. Ni que decir tiene que la prensa sure?a le retir¨® su especial¨ªsimo apoyo a la primera oportunidad. Cuando Louis perdi¨® con el alem¨¢n Max Schmeling, en junio de 1936, William McG. Keefe, del Times-Picayune de Nueva Orleans, se apresur¨® a escribir que en aquella pelea quedaba demostrada la supremac¨ªa de la raza blanca. Para Keefe era un alivio que Schmeling hubiera puesto fin al 'reinado del terror en la categor¨ªa de los pesos pesados'.
El combate de revancha entre Schmeling y Louis, el 22 de junio de 1938 -un KO en el primer asalto-, constituy¨® una met¨¢fora a¨²n m¨¢s complicada que la derrota de Jeffries ante Johnson. Para todos los norteamericanos, Louis hab¨ªa ahuyentado el espectro de lo ario, del nazi que se proclamaba superhombre. Ello lo hac¨ªa, otra vez, digno de admiraci¨®n por parte de la raza blanca, de la famos¨ªsima frase de Jimmy Cannon: 'Es un honor para su raza; es decir, para la raza humana'. Para los negros norteamericanos, la celebraci¨®n era m¨¢s intensa, incluso subversiva. En primer lugar, estaba la satisfacci¨®n de ver por fin a un negro glorificado por todos los ciudadanos del pa¨ªs, incluidos los m¨¢s ac¨¦rrimos racistas. La tarea de los activistas e intelectuales negros que no practicaban ning¨²n deporte -personas de tanta talla como A. Philip Randolph y W. E. B. du Bois- pasaba pr¨¢cticamente inadvertida para la Norteam¨¦rica blanca, pero esta haza?a no pod¨ªa ignorarla ni el mism¨ªsimo Gran Drag¨®n del Ku-Klux-Klan. La prensa blanca ya nunca dejar¨ªa de estar obsesionada con el color de Louis -era 'el tornado moreno', 'el machacador de caoba', 'la esfinge de azafr¨¢n', 'el David oscuro de Detroit', 'la sombra que se revuelve', 'el rey del KO de color caf¨¦', 'el cicl¨®n de azabache', 'el Tarz¨¢n moreno de los pu?etazos', 'el garrote de chocolate', 'el homicida de los guantes marrones', 'el golpeador color sepia' y, la designaci¨®n m¨¢s c¨¦lebre, 'el bombardero marr¨®n'-. Pero no pod¨ªan atacarlo del modo en que atacaron a Jack Johnson. Su buen comportamiento -o m¨¢s bien su total ausencia de mal comportamiento- era inatacable.
Louis era un dios en las comunidades negras, incluido entre ellas el West End de Louisville. Era una especie de sustituto, pero tambi¨¦n un redentor. 'En casa lo am¨¢bamos', dijo en cierta ocasi¨®n Cassius Clay, padre. 'No hay nada m¨¢s grande que Joe Louis'. En 1940, Franklin Frazier escribi¨® que Louis permit¨ªa a los negros 'perpetrar por delegaci¨®n el ataque a los blancos que les gustar¨ªa llevar a la pr¨¢ctica, por toda la discriminaci¨®n y todos los insultos que padecen'. De modo similar, la poetisa Maya Angelou recuerda que de ni?a era devota del '¨²nico negro invencible, el que se ergu¨ªa ante el blanco y lo derribaba con sus pu?os. Era ¨¦l, en cierto sentido, quien llevaba a cuestas muchas de nuestras esperanzas, puede incluso que de nuestros sue?os de venganza'.
Los adoradores de Joe Louis abarcaban un espectro muy amplio, desde Count Basie, que escribi¨® una canci¨®n en honor suyo (Joe Louis blues), hasta Richard Wright, que cubri¨® sus peleas para The New Masses ('Joe Louis revela la dinamita'). En Por qu¨¦ no podemos esperar, Martin Luther King recuerda lo siguiente: 'Hace m¨¢s de veinticinco a?os, un Estado sure?o adopt¨® un nuevo m¨¦todo de aplicaci¨®n de la pena capital. El gas venenoso sustituy¨® a la horca. En una primera fase, colocaron un micr¨®fono en el interior de la c¨¢mara mortuoria sellada para que los observadores cient¨ªficos pudieran o¨ªr las palabras del reo agonizante y valorar la reacci¨®n de la v¨ªctima ante la novedad. El primer condenado fue un joven negro. Cuando la bolita cay¨® en el recipiente y empez¨® a salir gas, por medio del micr¨®fono llegaron las siguientes palabras: 'Joe Louis, s¨¢lvame. Joe Louis, s¨¢lvame. Joe Louis, s¨¢lvame'.
A principios de los sesenta, mientras el movimiento pro derechos civiles iba generando diversos tipos de militantes pol¨ªticos, muchos negros consideraban excesiva la atenci¨®n que los norteamericanos dedicaban a los h¨¦roes del deporte y escasa la que dedicaban al sufrimiento de millones de personas corrientes. El d¨ªa mismo de la primera pelea Patterson-Liston, en 1962, Bob Lipsyte tuvo que cubrir para The Times una marcha contra la discriminaci¨®n en materia de vivienda en Nueva York. Uno de los j¨®venes afroamericanos del piquete le dijo lo siguiente: 'Ya hemos dejado atr¨¢s la capacidad para emocionarnos cuando un negro logra un home run o gana alg¨²n campeonato'...
Pero la emoci¨®n en torno al deporte ha sido una constante del siglo XX en Estados Unidos. El valor del boxeo como met¨¢fora social se intensific¨® en los sesenta. Y aunque bien puede ser que Al¨ª no leyera todo lo que se escribi¨® sobre ¨¦l, no por ello era menos consciente de su posici¨®n con respecto a Jack Johnson y Joe Louis. Al¨ª era capaz de soportar los predecibles insultos: los peri¨®dicos que segu¨ªan llam¨¢ndolo Clay, los ep¨ªtetos de Jimmy Cannon y Dick Young. Lo que verdaderamente le hizo da?o fue que Joe Louis, el h¨¦roe de su infancia, no aprobara su comportamiento.
'Clay se va a ganar el odio del p¨²blico por su relaci¨®n con los Musulmanes Negros', declar¨® Louis a los periodistas. 'Lo que ellos predican es justamente lo contrario de lo que nosotros creemos. El campe¨®n de los pesos pesados tiene que ser campe¨®n para todo el mundo. Tiene esa responsabilidad ante todo el mundo'. (...)
(Traducci¨®n: Ram¨®n Buenaventura).En Estados Unidos, el boxeo naci¨® de la esclavitud. Al modo de los emperadores romanos, que acud¨ªan al Coliseo a contemplar peleas entre personas de su propiedad, los plantadores sure?os se divert¨ªan juntando a sus esclavos m¨¢s fuertes y haci¨¦ndolos enfrentarse por juego y para apuesta. Los esclavos llevaban collares de hierro y sol¨ªan pelear hasta el borde de la muerte. Frederick Douglass se opon¨ªa al boxeo y a la lucha no s¨®lo por lo que ten¨ªan de cruel, sino tambi¨¦n porque sofocaban el esp¨ªritu de rebeld¨ªa.
El propio Al¨ª, que ganar¨ªa millones de d¨®lares en el cuadril¨¢tero y que se har¨ªa famoso y se granjear¨ªa el cari?o de la gente por su talento para pegar a otras personas, ve¨ªa con cierta prevenci¨®n el espect¨¢culo de dos negros peleando: 'Se te quedan mirando y te dicen: 'Buena pelea, chico. Eres un buen chico. Muy bien', dijo Al¨ª en 1970. 'No consideran que los p¨²giles puedan tener cabeza. No consideran que puedan ser hombres de negocios, ni seres humanos, ni inteligentes. Los boxeadores no son m¨¢s que brutos que vienen a entretener a los blancos ricos. Pegarse entre ellos, y romperse la nariz, y sangrar, y actuar como monitos para el p¨²blico, y matarse por el p¨²blico. Y la mitad del p¨²blico son blancos. En lo alto del ring no somos m¨¢s que esclavos. Los amos escogen a dos esclavos grandes y fuertes y los ponen a pelear, mientras ellos apuestan: 'A que mi esclavo machaca al tuyo'. Eso es lo que veo cuando veo a dos negros peleando'.
El primer campe¨®n norteamericano reconocido fue un esclavo nacido en Virginia y llamado Tom Molineaux. Muchos caballeros virginianos adquirieron su entusiasmo por el boxeo en sus visitas a Inglaterra, donde este deporte era extremadamente popular. Molineaux, tras haber vencido a todos los dem¨¢s p¨²giles de Virginia, se traslad¨® a Nueva York, ya libre, y sigui¨® derrotando, en los muelles del r¨ªo Hudson, a todo el que le pon¨ªan por delante, nacional o extranjero. A continuaci¨®n lo enviaron a Londres, a desafiar al gran Tom Cribb, campe¨®n oficioso del Imperio Brit¨¢nico, de raza blanca. Se enfrentaron en Copthorne (Sussex) en diciembre de 1810. Seg¨²n pasaban los asaltos se hizo evidente que Molineaux estaba destrozando a Cribb, pero los seguidores de ¨¦ste no pod¨ªan tolerar que lo derrotase un negro. De modo que optaron por apuntalar -literalmente- a su campe¨®n para que no cayera, provocando con ello grandes dilaciones en la pelea y dando lugar a que Cribb tuviera tiempo de recuperarse del vapuleo. Hubo incluso quien la emprendi¨® a golpes con Molineaux, rompi¨¦ndole alg¨²n dedo. Al final, Cribb resucit¨® lo suficiente como para ganar en el cuarto asalto.
El hedor de la esclavitud, de los ricos brutos explotando a los m¨¢s fuertes y m¨¢s desesperados, no se desvaneci¨® tras la proclamaci¨®n oficial de la emancipaci¨®n. John L. Sullivan, primer campe¨®n de la era moderna, traz¨® la barrera de color en el boxeo, neg¨¢ndose a pelear con aspirantes negros. 'Nunca pelear¨¦ con un negro', declar¨® Sullivan. 'Nunca lo he hecho y nunca lo har¨¦'. El sucesor de Sullivan, Jim Jeffries, tambi¨¦n afirm¨® que se retirar¨ªa cuando ya no quedasen blancos con quienes pelear. Y as¨ª lo hizo. Pero luego consiguieron sacarlo de su retiro para enfrentarse a Jack Johnson, que acababa de arrebatar el t¨ªtulo a un p¨²gil blanco, Tommy Burns.
Jeffries reconoci¨® que su regreso al cuadril¨¢tero no se deb¨ªa tanto al deseo de recuperar el t¨ªtulo como al de redimir a la raza blanca. 'Acudo a este combate con el ¨²nico prop¨®sito de demostrar que un blanco es mejor que un negro', dijo. Naturalmente, cont¨® con el pleno apoyo -a voz en grito- de la prensa, incluido un corresponsal espor¨¢dico de The New York Herald llamado Jack London. ?ste se consideraba un verdadero revolucionario, amigo de los trabajadores, pero su racismo no pod¨ªa ser m¨¢s evidente. 'Jeff tiene que salir de sus campos de alfalfa y borrar esa sonrisa de la cara de Johnson', escribi¨®. 'De ti depende, Jeff'. Los responsables de la popular revista Collier's declararon que Jeffries ten¨ªa que ganar por su larga trayectoria de coraje. A fin de cuentas, 'el hombre blanco tiene detr¨¢s treinta siglos de tradici¨®n: todos los esfuerzos supremos, los inventos y las conquistas, as¨ª como, seamos o no conscientes de ello, Bunker Hill y las Term¨®pilas, Hastings y Agincourt'. Era sencillamente imposible que Jeffries perdiera. Una tal Dorothy Forrester compuso una canci¨®n en alabanza de Jeffries, d¨¢ndole estas indicaciones:
'Ponte al asunto sin tardanza alguna / y p¨¦gale de noche y p¨¦gale de d¨ªa, / y en cuanto se presente la suerte oportuna, / le arreas una torta que se pierda de vista. / ?Qui¨¦n le va a dar a Jack la m¨¢s tremenda tunda, / qui¨¦n lo va a hacer dormir como una marmotilla, / qui¨¦n va a borrar del mapa la africana bravura? / Ser¨¢ Jim, ser¨¢ Jeffries, ser¨¢ la maravilla'.
Cuando por fin Johnson subi¨® al cuadril¨¢tero para enfrentarse con Jeffries en Reno (Nevada) el 4 de julio de 1910, la multitud se puso a cantar '?mata al negro, mata al negro!'. La orquesta tocaba All coons look alike to me (todos los mapaches -despectivo para 'negro'- me parecen iguales). Puede que todo ello disgustara profundamente a Johnson, pero lo cierto es que en el cuadril¨¢tero no se le not¨® nada. Johnson destroz¨® a Jeffries, humill¨¢ndolo tanto f¨ªsica como verbalmente, mof¨¢ndose de ¨¦l y de sus cuidadores a todo lo largo de la pelea. 'A¨²n no hab¨ªamos cruzado un golpe cuando ya supe que Jeffries estaba en mis manos', escribi¨® Johnson en su autobiograf¨ªa.
Cuando se anunci¨® en todo el pa¨ªs la victoria de Johnson hubo disturbios callejeros en Illinois, Misuri, Nueva York, Ohio, Pensilvania, Colorado y el distrito de Columbia. En Houston, un blanco le reban¨® el pescuezo a un negro llamado Charles Williams por poner demasiado entusiasmo en sus gritos a favor de Johnson. En la ciudad de Washington, un grupo de negros apu?al¨® de muerte a dos hombres blancos. En la localidad de Uvalda (Georgia), una pandilla de blancos abri¨® fuego contra un grupo de negros que celebraba la victoria de Johnson: hubo tres muertos y cinco heridos entre los negros. En Manhattan, la polic¨ªa rescat¨® a un negro cuando estaba a punto de ser linchado. Miles de blancos se congregaron en la Cuarta Avenida amenazando con moler a golpes a todo negro que se les pusiera por delante. Hasta el asesinato de Martin Luther King, en 1968, ning¨²n otro acontecimiento racial provocar¨ªa semejante reacci¨®n de violencia. Aterrorizado, el Congreso aprob¨® una ley por la que se prohib¨ªa la distribuci¨®n interestatal de filmaciones box¨ªsticas. Varios grupos religiosos y de extrema derecha que jam¨¢s hab¨ªan evidenciado inter¨¦s alguno en el boxeo propugnaron en aquel momento su prohibici¨®n.
Ni que decir tiene que Johnson se ve¨ªa acuciado con gritos de '?vamos a lincharlo! ?Vamos a matar al negro!' cada vez que se dejaba ver en p¨²blico. A pesar de que corr¨ªan los tiempos de Booker T. Washington y de las t¨¢cticas de concesi¨®n y gradualismo, Johnson estuvo desafiante. Fue probablemente el negro m¨¢s vilipendiado de su ¨¦poca, y trat¨® de no mostrarse afectado. Lleg¨® incluso a desafiar de modo ostensible la variante sexual del odio que recib¨ªa: tuvo relaciones con j¨®venes blancas y con prostitutas de la misma raza. Su esposa, que se llamaba Etta Dureya y que era blanca, se suicid¨® en 1912, tras un a?o de matrimonio. Cuando sab¨ªa que iba a haber periodistas en una sesi¨®n de entrenamiento se envolv¨ªa el pene en gasa y exhib¨ªa toda su grandeza en un calz¨®n muy ce?ido. Johnson era magn¨ªficamente desafiante y desafiantemente magn¨ªfico. Pose¨ªa autom¨®viles absurdamente caros y beb¨ªa con pajita los vinos de las mejores cosechas. Le¨ªa mucho, tanto en ingl¨¦s como en espa?ol y franc¨¦s (le gustaban mucho las novelas de Dumas), y tocaba la viola. Cuando abri¨® el Cabaret de Champion, en Chicago, dot¨® el local de escupideras de plata.
Pero el establishment blanco acab¨® por ajustarle las cuentas a Johnson, oblig¨¢ndolo a un prolongado destierro. Johnson fue acusado por la ley Mann, cuyo prop¨®sito consist¨ªa en evitar la prostituci¨®n comercial y el traslado interestatal de mujeres con fines contrarios a la moral. Johnson evit¨® la c¨¢rcel desplaz¨¢ndose por Canad¨¢ y por Europa. Al final volvi¨® a Estados Unidos y cumpli¨® condena en Leavenworth. En 1915, en La Habana, perdi¨® su t¨ªtulo ante Jess Willard, aunque luego aleg¨® que se hab¨ªa tirado. Acab¨® su carrera como promotor de su propio legado y haciendo de narrador en un museo de objetos estrafalarios. Muhammad Al¨ª era extremadamente consciente de los paralelos entre su vida y la de Johnson. A?os m¨¢s tarde, hablando con James Earl Jones, que hac¨ªa el papel de Johnson en La gran esperanza blanca, Al¨ª afirm¨® que su apartamiento del cuadril¨¢tero, tras su negativa a incorporarse a filas, era 'la historia que se repite'.
'Me encari?¨¦ con la imagen de Johnson desde peque?o', ha dicho. 'Quer¨ªa ser duro, intratable, arrogante, el tipo de negro que no les gusta a los blancos'.
Tras el eclipse de Johnson, la corona estuvo en manos de blancos hasta principios de los a?os treinta. Era tan evidente el modo en que los campeones evitaban por sistema a los aspirantes de raza negra que los m¨¢s relevantes pesos pesados negros peleaban entre ellos por el honor de convertirse en campeones de su raza. Cuando Jack Dempsey le arrebat¨® el t¨ªtulo a Jess Willard, en 1919, lo primero que hizo -presionado al respecto por Tex Rickard- fue tranquilizar al pa¨ªs garantizando que nunca pondr¨ªa el t¨ªtulo en juego ante ninguno de los grandes boxeadores negros del momento; es decir, Sam McVey, Sam Langford y Harry Wills. Estos dos ¨²ltimos se vieron obligados a pelear entre ellos hasta dieciocho veces, mientras el campeonato oficial del mundo iba pasando de p¨²gil blanco en p¨²gil blanco durante dos decenios: Willard, Dempsey, Gene Tunney, Max Schmeling, Jack Sharkey, Primo Carnera, Max Baer y Jim Braddock.
La era de la blancura infinita lleg¨® a su fin con Joe Louis, que derrot¨® a Braddock en 1937, alz¨¢ndose con el campeonato de los pesos pesados. Louis conserv¨® el t¨ªtulo hasta el momento de su primera retirada, en 1948. Determinados ¨®rganos de la prensa deportiva quedaron tan conmocionados ante el desarrollo de los acontecimientos que llegaron a la conclusi¨®n de que Louis hab¨ªa ganado precisamente porque era negro, como si ello hubiera implicado alguna ventaja no ajustada a la ¨¦tica. Un editorial del Daily Mirror de Nueva York afirmaba: 'En ?frica hay decenas de miles de j¨®venes salvajes que, con un poco de adiestramiento, podr¨ªan aniquilar a Mr. Joe Louis'. Paul Gallico, del Daily News de Nueva York, otro legendario cronista deportivo, famoso por lo ilustrado de sus puntos de vista, ten¨ªa a Louis en la consideraci¨®n de un bruto ignorante -cargado de gloria, eso s¨ª-, una bestia 'que vive como un animal, pelea como un animal, posee toda la crueldad y la fiereza de lo salvaje'.
'Me sent¨ª fuertemente dominado por la impresi¨®n de hallarme ante un hombre malo', escribi¨® Gallico, 'un individuo verdaderamente salvaje, un ser que apenas llevaba encima una leve capa de civilizaci¨®n, a punto de desprend¨¦rsele en cualquier momento... En pocas palabras: me hallaba ante el primer luchador perfecto que surg¨ªa en muchas generaciones. Era como estar encerrado en una habitaci¨®n con una fiera'.
Louis era hijo de un aparcero de Alabama cuya familia rota lleg¨® a Detroit en 1926. En el colegio no pas¨® del sexto grado, hecho que autoriz¨® a todos los periodistas a dar por sentado que era un est¨®lido ignorante. Apenas hablaba en p¨²blico, pero, de hecho, ello era fruto de los cuidadosos c¨¢lculos de las personas de raza negra que lo llevaban. El equipo compuesto por Jack Chappie Blackburn, entrenador y confesor, y los managers John Roxborough y Julian Black cuid¨® de Louis no s¨®lo como p¨²gil, sino tambi¨¦n en su aspecto de personaje p¨²blico. No quer¨ªan que su boxeador se ganase la enemiga de la Norteam¨¦rica blanca. El nivel de racismo ordinario era tan alto en los a?os treinta que hasta la prensa blanca del Norte segu¨ªa refiri¨¦ndose a los negros en t¨¦rminos como 'oscuritos', 'animales' y 'sambos'. Al final, el equipo le dict¨® a Louis las siguientes normas:
1. No permitir jam¨¢s que lo fotografiaran con una mujer blanca al lado.
2. No ir nunca solo a los clubes nocturnos.
3. No aceptar ninguna pelea blanda.
4. No aceptar ninguna pelea arreglada.
5. No adoptar posturas arrogantes ante un rival ca¨ªdo.
6. Mantenerse impasible ante las c¨¢maras.
7. Llevar una vida limpia y pelear del mismo modo.
En otras palabras: Louis ten¨ªa que ser el anti-Jack Johnson. Pose¨ªa una talento tan innegable y se comportaba de un modo tan sumiso que al final acab¨® gan¨¢ndose hasta a la prensa blanca del Sur, que llev¨® su amabilidad hasta el extremo de llamarlo 'buen negrito' y 'ex pickaninny'. A diferencia de Johnson, Louis parec¨ªa saber cu¨¢l era su sitio. No ofend¨ªa a nadie. No huy¨® del pa¨ªs, como Johnson, sino que se puso a su servicio. Se enrol¨® en el Ej¨¦rcito durante la Segunda Guerra Mundial y don¨® al Gobierno las ganancias de sus peleas. Ni que decir tiene que la prensa sure?a le retir¨® su especial¨ªsimo apoyo a la primera oportunidad. Cuando Louis perdi¨® con el alem¨¢n Max Schmeling, en junio de 1936, William McG. Keefe, del Times-Picayune de Nueva Orleans, se apresur¨® a escribir que en aquella pelea quedaba demostrada la supremac¨ªa de la raza blanca. Para Keefe era un alivio que Schmeling hubiera puesto fin al 'reinado del terror en la categor¨ªa de los pesos pesados'.
El combate de revancha entre Schmeling y Louis, el 22 de junio de 1938 -un KO en el primer asalto-, constituy¨® una met¨¢fora a¨²n m¨¢s complicada que la derrota de Jeffries ante Johnson. Para todos los norteamericanos, Louis hab¨ªa ahuyentado el espectro de lo ario, del nazi que se proclamaba superhombre. Ello lo hac¨ªa, otra vez, digno de admiraci¨®n por parte de la raza blanca, de la famos¨ªsima frase de Jimmy Cannon: 'Es un honor para su raza; es decir, para la raza humana'. Para los negros norteamericanos, la celebraci¨®n era m¨¢s intensa, incluso subversiva. En primer lugar, estaba la satisfacci¨®n de ver por fin a un negro glorificado por todos los ciudadanos del pa¨ªs, incluidos los m¨¢s ac¨¦rrimos racistas. La tarea de los activistas e intelectuales negros que no practicaban ning¨²n deporte -personas de tanta talla como A. Philip Randolph y W. E. B. du Bois- pasaba pr¨¢cticamente inadvertida para la Norteam¨¦rica blanca, pero esta haza?a no pod¨ªa ignorarla ni el mism¨ªsimo Gran Drag¨®n del Ku-Klux-Klan. La prensa blanca ya nunca dejar¨ªa de estar obsesionada con el color de Louis -era 'el tornado moreno', 'el machacador de caoba', 'la esfinge de azafr¨¢n', 'el David oscuro de Detroit', 'la sombra que se revuelve', 'el rey del KO de color caf¨¦', 'el cicl¨®n de azabache', 'el Tarz¨¢n moreno de los pu?etazos', 'el garrote de chocolate', 'el homicida de los guantes marrones', 'el golpeador color sepia' y, la designaci¨®n m¨¢s c¨¦lebre, 'el bombardero marr¨®n'-. Pero no pod¨ªan atacarlo del modo en que atacaron a Jack Johnson. Su buen comportamiento -o m¨¢s bien su total ausencia de mal comportamiento- era inatacable.
Louis era un dios en las comunidades negras, incluido entre ellas el West End de Louisville. Era una especie de sustituto, pero tambi¨¦n un redentor. 'En casa lo am¨¢bamos', dijo en cierta ocasi¨®n Cassius Clay, padre. 'No hay nada m¨¢s grande que Joe Louis'. En 1940, Franklin Frazier escribi¨® que Louis permit¨ªa a los negros 'perpetrar por delegaci¨®n el ataque a los blancos que les gustar¨ªa llevar a la pr¨¢ctica, por toda la discriminaci¨®n y todos los insultos que padecen'. De modo similar, la poetisa Maya Angelou recuerda que de ni?a era devota del '¨²nico negro invencible, el que se ergu¨ªa ante el blanco y lo derribaba con sus pu?os. Era ¨¦l, en cierto sentido, quien llevaba a cuestas muchas de nuestras esperanzas, puede incluso que de nuestros sue?os de venganza'.
Los adoradores de Joe Louis abarcaban un espectro muy amplio, desde Count Basie, que escribi¨® una canci¨®n en honor suyo (Joe Louis blues), hasta Richard Wright, que cubri¨® sus peleas para The New Masses ('Joe Louis revela la dinamita'). En Por qu¨¦ no podemos esperar, Martin Luther King recuerda lo siguiente: 'Hace m¨¢s de veinticinco a?os, un Estado sure?o adopt¨® un nuevo m¨¦todo de aplicaci¨®n de la pena capital. El gas venenoso sustituy¨® a la horca. En una primera fase, colocaron un micr¨®fono en el interior de la c¨¢mara mortuoria sellada para que los observadores cient¨ªficos pudieran o¨ªr las palabras del reo agonizante y valorar la reacci¨®n de la v¨ªctima ante la novedad. El primer condenado fue un joven negro. Cuando la bolita cay¨® en el recipiente y empez¨® a salir gas, por medio del micr¨®fono llegaron las siguientes palabras: 'Joe Louis, s¨¢lvame. Joe Louis, s¨¢lvame. Joe Louis, s¨¢lvame'.
A principios de los sesenta, mientras el movimiento pro derechos civiles iba generando diversos tipos de militantes pol¨ªticos, muchos negros consideraban excesiva la atenci¨®n que los norteamericanos dedicaban a los h¨¦roes del deporte y escasa la que dedicaban al sufrimiento de millones de personas corrientes. El d¨ªa mismo de la primera pelea Patterson-Liston, en 1962, Bob Lipsyte tuvo que cubrir para The Times una marcha contra la discriminaci¨®n en materia de vivienda en Nueva York. Uno de los j¨®venes afroamericanos del piquete le dijo lo siguiente: 'Ya hemos dejado atr¨¢s la capacidad para emocionarnos cuando un negro logra un home run o gana alg¨²n campeonato'...
Pero la emoci¨®n en torno al deporte ha sido una constante del siglo XX en Estados Unidos. El valor del boxeo como met¨¢fora social se intensific¨® en los sesenta. Y aunque bien puede ser que Al¨ª no leyera todo lo que se escribi¨® sobre ¨¦l, no por ello era menos consciente de su posici¨®n con respecto a Jack Johnson y Joe Louis. Al¨ª era capaz de soportar los predecibles insultos: los peri¨®dicos que segu¨ªan llam¨¢ndolo Clay, los ep¨ªtetos de Jimmy Cannon y Dick Young. Lo que verdaderamente le hizo da?o fue que Joe Louis, el h¨¦roe de su infancia, no aprobara su comportamiento.
'Clay se va a ganar el odio del p¨²blico por su relaci¨®n con los Musulmanes Negros', declar¨® Louis a los periodistas. 'Lo que ellos predican es justamente lo contrario de lo que nosotros creemos. El campe¨®n de los pesos pesados tiene que ser campe¨®n para todo el mundo. Tiene esa responsabilidad ante todo el mundo'. (...)
(Traducci¨®n: Ram¨®n Buenaventura).
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