A favor de lo medi¨¢tico
En las proximidades de Sant Jordi, se avecina sin duda una nueva oleada de debates sobre los denominados escritores medi¨¢ticos. Unos cuantos escritores ni medi¨¢ticos ni antimedi¨¢ticos tuvimos ocasi¨®n hace unos d¨ªas de abrir la temporada en Igualada y me temo que debimos decepcionar a una parte del p¨²blico cuando no nos mostramos ni escandalizados ni apocal¨ªpticos. Porque tengo la sensaci¨®n de que la etiqueta de 'escritores medi¨¢ticos' es para algunos un t¨¦rmino descriptivo de una nueva realidad cultural que tiene claroscuros, porque la realidad siempre los tiene, pero que para otros es la formulaci¨®n de un anatema, la denuncia de una forma de corrupci¨®n cultural.
Hablemos de aquellos que consideran que la expresi¨®n 'escritor medi¨¢tico' es un insulto. Escritor es un elogio, pero colocarle el adjetivo medi¨¢tico es proyectarle encima un t¨¦rmino negativo, contaminante. Una parte importante de nuestra cultura percibe lo que podr¨ªamos llamar la cultura de masas como una realidad inevitablemente amenazadora, molesta. La cultura, la cultura de verdad, es otra cosa. La televisi¨®n, los medios de comunicaci¨®n, Hollywood, ser¨ªan anticultura, banalizaci¨®n inevitable, populismo barato. Se a?oran los buenos viejos tiempos en los que, ciertamente, la inmensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n no acced¨ªa a ninguna forma de cultura, pero en los que exist¨ªa un n¨²cleo aristocr¨¢tico incontaminado de cultura con may¨²sculas.
En el menosprecio sistem¨¢tico por 'lo medi¨¢tico' participan algunas virtudes a defender, pero tambi¨¦n algunos pecados a evitar. El primero, esta a?oranza de unos viejos buenos tiempos que no est¨¢ claro que hayan existido nunca. Es curioso como una parte de la intelectualidad se ha apuntado de golpe al lema conservador de que cualquier tiempo pasado fue mejor y considera que la historia ha pasado a circular en direcci¨®n contraria. Salvador Card¨²s dedicaba un inteligente art¨ªculo a este fen¨®meno. El segundo pecado, tambi¨¦n muy propio del mundo intelectual, es la creencia en que existe una verdad revelada, que es independiente del criterio de las mayor¨ªas. Ser¨ªa la adopci¨®n de otro lema ultraconservador: aquel que dice que El pueblo es necio y pues paga es justo hablarle en necio para darle gusto. Algunos sectores intelectuales no suscribir¨ªan la segunda parte de la frase y negar¨ªan que se deba hablar en necio, pero impl¨ªcitamente suscribir¨ªan la primera, que es la peor. En el desprecio a la mayor¨ªa, en considerar pecaminoso el criterio de la audiencia, participa muchas veces la premisa de que El pueblo es necio. Finalmente, pecado tambi¨¦n de reduccionismo. Para mucha gente del mundo intelectual, televisi¨®n y Gran Hermano son sin¨®nimos. Los que amamos la televisi¨®n lo discutir¨ªamos bastante.
Desde estos sectores que no entienden y desprecian por sistema 'lo medi¨¢tico' se producen dos actitudes pr¨¢cticas. Una, la que quisiera ver todos los televisores quemados en la plaza p¨²blica, bajo la suposici¨®n de que de sus cenizas nacer¨ªa una cultura selecta y sin contaminaci¨®n. Otra, la que aprecia lo que la televisi¨®n o los medios de comunicaci¨®n tienen de altavoz, pero no entiende que para ejercer este papel debe jugar dentro de sus propias reglas. Por decirlo as¨ª, hay quien no quemar¨ªa televisores, pero tiene una concepci¨®n estrictamente instrumental de la televisi¨®n: la ve como un instrumento de catequesis cultural, de evangelizaci¨®n cultural al servicio de los principios y los valores de la cultura de toda la vida.
Frente a esta concepci¨®n un tanto aristocratizante de la cultura, me permito defender 'lo medi¨¢tico' como concepto. Pero uno es moderado de natural y no pretende sustituir una cosa por otra. Uno tambi¨¦n estuvo en la conferencia de Steiner en Girona -menos alarmista y m¨¢s contemporizadora que muchos de sus apologetas- y aprecia la cultura de toda la vida. Pero tiene que ser posible un pacto. Al mundo de lo medi¨¢tico se le debe dejar un lugar bajo el sol, tambi¨¦n bajo el sol de la cultura y del prestigio cultural, que no sea el de ser un puro instumento o la encarnaci¨®n de un populismo que desprecia al pueblo. La audiencia no puede ser el ¨²nico criterio, pero debe ser tambi¨¦n un criterio. Medi¨¢tico y basura no son sin¨®nimos. Pero para dejar de ser basura, lo medi¨¢tico no debe renunciar a sus propias reglas, que lo dirigen por naturaleza a la mayor¨ªa. La cultura de masas es el signo de nuestro tiempo. No es una hecatombe, no es el fin del mundo. Tampoco el mundo perfecto, el fin de la historia. Claroscuros. Por tanto, tambi¨¦n claros.
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