Esta vez fue por una puerta
La corrida dur¨® tres horas. Esta vez, aparte los habituales excesos derechacistas de la grey coletuda fue por una puerta. Y tambi¨¦n por un cuerno que se rompi¨®; por un tonto de remate que hab¨ªa anidado all¨ª. A la Maestranza, templo del arte, nos queremos referir, naturalmente.
La puerta se la llev¨® por delante un caballo de picar. Acaec¨ªo en el transcurso de una de las m¨²ltiples ca¨ªdas de inv¨¢lido que soltaron en segundo lugar. Pegando batacazos, el animalito acab¨® a los pies del caballo, que se debi¨® asustar, huy¨® hacia la barrera, choc¨® con la puerta que da a la del Pr¨ªncipe, arranc¨® de cuajo el cerrojo y se meti¨® en el callej¨®n.
El presidente, que hasta entonces hab¨ªa estado haciendo el Don Tancredo, escuch¨® las protestas del p¨²blico por la invalidez del toro y lo devolvi¨® al corral. Pero no sigui¨® la funci¨®n sino que se detuvo para que arreglaran el cerrojo, tarea que dur¨® media hora. La autoridad debi¨® entenderlo de otra manera pues cuando iban lo menos 20 minutos de espera, un empleado recorri¨® el callej¨®n con un cartel que dec¨ªa: "Se aplaza la corrida 10 minutos".
La Maestranza es as¨ª, qu¨¦ le vamos a hacer. Antes era de otra manera. Pero desde que empezaron a decir aquello de la Giralda poni¨¦ndose de puntillas para atisbar por encima de los tejadillos el arte de Pepelu¨ª, o las palomas viniendo de la plaza de Espa?a a volcar en la vertical del albero su j¨²bilo por la gloria del fara¨®n de Camas, o esos silencios que no se pu¨¦n aguant¨¢, alguien se lo ha cre¨ªdo, o lo ha interpretado al rev¨¦s, y la Maestranza lo que es de verdad es la casa de t¨®came Roque.
Es la plaza donde todo da igual; sacan por los chiqueros g¨¦nero absolutamente impresentable, preside uno que est¨¢ a la orden, los sobreros tardan horrores en salir sin que nadie explique por qu¨¦. Y, mientras, un p¨²blico en su mayor¨ªa de aluvi¨®n, va aplaudiendo lo que ve, aunque lo que ve no valga un duro.
Han llegado a convertir las manoletinas en monumento nacional, as¨ª est¨¢ la cosa. Menos mal que lo de la Giralda asom¨¢ndose por los tejadillos es literatura; pues si fuese cierto y se asomara y se encontrase con los toros inv¨¢lidos y las manoletinas declaradas monumento nacional, se desmoronaba piedra a piedra.
Toros inv¨¢lidos y aborregados soltaron en esta corrida absurda de las tres horas, los m¨¢s inv¨¢lidos y aborregados para Juan Bautista. Una alerta se ha de tener con este joven franc¨¦s, a quien echan siempre los toros m¨¢s inv¨¢lidos y aborregados de la funci¨®n.
Inv¨¢lido estaba el de El Pilar que devolvieron, el del mismo hierro que le sustituy¨®, el sobrero de Los Derramaderos sustituto del quinto que se rompi¨® un cuerno al derrotar en un burladero y fue devuelto, el tercer sobrero... Y adem¨¢s no ten¨ªan trap¨ªo ninguno.
El presidente tard¨® en devolver a los inv¨¢lidos, por si en un momento dejaban de caerse y colaban, y los sobreros tardaron tambi¨¦n en salir, seg¨²n qued¨® dicho. Por qu¨¦ raz¨®n, es un misterio. S¨®lo se sabe que una vez en la arena trastabillaban desnortados y descoordinados, como si fuera drogadictos. Juan Bautista les peg¨® pases, sin ning¨²n inter¨¦s ni emoci¨®n, ya ves.
Mejores pases dio Eugenio de Mora, buenos los derechazos al primer toro, aceptables los naturales al cuarto, si bien arrebataron poco dada la blandura del g¨¦nero derechizado y naturalizado. El Cid, en cambio, caus¨® sensaci¨®n con un toreo de corte elegante, irreprochable hondura, altos vuelos, revalorizado al instrumentar los pases de pecho.
Pudo triunfar El Cid si no llega a fallar con la espada. Y si no llega a abusar de los derechazos, reduciendo el toreo fundamental -es decir, los naturales, con la mano de los billetes- a su m¨ªnima expresi¨®n. Y si no llega a salirle en ¨²ltimo lugar un destartalado especimen que no ten¨ªa ni media torta.
El especimen, de pelaje colorao, se cay¨® patas arriba al perseguir a un pe¨®n hasta el burladero, y despu¨¦s, hasta su muerte, estuvo dando bandazos. La gente se re¨ªa, ante la evidencia de que aquello se hab¨ªa convertido en una charlotada. Con el negro manto de la noche cubriendo los tejadillos, y unos focos mortecinos ti?endo el rubio albero de un feo tono verdusc¨®n. O huevo escalfado, seg¨²n.
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