D¨ªas de libro y rosas
Del paro al ocio. Mucho antes de ser designado director de la Biblioteca Nacional, Luis Racionero se alz¨® con el Anagrama de ensayo con una obrita donde llevaba su anarqu¨ªa hasta el punto de sugerir -un tanto a la manera freudiana- que donde estaba el paro deb¨ªa estar el ocio. Es decir, usar la disponibilidad que se supone al parado para reconducirlo hacia el disfrute de un ocio creativo. Por desgracia, se olvid¨® de considerar las posibilidades de tan brillante idea para ser incluida en los presupuestos generales del Estado. Cualquier persona m¨¢s cultivada que culta podr¨ªa escribir algo semejante sobre la espl¨¦ndida ocasi¨®n de quienes nos visitan en patera para gozar de los atractivos de la Costa del Sol. En cualquier caso, no parece que el gobierno que premia con la Biblioteca a este ensayador est¨¦ por la labor de atender m¨¢s utop¨ªas que las propias, que son muchas y de mucha gracia.
De Borges a Cioran. No hay dietario que se precie que no incluya alguna referencia a Borges entre sus p¨¢ginas, bien porque se le considere autor de culto, bien porque siendo de periferia el citante le sirve a modo de visado cosmopolita, bien porque el argentino profesional era m¨¢s listo de lo que todav¨ªa hoy se puede suponer. Al fin y al cabo, hasta Michel Foucault abr¨ªa uno de sus libros m¨¢s personales con una cita fant¨¢stica del autor de El Libro de los Seres Imaginarios. El misterio es que ocurra otro tanto con Cioran y su sufrimiento de mesa camilla, la trivialidad de sus distintas afecciones, el manualismo de sal¨®n de una pasi¨®n empobrecida. Y el trabajo que le llev¨® ejercer de sufridor en casa: tomar nota de algunas obviedades bajo especie de aforismos, darlas a la imprenta, corregir las galeradas, tenerlas por buenas en las sucesivas ediciones... Un esfuerzo agotador. Un Joan Fuster sin vistas a La Albufera.
De Sartre a Camus. Seguimos con la alta cultura (una feria al a?o no hace da?o). El libro de Bernard-Henry L¨¨vy sobre Sartre, al que confunde con el siglo -otra vez- reci¨¦n pasado. Su deleznable tratamiento de la famosa pol¨¦mica Sartre-Camus. Los que vivimos m¨¢s o menos peligrosamente el ¨²ltimo tercio del siglo ya pesado le¨ªmos, muchos a?os despu¨¦s, esa trifulca entre gigantes a trav¨¦s de la enigm¨¢tica sintaxis del fulgor del castellano de Buenos Aires, cuando se dir¨ªa que Par¨ªs nos tocaba mucho m¨¢s de cerca. ?De qu¨¦ se trataba? De arremeter contra los benem¨¦ritos impulsos del humanismo abstracto en nombre de la aplicaci¨®n coyuntural de los humanismos concretos. Camus era guapo y elegante y fumaba negro con tanta apostura como Humprey Bogart, mientras que Sartre era feo, bizco, casi un enano -seg¨²n propia confesi¨®n- y con la dentadura p¨²blica m¨¢s precaria desde Peter Lorre. El ganador intertextual est¨¢ claro. Pero ?qui¨¦n podr¨ªa protagonizar aqu¨ª una pol¨¦mica de esa clase, si los cabezas de serie locales la desde?aron en su tiempo?
De folleu al salvem. Todav¨ªa no se ha hecho ning¨²n libro sobre esto, pero se est¨¢ cociendo. M¨¢s que una broma alegre y combativa, la consigna sesentayochista Folleu, folleu, que el mon s?acaba era una tonter¨ªa de adolescente universitario. Ni el mundo, tal como se lo puede entender, se acaba nunca ni ese peligro remoto podr¨ªa ser certificado por la propensi¨®n al folleteo indiscriminado. Esa curiosa postura de postrimer¨ªas encuentra su estela en la proliferaci¨®n -acaso m¨¢s razonable- de las numerosas plataformas dispuestas a salvar lo que creen su obligaci¨®n preservar para disfrute de generaciones venideras. Aunque lo mismo va y la nostalgia de la intertextualidad bien entendida hace de ese vaiv¨¦n de periferia un arma cargada de futuro. Qui¨¦n sabe. De momento, aunque no se sabe bien hasta qu¨¦ otro instante de su experiencia futura, son m¨¢s numerosos los j¨®venes que prefieren apelar a la contundencia del alcohol alambicado durante los fines de semana.
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