La edad de la inocencia
Cifras cifradas
Esto es que se era como el jard¨ªn de los senderos que se bifurcan para confluir en el mismo sitio ignorado. A estas alturas de legislatura cl¨®nica no est¨¢ probado que Eduardo Zaplana sea mejor vendedor de ilusiones que el risue?o expendedor de coches en su concesionario. Actividades empresariales muy dignas ambas dos, s¨®lo que una de ellas -y no me pregunten cu¨¢l, porque me har¨ªa un l¨ªo- representa nuestras democr¨¢ticas esperanzas de prosperidad. La pregunta es qu¨¦ har¨ªa el concesionario simple en el caso de acumular una deuda de un bill¨®n de pesetas. La respuesta es que el concesionario disfrazado de pol¨ªtico cifrar¨¢ en esa magnitud exagerada un car¨¢cter emprendedor susceptible de recibir responsabilidades de gobierno todav¨ªa mayores, en un territorio estatal donde las deudas billonarias vienen a ser el chocolate del oso si el dominio de la osera dura lo que los pr¨®ximos diez a?os, califato de Mayor Oreja mediante.
La edad de la anorexia
Ning¨²n psicoanalista en su sano juicio, que tambi¨¦n los hay, dejar¨¢ de ver en la anorexia una at¨¢vica propensi¨®n al suicidio retardado, por lo mismo que detectar¨¢ en las toxicoman¨ªas el visado hacia la irresponsabilidad permanente y -esto ya m¨¢s discutible- una pulsi¨®n de muerte en el conductor con prisas o simplemente distra¨ªdo. El problema es que el desd¨¦n por la alimentaci¨®n afecta, en nuestra cultura, sobre todo a mujeres, y ahora mismo incluso a ni?as de nueve a?os. Ya que no es tan f¨¢cil como parece atribuir al suicida una motivaci¨®n de g¨¦nero, ni siquiera estad¨ªsticamente, y que adem¨¢s muchas adolescentes beben como cosacas, queda por ver si esta macabra oscilaci¨®n entre la autodestrucci¨®n y la conducta irresponsable ser¨ªa el peaje personal del feminismo gen¨¦rico o si se trata de alguna otra cosa, mariposa.
Las edades de mayo
Antes del mayo franc¨¦s -un episodio incompleto- exist¨ªa el Primero de Mayo, donde los currantes tomaban las calles para decir cuatro cosas bien dichas a los empleadores, lejos de la mirada atenta del capataz en el lugar de trabajo. Mayo suena a marro, malla, red, mayor o desmayo, y a todo lo que ustedes quieran. Pero m¨¢s que designar un mes de calendario parece aludir a un instrumento de trabajo, cosa que no se puede decir de abril ni, mucho menos, de agosto. La celebraci¨®n trabajadora de esa fecha se ha visto disminuida aqu¨ª este a?o, y no s¨®lo por los caprichos de una meteorol¨®gica adversa. Sin embargo, casi nadie se ha molestado en considerar lo ocurrido en capitales tan emblem¨¢ticas de la Europa de post¨ªn como Londres o Berl¨ªn, con sus miles de manifestantes, sus enfrentamientos, sus decenas de detenidos. A lo mejor, querido Ernest Garc¨ªa, es que reviscolan las cenizas de mayo.
Realidad de la novela
Leyendo las declaraciones de los novelistas que sacan novedad, llama la atenci¨®n que casi todos pretenden hacer la cr¨®nica de algo, ya sea de la cr¨ªtica edad adolescente, de la mujer gen¨¦rica, de la ¨¦poca de su tiempo o de su pueblo entre dos guerras civiles. Muy pocos de estos aspirantes a convertirse en el Gald¨®s de nuestros d¨ªas parecen reparar en que la gran literatura ha sabido desde?ar las urgencias de notario o las tentaciones de soci¨®logo para centrarse en los abundantes y apasionantes problemas planteados por la sustancia narrativa propiamente dicha. As¨ª las cosas, el desdichado lector que trata de estar al tanto de cuanto se publica acaba pregunt¨¢ndose si algunos narradores no habr¨¢n errado de oficio, y si no obtendr¨ªan mayor provecho ejerciendo s¨®lo de abogados, fil¨®sofos, detectives o profesores de secundaria.
El aborto en cuesti¨®n
Confieso, porque casi todo eso ya ha prescrito, que hace a?os prest¨¦ mi colaboraci¨®n -min¨²scula pero necesaria, y de manera reiterada- para que algunas mujeres consiguieran interrumpir un embarazo no deseado, y que lo hice llevado de la certidumbre de que la atenuaci¨®n de la angustia de esas personas era de m¨¢s importancia que el riesgo en el que pudiera incurrir. Entiendo perfectamente que un ginec¨®logo -curiosa profesi¨®n, por otra parte, para un var¨®n- que ha visto al feto moverse en una ecograf¨ªa prefiera no participar en la interrupci¨®n de ese emotivo p¨¢lpito. Lo que escapa a mi sensibilidad no es el sentimiento, sino la voluntad de administrarlo seg¨²n convenga. Y el hecho de que el m¨¦dico que alega problemas de conciencia en la sanidad p¨²blica no siempre se abstenga tambi¨¦n en la privada. ?La pregunta inocente? Si a un profesional de la medicina le est¨¢ permitido -y por qu¨¦- negociar en su provecho con la desdicha ajena.
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