Un gran credo y un homenaje a Bart¨®k
La personalidad de Penderec-ki es, junto a la de su colega mayor, Lutoslawski, suficientemente representativa a todos los niveles -hist¨®ricos, geogr¨¢ficos y musicales- como para recibir su visita con inter¨¦s, tal y como han vuelto a hacerlo los filarm¨®nicos madrile?os. Una partitura de Lutoslawski y otra de Penderecki -en este caso el Credo de 1998, para voces y orquesta- atrajeron a una masa crecida de p¨²blico convocado por la Comunidad de Madrid, que aplaudi¨® y aclam¨® al compositor y director polaco.
La M¨²sica f¨²nebre en memoria de B¨¦la Bart¨®k, para orquesta, data de 1958, pero conserva belleza y vitalidad. Tambi¨¦n emoci¨®n, pues no en vano Witold Lutoslawski (Varsovia, 1913-1994) sinti¨® fervorosa admiraci¨®n por el gran h¨²ngaro y, en el fondo, una dosis importante de identificaci¨®n con su est¨¦tica y su pensamiento sonoro. Para los historiadores, la M¨²sica f¨²nebre representa un primer paso en la evoluci¨®n -menos rupturista de lo que en su d¨ªa se afirm¨®- del compositor, fascinante en su carga afectiva y transparente en su sabia textura. P¨¢gina de maestro, dedicada a un maestro y dirigida ahora por otro maestro, lleg¨® a todos con la directa potencia de un cl¨¢sico del siglo XX, quien, por cierto, estaba emparentado con la escritora espa?ola Sof¨ªa Casanova de Lutoslawski, tan olvidada actualmente que existe diccionario que supone que se trata del seud¨®nimo de una traductora.
M¨²sica y Literatura
Orquesta y Coro de la Sinf¨®nica. Escolan¨ªa del Recuerdo. Director: C. S¨¢nchez. Solistas: Bozena Harasimowicz y Wendy Nielsen, sopranos; Susana Poretsky, mezzo; Jorma Silvasti, tenor y Mathias Hoelie, bajo. Director: K. Penderecki. Auditorio Nacional. Madrid, 5 de mayo.
Treinta a?os despu¨¦s de la M¨²sica f¨²nebre estrena en Am¨¦rica su Credo Krzystof Penderecki (Debica, 1933) que, sin embargo, rondaba en su mente desde bastante tiempo atr¨¢s. Una vez m¨¢s, el m¨¢s conocido autor musical polaco de nuestro tiempo -con triunfos absolutos en el campo de la ¨®pera, tal Los diablos de Loudoun- despliega su sentir a trav¨¦s de su dominio de escritura que le permite realizar con exactitud en los pentagramas sus proyectos ideales. El 'puntillista' de los comienzos se manifiesta con grandeza y clamor que no restan intensidad a la intenci¨®n, sino que la comunican de manera casi, o sin casi, glorificante. Gran coro, escolan¨ªa, cinco excelentes solistas, orquesta -con alg¨²n grupo situado en la sala- sirvieron, a las ¨®rdenes del autor, una partitura consistente y expresivamente religiosa que convenci¨® a todos despu¨¦s de vencerlos. ?ste es el gran 'tir¨®n' de Penderecki y la estructura de su modernidad. Y sobre ello, el lograr que su m¨²sica -en su mayor parte- no plantee ya problemas de comunicaci¨®n con el p¨²blico normal de los conciertos. ?xito para todos, apoyado, no debe olvidarse, en el buen hacer, la pronta respuesta y la efectividad de la Sinf¨®nica de Madrid, viva y actuante como en sus grandes d¨ªas que hicieron historia.
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