Decididamente rom¨¢ntico
La cancelaci¨®n -por fallecimiento de un familiar- de la actuaci¨®n de Sarah Chang ocasion¨® cambios en el programa del d¨ªa 24: El Concierto para viol¨ªn y el Scherzo capriccioso de Dvor¨¢k se vieron sustituidos por Taras Bulba de Janacek y el Op. 78 (Variaciones sinf¨®nicas) de Dvor¨¢k. La segunda parte (una selecci¨®n de Ma Vlast de Smetana) permanec¨ªa igual. En conjunto, el 'tono eslavo' se mantuvo.
Pero Colin Davis subray¨® menos lo eslavo que lo rom¨¢ntico, quiz¨¢s porque no se puede negar que los tres compositores hunden sus ra¨ªces en la visi¨®n que el siglo XIX ten¨ªa de 'lo nacional' y 'lo popular'. No sucede como en Bart¨®k, donde la desnudez y las aristas sit¨²an su m¨²sica en otro ¨¢mbito. La tr¨ªada checa desemboca en mares diferentes, aunque beba de fuentes parecidas.
Sir Colin Davis
London Symphony Orchestra. Obras de Janacek, Dvor¨¢k y Smetana. Palau de la M¨²sica. Valencia, 24 de Mayo.
Y, adem¨¢s, el director brit¨¢nico se mueve a gusto en los par¨¢metros tradicionales: su opci¨®n no parece tanto derivada del an¨¢lisis de la m¨²sica como de sus propias concepciones en el manejo de la batuta: lectura solemne, ning¨²n miedo a los decibelios, pulso en¨¦rgico, fraseo lleno de aliento, metales vibrantes (aunque no bronqueros), cl¨ªmax sin tapujos, tensi¨®n mantenida, lectura del folklore m¨¢s a?orante que filol¨®gica, y m¨¢s tendente a sublimar que a recuperar lo primitivo. En definitiva: una visi¨®n decididamente rom¨¢ntica.
Concepci¨®n del mundo
Cuadraba todo. Quiz¨¢s por eso se pudo soportar el fortissimo final de Taras Bulba, y tambi¨¦n conseguimos ver c¨®mo surg¨ªa el tema de las cuerdas -en Ma Vlast- como si de un gran r¨ªo se tratase (?acaso no habla del Moldava?). Es toda una concepci¨®n del mundo, caduca, ciertamente, pero que todav¨ªa despierta ecos en muchos oyentes. El tono 'acu¨¢tico' se consegu¨ªa por la fluidez, por la ausencia de las barras del comp¨¢s: la mano derecha del director marcaba inflexiblemente el tempo, mientras que la izquierda lo hac¨ªa desaparecer. Y esa fluidez que Smetana y Colin Davis procuraban evocaron las atm¨®sferas de El oro del Rhin, el m¨¢s rom¨¢ntico de todos los r¨ªos.
La Sinf¨®nica de Londres respondi¨® con plasticidad a un director que conoce desde los a?os sesenta. La batuta estaba c¨®moda ante unas obras que se acoplan como un guante a lo que parece una dimensi¨®n interpretativa de ¨ªndole m¨¢s general. Al oyente se le proporcion¨® la coherencia en el lenguaje y el hedonismo sensorial. Puede argumentarse, quiz¨¢s, que la visi¨®n de Davis no cuadra muy bien con el Este europeo del 2001. Es, quiz¨¢s, s¨®lo el sue?o que un director de setenta y cuatro a?os construye con partituras m¨¢s antiguas a¨²n. Pero es un sue?o que ha dejado su huella en la historia de la m¨²sica y que ocupa un honroso lugar -sin pretender la exclusiva- en el bagaje de todos nosotros.
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