La pintura moral de Txaro Arrazola
La pintora alavesa Txaro Arrazola mostr¨® sus obras el pasado mes de abril en el Museo de Arte e Historia de Durango. Por estos d¨ªas lo hace en la galer¨ªa Berta Belaza de Bilbao. La mayor¨ªa de lo expuesto se vincula a tonalidades monocromas. Los grises blancuzcos llenan las dos dimensiones de los lienzos. Son esos colores, y no otros, los que corresponden a los lugares infelices en los que esta artista ha puesto su mirada cargada de solidaria conmiseraci¨®n.
Ah¨ª est¨¢n las chabolas miserables, los inh¨®spitos campos de refugiados, el hacinamiento de seres que no vemos, pero que nos imaginamos repletos de socavada indigencia, las ruinas que convierten el pasado esplendoroso en presente calcinado y otras historias visuales de lacerada negrura.
Sin embargo, las im¨¢genes descritas no deben su acreditado valor pl¨¢stico por asemejarse a las apariencias, sino porque son parte de una existencia. M¨¢s que apariencias, lo que fluyen son existencias. Asistimos como testigos ante a una posici¨®n ¨¦tica, en la que Txaro Arrazola parece decirnos que aquellas realidades existen y no debieran existir. Se involucra de tal forma que se mete dentro de lo que pinta, como si ella fuera parte de aquello. Siente como s¨²mamente v¨¢lida la decisi¨®n de creer que lo ¨²nico verdadero en su vida de artista es su actitud moral de pintar. A partir de ese momento, se pasa las horas pintando denunciando la realidad, con manifiesta voluntad y empe?o porque nunca llegue a existir aquella doliente realidad.
Para contar estas historias la artista se apoya en los trazos informales, llenos de sugerencias. La articulaci¨®n de gestos escuetos -libres y abstractamente precisos-, descarnados, simples, los cuadros se pueblan de formas repetitivas -casi obsesivas-, insertadas en las telas en gradaciones de mayor a menor dimensi¨®n, y siempre bajo el estigma de los grises. S¨®lo de vez en cuando surgen algunos min¨²sculos apuntes de color, casi imperceptibles. Son como sutiles respiraciones cordiales, latidos de m¨ªnima esperanza ante la infinita tristeza de los temas.
Cuanto m¨¢s abstractizantes son las formas que sugiere la realidad, tanto m¨¢s acertados son los resultados. Hay una obra no expuesta por falta de espacio -que se guarda en la trastienda-, enormemente aleccionadora. En esa obra las formas son m¨¢s concretas y naturalistas, empero no posee valor alguno. Es una obra fallida, y un buen aviso para que la autora se aleje de esa enga?ifa. Si as¨ª no fuera, su futuro carecer¨ªa de futuro.
No es el caso de dos obras como un campo de refugiados y una vista a¨¦rea de un poblaci¨®n o ciudad que parece haber vivido un asedio militar. En ellas las formas de corte relativamente realista tienen su raz¨®n de ser. En la primera, lo real no est¨¢ exento de simbolismo dram¨¢tico, y en la segunda, el lugar asediado conforma un lugar forjado de sobresaltos. Casi se escuchan los ecos que dejaron un momento antes las bombas y los estallidos de furibunda metralla. No obstante la realidad b¨¦lica generalizada, por alguno de los ¨¢rboles que ofrece la imagen parecen desprenderse pedazos de ramas que saltan de gozo. He ah¨ª ese lado de esperanza, siquiera imperceptible, que acompa?a a esta obra, al tiempo que expresa la posici¨®n moral de la artista alavesa frente al arte y la vida.
Pero nadie vea en esa posici¨®n motivo de privilegiado engreimiento alguno por el lado de la artista. Todo lo contrario. A nada que nos fuera posible conocer el interior de esta mujer, tal vez escuchar¨ªamos correr su voz por la exposici¨®n, record¨¢ndonos que ella y nosotros no somos m¨¢s que una parte, en nada superior, de aquello que llamamos los otros.
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